Hace un par de semanas, al salir
de un espectáculo, escribía Enrique Soler en su Twitter: «Las últimas 10 veces
que he estado en el Thuillier han repetido 4 personas (tengo nombre y
dirección). A esos les daba yo un #tomir2012» y se preguntaba para qué la Concejalía de Cultura.
Yo no estoy entre esos cuatro… y
me temo que tampoco nadie que conozca o que tenga posibilidad de conocer.
¿Cuántos recursos económicos e
ilusión malbaratada para que un actor interprete una obra sin público o las
exposiciones solo se visiten el día de la inauguración… y ahora sin vino y
saladitos para matar el aburrimiento?
No es que en Caravaca seamos
anticulturales. La Semana
del Teatro triunfa, y lo que fuera A la luna de Barranda, y la reciente
exposición de fotografías antiguas, y Concha Velasco. Pero no hemos encontrado
lo que podríamos llamar un mínimo común denominador del gusto: espectáculos que
atraigan por igual a públicos diferentes durante todo el año, no en fechas
estacionales.
Continuando con la cultura, otra
amiga me escribía sobre el cierre de los museos en Caravaca, de sus horarios tan
reducidos que son mínimos. Se quejaba.
Tampoco recuerdo haber entrado a
un museo caravaqueño, excepto en parejas, cogiditos de la mano, cuando nos
llevaba la seño. O por mi trabajo. A
las visitas les enseñó las Fuentes, el Castillo (sin pasar por la Calle Mayor, que da lástima y
vergüenza verla), el 33 de cañas… esa es mi ruta turística-cultural que acaba
en gastronómica y etílica.
Antes de que la Concejal y los técnicos
de Cultura pidan la baja por depresión, mejor si nos dan una miaja de ese
dinero a cada caravaqueño, o lo inviertan en servicios sociales, o lo ahorren
para pagar la púa con la UTE Caravaca.
Yo ya he empezado a guardar en la hucha los veinte durillos que me da mi abuela
después de misa para cuando me pidan mi parte de unos parques y piscinas que no
disfruto. Y de unas calles tan sucias que no quiero pisar.
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