Ayer viernes El País titulaba: "El jefe del CNI dimite tras vetarle un plan para depurar a 60 espías".
El CNI es el Centro Nacional de Inteligencia y Alberto Saiz era su director (ahora lo es Félix Sanz). El CNI se encarga entre otros temas del terrorismo de ETA, del islámico y de obtener información útil para España en cualquier parte del mundo (aunque nuestro ámbito de influencia sea la América Latina).
Dejando de lado las acusaciones de El Mundo por cazar y pescar a cargo del CNI (no sé si son ciertas: hay una investigación de Defensa, coordinada por la subsecretaria María Victoria San José que deberá depurar responsabilidades y, si ha habido delito, llevar a Alberto Saiz ante el juez), es evidente que un hombre en desacuerdo (o peleado) con sesenta de sus subordinados tiene problemas (él mismo reconoció el 20 de mayo en el Congreso de que existen en el CNI agentes descomprometidos) y que no ha sido capaz de dirigir con sabiduría el CNI.
Su petición de la depuración es justa. Falta ver, claro, si estos agentes descomprometidos intentaron hacer llegar sus quejas por cauces ordinarios y, ante la negativa, decidieron publicarlas en un periódico. Pero tiene razón el Gobierno en su decisión de que no es sensato que sea el propio Alberto Saiz quien se encargue de las depuraciones (no sabemos si los desencuentros eran profesionales o personales), sino su sucesor.
Con Alberto Saiz, al que la ministra Chacón no quería renovar (se lo impusieron), el CNI se ha parecido a la entrañable TIA de Mortadelo y Filemón: lo mismo un espía vendía secretos a Rusia que sólo habría una investigación sobre los vuelos de la CIA tras leer el periódico, que le expulsaban a unos espías de Cuba (está bien espiar a los cubanos, pero que no te pillen, digo).
La lucha contra ETA, en cambio, ha sido un acierto del CNI.
A partir de ahora, cuanto menos se hable del general Sanz, significa que el CNI está haciendo bien su trabajo.
El CNI es el Centro Nacional de Inteligencia y Alberto Saiz era su director (ahora lo es Félix Sanz). El CNI se encarga entre otros temas del terrorismo de ETA, del islámico y de obtener información útil para España en cualquier parte del mundo (aunque nuestro ámbito de influencia sea la América Latina).
Dejando de lado las acusaciones de El Mundo por cazar y pescar a cargo del CNI (no sé si son ciertas: hay una investigación de Defensa, coordinada por la subsecretaria María Victoria San José que deberá depurar responsabilidades y, si ha habido delito, llevar a Alberto Saiz ante el juez), es evidente que un hombre en desacuerdo (o peleado) con sesenta de sus subordinados tiene problemas (él mismo reconoció el 20 de mayo en el Congreso de que existen en el CNI agentes descomprometidos) y que no ha sido capaz de dirigir con sabiduría el CNI.
Su petición de la depuración es justa. Falta ver, claro, si estos agentes descomprometidos intentaron hacer llegar sus quejas por cauces ordinarios y, ante la negativa, decidieron publicarlas en un periódico. Pero tiene razón el Gobierno en su decisión de que no es sensato que sea el propio Alberto Saiz quien se encargue de las depuraciones (no sabemos si los desencuentros eran profesionales o personales), sino su sucesor.
Con Alberto Saiz, al que la ministra Chacón no quería renovar (se lo impusieron), el CNI se ha parecido a la entrañable TIA de Mortadelo y Filemón: lo mismo un espía vendía secretos a Rusia que sólo habría una investigación sobre los vuelos de la CIA tras leer el periódico, que le expulsaban a unos espías de Cuba (está bien espiar a los cubanos, pero que no te pillen, digo).
La lucha contra ETA, en cambio, ha sido un acierto del CNI.
A partir de ahora, cuanto menos se hable del general Sanz, significa que el CNI está haciendo bien su trabajo.
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