La semana pasada vi el documental Tears of Gaza (Lágrimas de Gaza) de una antigua modelo, Vibeke Løkkeberg (por la fotos de Internet lo fue hace mucho tiempo), que habla de los enfrentamientos que tuvieron lugar en 2009 entre palestinos e israelíes. Aunque descaradamente volcado a favor de los palestinos y sin ningún interés cinematográfico, creo que habiá que hacerlo.
Sin embargo, ayer leía en el País un artículo de Bernard Henry Levy: ¿Vuelve el antisemitismo? con un dato que yo ni sospechaba: "el equipo de esta producción no ha puesto los pies en Gaza y se ha conformado con empalmar las secuencias filmadas por unos cámaras bajo estrecha vigilancia de los milicianos de Hamás".
Quién que no tenga ya prejucios (entendiendo que un prejuicio no es bueno ni malo) favorables a Palestina (lo que ocurre con casi todos los europeos, izquierda y derecha aquejada del mismo racismo) se preguntará qué valor puede tener el documental. Además de la pura propaganda.
Hay un par de películas de Eran Riklis (Los limoneros y La novia siria) que reflejan, desde el punto de vista palestino o sirio, la situación de guerra que se vive y afecta lo más cotidiano (una boda que separará la familia, un limonero que debe desaparecer...) sin el maniqueísmo de Tears of Gaza. Y eso que se trata de ficción.
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