Amores con un extraño (Love with the proper stranger, Robert Mulligan, 1963) une a en pantalla a dos de las últimas leyendas cinematográficas: Natalie Wood, quien ya había protagonizado Rebelde sin causa y Esplendor en la hierba, y Steve McQueen, quien había participado en Los siete magnificos y La gran evasión, pero al que todavía le faltaban casi diez años para protagonizar La huida, con la que sería su pareja por excelencia: Ali MacGraw.
Al comienzo de la película, Wood se acerca a McQueen y le dice que está embarazada que le busque un médico para abortar. A partir de ahí conocemos la familia de los dos, sobre todo la de ella, italianos de otra cultura, con lo que se abre todavía más la brecha generacional. No estamos tan lejos del Rebelde sin causa, auque allí fueran jóvenes de instituto. Ni tampoco tan lejos de Marty, con su alejamiento del cine glamuroso y su intento de retratar personas corrientes. Ni McQueen ni Wood son gente corriente, pero sí el piso semiabandonado donde pretenden que aborte, o la familia: el padre, los hermanos, la mamma... de ella), ese final que parece rodado en la calle con los peatones normales (puede ser un truco, pero algunos miran directamente a la cámara).
Además, es por este McQueen por el que tengo más simpatía: el que al final de la película la visita en el centro comercial y duda si saludarla, se va, vuelve... todo esto ante la mirada de ella, que sabe que casi lo tiene: cómo juega ella con su pelo nos recuerda a otro corte de pelo, el de Veronica Lake. Lo prefiero, por ejemplo, al de Thomas Crown (donde Faye Dunaway se lo merienda: esa risa tan estúpida que le ponen, cuánto mejor su sonrisa pícara).
Conservadora en el fondo la película y el personaje de Natalie Wood (más que el de McQueen, aunque también más valiente), sin embargo, es un paso adelante en la comedia de Hollywood, añadiéndole drama y personajes "vulgares".
Robert Muligan dirigió Matar a un ruiseñor, pero también, y se olvida: El otro, La noche de los gigantes o Verano del 42. Es uno de los directores que provenían de la televisión y sin los cuales el Hollywood de los 70 hubiera sido imposible.
Al comienzo de la película, Wood se acerca a McQueen y le dice que está embarazada que le busque un médico para abortar. A partir de ahí conocemos la familia de los dos, sobre todo la de ella, italianos de otra cultura, con lo que se abre todavía más la brecha generacional. No estamos tan lejos del Rebelde sin causa, auque allí fueran jóvenes de instituto. Ni tampoco tan lejos de Marty, con su alejamiento del cine glamuroso y su intento de retratar personas corrientes. Ni McQueen ni Wood son gente corriente, pero sí el piso semiabandonado donde pretenden que aborte, o la familia: el padre, los hermanos, la mamma... de ella), ese final que parece rodado en la calle con los peatones normales (puede ser un truco, pero algunos miran directamente a la cámara).
Además, es por este McQueen por el que tengo más simpatía: el que al final de la película la visita en el centro comercial y duda si saludarla, se va, vuelve... todo esto ante la mirada de ella, que sabe que casi lo tiene: cómo juega ella con su pelo nos recuerda a otro corte de pelo, el de Veronica Lake. Lo prefiero, por ejemplo, al de Thomas Crown (donde Faye Dunaway se lo merienda: esa risa tan estúpida que le ponen, cuánto mejor su sonrisa pícara).
Conservadora en el fondo la película y el personaje de Natalie Wood (más que el de McQueen, aunque también más valiente), sin embargo, es un paso adelante en la comedia de Hollywood, añadiéndole drama y personajes "vulgares".
Robert Muligan dirigió Matar a un ruiseñor, pero también, y se olvida: El otro, La noche de los gigantes o Verano del 42. Es uno de los directores que provenían de la televisión y sin los cuales el Hollywood de los 70 hubiera sido imposible.
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