A un día de la Huelga General, ¿cuántos no trabajarán? ¿qué tanto por ciento mide el éxito o fracaso?... Si es que existe alguna posibilidad de éxito toda vez que el Gobierno ya ha advertido que no modificará ni una coma de la Ley. Además, los más de cinco millones de parados no pueden hacer huelga. Tal vez una gran manifestación, como colofón a la huelga, a la que se sumen los parados pueda considerarse una victoria para los manifestantes... si el objetivo real del 29 es contar cuántos se oponen al Gobierno popular. Un 30% (las encuestas de los llamados medios de izquierda dan esta cifra; los de la derecha más baja) y parte de esos cinco millones de parados (más los abuelos y los nietos) dan para varias páginas en los periódicos y unos minutos en las televisiones.
¿Suficiente? ¿Tiene algún valor una huelga de un día? Tal vez ético, incluso ético. ¿Pero una huelga de tan solo un día?
Ni como gimnasia (amago de gimnasia) revolucionaria. Una huelga debe prolongarse en el tiempo hasta que el Gobierno (o los huelguistas) se arrodillen (lo demás, un día, no llega ni a una excursión). Una huelga, como primera medida, siempre debería paralizar el transporte, el de pasajeros y, sobre todo, el de mercancías: trenes, puertos y aeropuertos. Cerrar por España el tráfico que desde África llega hasta toda Europa con la esperanza de que se produzca un contagio revolucionario (a la manera del que temía Floridablanca) en el resto de los países europeos.
Una estrategia de César o nada, sabiendo que, en caso de derrota, los trabajadores tardarán décadas en recuperar sus derechos y, sabiendo también, que en caso de victoria la economía quedará arruinada y también los trabajadores sufrirán las mayores consecuencias.
Pero quizá de la implosión de este sistema, de sus cenizas, se alumbre un mundo nuevo con una mayor participación ciudadana: más democrático, menos liberal.
Huelga salvaje, huelga que afecte durante largo tiempo a los puntos vitales de la economía española (y europea), gimnasia revolucionaria como la llamaban los anarquistas como preludio de la toma del poder. Y la decisión última del Ejército: a quién apuntarán las armas: ¿a la casta política, marioneta privilegiada del gran capital, o al pueblo (de donde viene el Ejército) que se manifiesta?
Pasó el tiempo de que una huelga de un día pudiera hacer retroceder al poder: se requiere otra clase de huelga, otra clase de respuesta.
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