Hablar de dos Españas resulta un
convencionalismo, útil a efectos prácticos, pero cualquiera de esas dos Españas
incluye otras. El proyecto de los falangistas (católicos) para construir el
Estado tras la Guerra
Civil no tenía demasiado que ver con el que propugnaban los
católicos. Aunque tal vez hubiera menos diferencias que entre los que proponían
comunistas y anarquistas
Del libro de Santos Juliá
Historia de las dos Españas me han interesado sobre todo los capítulos finales:
el proyecto de Estado de falangistas y católicos y como (en algunos casos, no
la mayoría) fueron llegando sus pensadores hasta posiciones democráticas (eso
sí, una vez alejados del Poder).
¿Cuál fue su actitud ante el
nuevo Régimen? Sobre los católicos, aunque también vale para los falangistas: “La
relación con ese Estado no tendrá nada que ver con la mantenida con la República: si entonces
chocaron diferentes estrategias, si en las alturas de la jerarquía pudo existir
una tendencia proclive a Acción Popular y otra favorable a Acción Española,
ahora la unidad relucía sin fisuras: la única estrategia, por todos compartida,
era sostener a Franco, convertirse en el más sólido puntal del Nuevo Estado”.
Franco, por encima de todo, quien
elegía entre la oferta de católicos y falangistas (también carlistas) lo que le
resultara útil para su mantenimiento en el poder. Con la derrota del Eje, el
falangismo pasó a un segundo plano, aunque el Dictador nunca se deshizo de los
falanguistas. “En 1945 ni militares ni falangistas servían para establecer relaciones
con el exterior; los únicos que podían desempeñar ese papel eran los
propagandistas, acostumbrados a viajar, a asistir a congresos internacionales”.
Es decir, como rostros del Régimen Martín Artajo a Relaciones Exteriores,
Ibáñez Martín continúa en Educación... Para el nuevo ministro de Exteriores,
Martín Artajo, España debía evitar el voto individual, los partidos políticos y
la libertad de expresión (no es el proyecto católico menos totalitario que el
falangista).
En ese momento de 1945 los falangistas,
que apenas tuvieron autores destacados antes de 1939, pensaban que la historia
acabaría condenando al olvido a los católicos (aunque ellos también lo fueran)
y a los monárquicos. No era una Falange liberal, como pretendieron después
Antonio Tovar, Laín Entralgo o Torrente Ballester. Pero cuando echan la vista
atrás mantienen posiciones liberales e incluso alguno (caso Ridruejo)
democráticas. “Recordamos o echamos al olvido según lo que el presente requiere
que hagamos con las huellas del pasado”, escribe Santos Juliá.
La lucha entre falangistas y católicos dio lugar
a dos retóricas, que Santos Juliá define como la España como problema (la de
los falangistas): “Los hombres de la
España como problema eran los mismos que, entre 1939 y 1942
se habían señalado por su voluntad de fascistizar el Estado, la sociedad y la
cultura”. Laín Entralgo, por ejemplo, pensaba que eran ellos, “los que habían
ganado la guerra, los nietos más jóvenes del 98, por haber participado de la
tragedia sin ser de ella culpables”. Mientras que Ridruejo “se tenía por
comprensivo porque pretendía destruir a sus contrarios asumiéndolos: “Ni
absolutistas ni liberales, ni tradicionalistas ni revolucionarios, ni
derechistas ni izquierdistas han sabido en España destruir a sus contrarios
asumiéndolos””. En las revistas literarias que publicaba, por ejemplo, Escorial trataron de “salvar” escritores
como Machado, Unamuno o Gasset “depurando” su obra de todo lo político que
consideraban nocivo.
La otra retórica, la de la España sin problema, era la
de Rafael Calvo Serer o Joaquín Ruiz-Giménez, también caídos en desgracia en
1956. Aunque extrajo una lección para sus miembros más jóvenes, los que se darían a conocer como generación del 48 por el Tratado de Westfalia, comienzo de los
males de la nación: “La inapelable derrota de la Tercera Fuerza sirvió al menos
para convencer, si no lo estaban ya, a otras corrientes dentro del Opus Dei de
que el ataque frontal y por sorpresa, la aspiración a mando a partir de una
plataforma propia, la organización de una fuerza en torno a periódicos,
revistas, editoriales, instituciones culturales, no era un buen camino para
llegar al poder si se acompañaba de combates ideológicos librados en público
con el propósito de conquistar posicones dentro del aparato del Estado, al que,
como todos los bien avisados sabían, se llegaba por otros caminos”.
Fueron esos otros católicos,
provenientes del Opus Deí, los que comprendieron que al Poder se llegaba
reclutados por quienes ya tenían poder, como le sucedió a Laureano López Rodó.
Solo en 1957 “cuando la crisis
abierta en febrero de 1956 estaba ya más que cerrada fue cuando los más
arrojados comenzaron a hablar, primero con reticencias y luego abiertamente de
democracia y probaron a ser, por primera vez, intelectuales en el sentido
original del vocablo: gentes que participan en el debate público con las únicas armas de la palabra y
la escritura”. En este momento se inicia el viaje hacia la democracia que pudo
durar décadas.
PD. Cánovas y la derecha española. Del magnicidio a los neocons es un libro interesante, si bien muy crítico con el pensamiento de derechas en España.
1 comentarios:
Me haré con esta obra, sin duda. Gracias por dármela a conocer
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