Unos pocos nombres de mujer, una
cajita de madera con veintitrés cartas, el atentado del Corpus en Barcelona en
1896 y un héroe (o dos) que tienen mucho de antihéroe… en las cuatro o cinco
primeras páginas, dosificando los hechos, Luis Leante despierta la curiosidad
del lector y logra que viaje con él en Cárceles
imaginarias a otros lugares y otras épocas (en la ya amplia obra de Luis
Leante parece que continuamente busca en sus historias lo que fueran los
límites del Imperio español). Recurso tan importante como en Mira si yo te querré, de la que el
novelista caravaqueño decía: «El paisaje es esencial en la novela porque
acompaña a los personajes en su evolución en la historia. Va cambiando de un
paisaje urbano y moderno hasta llegar a la dureza del desierto y la calidez de
las dunas. Se podría decir que este es un personaje más de la historia».
Como un puzzle o como los
distintos flashbacks de una película hasta las últimas páginas de la novela no
conoceremos todos los hechos que engarzan pasado con presente y futuro en una
novela en la que bien podrían exclamar Matías Ferré o Ezequiel Deulofeu aquello
de «un juguete del destino» y en la que los secundarios cobran igual relevancia
que los de su anterior novela La luna
roja, de los que escribió Luis Leante: «Sin estos personajes la novela no
sería posible. En realidad, creo que cada lector debe elegir con quién se
identifica, o quién le resulta más cercano, o todo lo contrario. Después, la
historia cobra vida propia y los personajes no son más que mecanismo para
provocarnos sensaciones y crear atmósferas».
Tendremos que esperar a la
primera quincena de mayo («no hay una fecha concreta. Es posible que coincida
con la Feria
del Libro de Caravaca» a la presentación de Cárceles
imaginarias de quien el historiador Pedro Luis Angosto escribía en 2007
cuando recibió el Premio Alfaguara: «Luis Leante junto a Miguel Espinosa, son
el producto más fértil que Caravaca ha dado al mundo, sólo deseo que en un
pueblo que se suele mirar demasiado al ombligo, donde casi todo gira en torno a
tópicos monotemáticos, el ejemplo humano y literario de Luis Leante sea un
revulsivo para quienes vienen detrás o caminan delante». Un Pedro Luis Angosto,
por cierto, que ya es ficción: se ha convertido en personaje de Luis Leante.
Tendremos que esperar unos meses
todavía para que el novelista responda a nuestras preguntas, pero no para leer
sus Cárceles imaginarias con su poema
de Nicanor Parra abriendo el libro y esa portada con un hombre en una
encrucijada de caminos.
—«Porque el paso del tiempo no debe servir para enterrar la memoria de
los acontecimientos y de las personas que nos precedieron», escribe en Cárceles imaginarias que esta es la
labor del historiador, ¿también del novelista?
—Sí, también el novelista indaga
en el pasado, pero con otra mirada. La diferencia con el historiador es que el
novelista puede indagar en el pasado del individuo y utilizar la historia sólo
como un escenario. Y además puede permitirse unas licencias que en un
historiador sería un fraude. De ahí el peligro de leer la novela histórica como
si fuera un libro de historia. En este caso, hay acontecimientos reales
mezclados con la ficción.
—¿Cómo novelista se pone algún límite cuando mezcla personajes y hechos
ficticios con otros reales?
—El límite no existe. Por eso
quiero ser novelista y no historiador. En esta novela hay personajes reales,
pero la mayoría son ficticios. Incluso, en los personajes reales la ficción es
un porcentaje muy alto. Cuando creo un personaje de este tipo en una ficha
técnica, escribo con azul los elementos reales y en rojo los ficticios. Pero al
cabo de unos meses lo paso todo a negro y termino por confundirlo a propósito.
En ese momento es cuando empieza lo más interesante de la escritura.
—¿Qué le atrae tanto de otros países y otras épocas para, por ejemplo,
en esta última llevar al lector hasta Filipinas, Chile y Barcelona?
—Barcelona me interesó por la
importancia que tuvo hace más de cien años como altavoz de los movimientos
sociales que se produjeron en Europa. De Barcelona salieron muchos anarquistas
deportados y exiliados a Manila y a Valparaíso. De hecho, Valparaíso tiene
muchos elementos comunes con Barcelona: las dos eran ciudades portuarias,
cosmopolitas y modernas. Pero Barcelona supo superar el declive, y por el
contrario Valparaíso se quedó anclada en el pasado. Manila, sin embargo,
desapareció de la historia de España en 1898, al contrario que sucedió con
Cuba, con la que hubo lazos muy importantes a lo largo del siglo XX.
—¿Puede extraerse alguna enseñanza en la actualidad de los movimientos
anarquistas de finales del XIX y principios del XX?
—Me gustaría pensar que sí, pero
viendo el transcurso de los acontecimientos histórico a los largo de los
últimos cien años, me da la sensación de que hemos aprendido poco del pasado.
Es un tópico muy manido eso de que “conocer el pasado nos ayuda a no cometer
los mismo errores en el futuro”. Pero me temo que no es más que eso, un tópico.
Lo cierto es que somos capaces de lo mejor y de lo peor, tanto antes como
ahora. En cualquier caso, la novela no intenta dar claves ni llegar a ninguna
conclusión. Me da la sensación de que si hiciéramos una encuesta sobre este
asunto en nuestro país habría más de cuarenta millones de opiniones distintas.
—Jorge M. Reverte considera La
rosa de fuego de Joaquín Romero como el mejor libro de historia de los
últimos cincuenta años, ¿qué libro recomendaría a sus lectores para conocer
mejor el movimiento anarquista y esa Barcelona que llegaría a conocerse como
“la ciudad de las bombas”?
—Hay muchos libros interesantes
sobre este tema. Uno de los que me han resultado más útiles es Los anarquistas españoles, los años heroicos
1868-1963, de Murray Bookchin. En general, los mejores libros fueron
escritos por extranjeros. Pero la mejor historia del anarquismo se escribió en
la prensa de finales del XIX y comienzos del XX. El mejor libro de historia
para mí han sido las hemerotecas.
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