
La crítica a Capra puede tener su sentido para los que les interesa más la ideología que el cine y, pero en esta (Hanks no es Capra: tampoco Bardem fue Capra), como en las bíblica bienaventuranzas, como en gran parte del cine de Capra, el final feliz, en esta Tierra o en el Paraíso cristiano, así se anestesia la conciencia, se impide comenzar o continuar con la lucha. Las mejores comedias locas se produjeron en los años posteriores al crack del 29 y en Los viajes de Sullivan de Preston Sturges el prota-director al final descubre que los obreros quieren reírse en el cine, no adoctrinamiento.
El argumento, simple: un viejo (Tom Hanks) se queda sin trabajo (el que lo despide será más tarde despedido: el karma, que diría nuestro amigo Earl) y, con un divorcio a cuestas y sin dinero, decide regresar a la Universidad: economía y aprender a hablar con una profesora (Julia Roberts, excepcional podría haber sido su papel con un guión mejor que el escrito por Tom Hanks y Nia Vardalos (Mi gran boda griega)), mientras sus jóvenes compañeros de clase le enseñan a vivir y a vestir a la moda, a ahorrar gasolina con una moto en lugar del todoterreno... Un canto a las nuevas oportunidades, como en esa secuencia donde Hanks, que ha devuelto su casa al banco, ve, por el retrovisor, su casa con el cartel de se alquila, los muebles en la puerta esperando la venta, el rostro oscila entre la tristeza y la alegría: gana la alegría... Esa secuencia es la película.

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