En España se oyen muchas quejas sobre el pasotismo de los jóvenes. Los críticos, en su mayoría, pertenecen a la generación que fue joven durante los últimos años de Dictadura y la Transición. Recuerdan, con los fallos que la edad trae a la memoria, cómo se preocupaban por las desigualdades políticas y sociales. Y salían a la calle para manifestarse. Creen que sólo el botellón o la injusticia que se comete a tal o cual equipo de fútbol consiguen que el joven salga a la calle. Una manera de acabar con ese pasotismo puede consistir en ampliar el derecho de voto a las personas de 16 y 17 años.
Aunque, para empezar, hay que dejar claro que jurídicamente el Convenio de la ONU de 1989 sobre Derechos del Niño considera que las personas son “niños” hasta los 18. Entonces, no parece lógico que quien no asume la responsabilidad de sus actos pueda votar. Sin embargo, la Ley del Menor permite que el acusado de un delito grave pueda ser trasladado a la cárcel una vez cumplidos los 18. Es cierto que la delincuencia juvenil cometió en 2002 once mil delitos y en 2004 había duplicado esa cifra. Y la sociedad exige endurecer los castigos. Pero si a esos jóvenes delincuentes se les condena a los mismos años y en las mismas cárceles que a los adultos y, en cambio, no les dejan votar (y tampoco abortar). Nos encontramos considerándolos adultos para unas cosas y menores para otras.
En enero de 2005, el alcalde de Sevilla solicitó un informe para saber si los jóvenes de 16 y 17 años estaban preparados para votar en unas elecciones municipales. El informe fue encargado al filósofo José Antonio Marina, quien cree que el hombre a los 16 años ya tiene la capacidad intelectual y afectiva para votar responsablemente. La participación política convertiría al adolescente en responsable socialmente y acabaría con muchos tópicos sobre su egoísmo y su falta de civismo. Y hablando de civismo, frente a la religión, es bueno que sea obligatoria en colegios e institutos una asignatura donde se enseñen los valores de la democracia y los deberes del ciudadano. La propuesta que se ha debatido en Sevilla pretende que se comience por elecciones locales, ya que el joven puede conocer mejor a los candidatos y sus proyectos y, sobre todo, ver cómo las promesas electorales se cumplen.
En contra de la participación de los jóvenes podríamos decir que son inmaduros, influenciables, temerarios e, incluso, comprables. Pero sometidos como estamos a una exposición constante a los medios de comunicación, lo mismo vale para casi cualquier adulto. Teniendo además en cuenta cómo los niveles de participación disminuyen elección tras elección, habrá que encontrar en la siguiente generación a quienes decidan formar parte activa en la democracia. La participación política enseña al joven a comprometerse con sus ideales, a convivir con el contrario, a ser tolerante y a integrarse en una sociedad de la que será protagonista en pocos años.
En Irán, uno de los países más jóvenes del mundo, se puede votar a los 15, y en Brasil a los 16. Bien es cierto que no son países comparables con España. En marzo de 2002 se aprobó una ley que permite votar a los 17 años en la ciudad de Cambridge (unos meses antes se rechazó que votaran a los 16). El Gobierno de Blair está estudiando la propuesta, al igual que en Francia, a sugerencia del Ministro de Educación. Aunque es en Alemania donde se ha hecho la propuesta más radical: el niño siempre tiene derecho a votar, pero son sus padres quienes lo hacen por él hasta los 12 años. Después, el interesado decidirá si siguen votando sus padres o comienza a hacerlo él.
Tras de los jubilados, incluso votando con ellos, serán el factor más importante en la victoria de los partidos políticos. Estos tendrán que cambiar sus prioridades, o mejor dicho, las prioridades de España habrán cambiado. Respecto a los jubilados, por ejemplo. En el 2004, representaron casi el 17% de la población, y se ha calculado que en el 2050 serán el 35%. El futuro pertenece a quien consiga atraer por igual el voto de los abuelos y de sus nietos.
PD. El PSOE (ahora que no está en el poder y como con el Concordato) se plantea el voto a los 16 años. Tuvieron ocho años para cambiar las leyes y ni lo intentaron.
Aunque, para empezar, hay que dejar claro que jurídicamente el Convenio de la ONU de 1989 sobre Derechos del Niño considera que las personas son “niños” hasta los 18. Entonces, no parece lógico que quien no asume la responsabilidad de sus actos pueda votar. Sin embargo, la Ley del Menor permite que el acusado de un delito grave pueda ser trasladado a la cárcel una vez cumplidos los 18. Es cierto que la delincuencia juvenil cometió en 2002 once mil delitos y en 2004 había duplicado esa cifra. Y la sociedad exige endurecer los castigos. Pero si a esos jóvenes delincuentes se les condena a los mismos años y en las mismas cárceles que a los adultos y, en cambio, no les dejan votar (y tampoco abortar). Nos encontramos considerándolos adultos para unas cosas y menores para otras.
En enero de 2005, el alcalde de Sevilla solicitó un informe para saber si los jóvenes de 16 y 17 años estaban preparados para votar en unas elecciones municipales. El informe fue encargado al filósofo José Antonio Marina, quien cree que el hombre a los 16 años ya tiene la capacidad intelectual y afectiva para votar responsablemente. La participación política convertiría al adolescente en responsable socialmente y acabaría con muchos tópicos sobre su egoísmo y su falta de civismo. Y hablando de civismo, frente a la religión, es bueno que sea obligatoria en colegios e institutos una asignatura donde se enseñen los valores de la democracia y los deberes del ciudadano. La propuesta que se ha debatido en Sevilla pretende que se comience por elecciones locales, ya que el joven puede conocer mejor a los candidatos y sus proyectos y, sobre todo, ver cómo las promesas electorales se cumplen.
En contra de la participación de los jóvenes podríamos decir que son inmaduros, influenciables, temerarios e, incluso, comprables. Pero sometidos como estamos a una exposición constante a los medios de comunicación, lo mismo vale para casi cualquier adulto. Teniendo además en cuenta cómo los niveles de participación disminuyen elección tras elección, habrá que encontrar en la siguiente generación a quienes decidan formar parte activa en la democracia. La participación política enseña al joven a comprometerse con sus ideales, a convivir con el contrario, a ser tolerante y a integrarse en una sociedad de la que será protagonista en pocos años.
En Irán, uno de los países más jóvenes del mundo, se puede votar a los 15, y en Brasil a los 16. Bien es cierto que no son países comparables con España. En marzo de 2002 se aprobó una ley que permite votar a los 17 años en la ciudad de Cambridge (unos meses antes se rechazó que votaran a los 16). El Gobierno de Blair está estudiando la propuesta, al igual que en Francia, a sugerencia del Ministro de Educación. Aunque es en Alemania donde se ha hecho la propuesta más radical: el niño siempre tiene derecho a votar, pero son sus padres quienes lo hacen por él hasta los 12 años. Después, el interesado decidirá si siguen votando sus padres o comienza a hacerlo él.
Tras de los jubilados, incluso votando con ellos, serán el factor más importante en la victoria de los partidos políticos. Estos tendrán que cambiar sus prioridades, o mejor dicho, las prioridades de España habrán cambiado. Respecto a los jubilados, por ejemplo. En el 2004, representaron casi el 17% de la población, y se ha calculado que en el 2050 serán el 35%. El futuro pertenece a quien consiga atraer por igual el voto de los abuelos y de sus nietos.
PD. El PSOE (ahora que no está en el poder y como con el Concordato) se plantea el voto a los 16 años. Tuvieron ocho años para cambiar las leyes y ni lo intentaron.
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