Trescientos fueron los murcianos que marcharon a Madrid; trescientos los que se manifestaron pacíficamente en la capital de España aquella mañana de agosto...
Y al extranjero que los observó le pareció admirable que un 7 de agosto, cuando de la capital huían
hasta la ratas, los trescientos, que se le figuraban como Leónidas y sus espartanos, decidieran ocuparla con sus cánticos y banderas.
No entendía lo que coreaban a pesar de conocer el idioma ni tampoco el porqué de la protesta, aunque algo supiera de la Región de Murcia y de los problema de sus ciudadanos.
Así que, mientras se acercaba entusiasmado al grupo, pensando en qué términos hablaría a su regreso de los murcianos de dinamita, barajaba varias hipótesis:
La primera, los trescientos, la vanguardia pacífica de los murcianos, le pedía al PP que limpiara su partido de políticos implicados en causas penales. El extranjero sabía que el presidente de los murcianos, Alberto Garre, se negaba a que sus alcaldes, concejales, consejeros... dimitiesen salvo condena en firme. Y a su parecer Rajoy compartía el sentir de Garre. Además los trescientos no coreaban sus eslóganes frente a la calle Génova, donde se encuentra la sede del partido.
Y ya escuchaba algún cántico: "... no tiene un par de limones".
Se animó el extranjero con una segunda hipótesis: el campesinado murciano había llegado a la ciudad como esos aceituneros altivos de Miguel Hernández (al extranjero le sobraba literatura) a exigir el agua que tanto necesitaban, el trasvase que derogó aquel, el innombrable, ahora que la sed acuciaba el campo. Pero el Paseo de la Infanta Isabel, donde se encuentra el Ministerio de Agricultura, quedaba lejos. ¿La embajada rusa tal vez? Y miró si, intrépido, encabezaba la manifestación Ramón Luis Valcárcel, anterior presidente de la Comunidad Autóna y el héroe de la plaza en de Maidan en Kiev. Tampoco. No se trataba de una protesta por el boicot a los productos murcianos. Aunque el rojo pimentón con el que vestían y que manchaba sus caras le hizo avanzar aún con esperanza y más al escuchar un enrabietado "una región latiendo y la liga jodiendo".
Sabía que los expertos de Hacienda habían asegurado que Valencia y Murcia eran las comunidades autónomas peor tratadas, recibían menos gasto por habitante incluso que los sufridos catalanes. Así los trescientos, vanguardia murciana, en pleno agosto, se disponían a reivindicar que todos somos animalicos de dios. Allí, en la calle Hernández Tejada, como pudo ser en cualquiera otra porque daba igual donde prendiese la mecha de la protesta legítima murciana.
Entonces las voces se hicieron más claras; indignadas como si todos fuesen ancianos desahuciados, estudiantes sin beca ni mañana, parados en una de las pocas regiones de España donde aumentó en verano el paro, murcianos en el vagón de cola
"Sevilla Vigo indultado; Murcia ejecutado"; "Un sentimiento, dos palabras: Real Murcia"; "Samper, vete ya"...
El extranjero, que ya se fundía en un abrazo con los trescientos, que tenía en la boca nombres de héroes de antaño, comenzando por Viriato, se quedó parado frente a una joven con la cara pintada de rojo con el mismo color que se pintan en el mapa de Murcia los municipios donde puede campear la corrupción...
El extranjero se detuvo desalentado, recordó aquello de que España es el país donde se saldrá a la calle el día en que se cobren las perdidas... y se alejó cabizbajo de los trescientos que un 7 de agosto tomaron la capital.
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