lunes, 23 de abril de 2012

Fútbol contra el enemigo, de Simon Kuper

Con veintidós años el periodista Simon Kuper decide viajar alrededor del mundo para responderse a dos preguntas: "la primer pregunta que me formulé fue el modo como el fútbol influye en la vida de un país y, la segunda, de qué manera la vida de un país influye en su fútbol".

Veintidós países en nueve meses y con cinco mil libras esterlinas en el bolsillo: Camerún, Sudáfrica, Rusia, Escocia, Argentina, Estados Unidos, Croacia... no viajó ni a Asia ni a Oceanía. El resultado fue Fútbol contra el enemigo. Un fascinante viaje alrededor del mundo en busca de los vínculos secretos entre el fútbol, el poder y la cultura.
Publicado en Gran Bretaña en 1992, ha llegado a España veinte años tarde este libro que, explica en el prólogo Santiago Segurola, era compra obligada para los españoles amantes del fútbol que viajaban a Londres (en España hasta los últimos años no han existido libros decentes de fútbol). Ensayo que compara en importancia con la novela de Nick Hornby Fiebre en las gradas: "Si Hornby aproximó tanto el fútbol a la buena literatura que lo transformó en un fenómeno chic, Kuper señaló las infinitas posibilidades de un juego que puede observarse desde cualquier vertiente, porque si algo distingue al fútbol es su condición camaleónica".
Desagradable, pero ya parte de la cultura pop
¿Mantiene su vigencia? Se lee con el mismo interés que en 1992, más todavía porque conoces la trayectoria posterior de Robson; el papel de los equipos africanos hasta el Mundial de Sudáfrica; cómo acabó su carrera futbolística Gazza... Pero el mismo Simon Kuper, en el prólogo y en un par de capítulos que escribió con posterioridad a su viaje, cree que el fútbol en la era de Internet está acabando con el deporte entendido como la guerra por otros medios (a un aficionado al fútbol del Barcelona nacido en Uganda, ¿qué puede importarle el independentismo catalán? ¿se repetiría alguna vez un Alemania-Holanda como en el 88 o en el 90 - no ocurrió en los enfrentamientos de la década de los 70, más cercanos a la guerra- cuando los holandeses veían la victoria en el 88 como una redención de su humillación en la II Guerra Mundial: enfrentamiento Voller-Rijkaard; los holandeses tirando por los aires en plenos festejos sus bicicletas -los nazis se las robaron y lo recordaban así? ¿los insultos entre protestantes y católicos continúan teniendo un cariz religioso social cuando el 40% de los católicos escoceses se casa con un protestante o suponen un recuerdo de un enfrentamiento, igual de apasionado, el mayor del mundo, pero entre dos equipos, no religiones? ¿continuará el fútbol como elemento unificador de las nuevas -todas con muy corta historia y divisiones geográficas arbitrarias- naciones africanas si prefieren ver sus habitantes la Liga española y, sobre todo, la inglesa?
Reconoce que, de escribir este libro de nuevo, se centraría en ese aficionado globalizado como ese militar que conoce en Alabama y que es hincha, como él, del Ajax.
Pero capítulos como el dedicado a la figura brasileña del malandro, a Gazza, a la Argentina de Videla en el 78 y probablemente el único amaño de la Historia de los Mundiales, Robson y las diferencias entre el futbolista inglés y el holandés en el respeto al entrenador, Helenio Herrera y la pregunta de si el catenaccio solo puede surgir en Italia conservan toda su gracia. Igual que los dedicados a la Europa poscomunista alertan del fenómeno mafia y extrema derecha, que ya es común, y que en ese 92, con las esperanzas en la extinción del comunismo, pasaron inadvertidos para otros periodistas: "El Dinamo tiene permiso para exportar piezas de misiles nucleares, así como dos toneladas de oro al año y otros metales como platino", le cuentan.
Mi preferido: el capítulo 3, El disidente futbolístico, donde cuenta la historia de Klopfleisch, seguidor, sin poder verlo al vivir en la RDA, del Hertha de Berlin. "Este año cumpliré los 43. He pasado 41 años de mi vida en Alemania del Este que ahora siente como tiempo perdido, aunque íbamos tirando y a veces hasta lo pasábamos bien. Para nosotros al menos era un consuelo que la República Federal ganase tantas cosas. Además, siempre ganaban los equipos del Este y eso para nosotros era importante", reflexiona sobre su vida. Cuando cayó el Muro miles de alemanes del Este se echaron a la calle con la camiseta del Hertha; 59.000 personas lo vieron en su siguiente partido... en Segunda División. Y para el próximo partido el club invitó a los presidentes y los ejecutivos del Dinamo de Berlín y del Unión de Berlín (todos miembros de la Stasi". Como protesta, solo lo vieron 16.000 personas. Klopfleisch renunció a su carné del Hertha de Berlin. Todavía va al campo.

PD. Divertidísmo, repleto de anécdotas, con la espontaneidad de la juventud. Por echar en falta: un capítulo sobre los ultras y política (no tanto fascistas como los del Lazio o los Croatas, de los que escribe, ya habituales en muchos artículos), más bien los rojos como los del Livorno. El Ministro británico John Major al parecer simpatizaba con el Arsenal (en esa época no era el club atractivo de ahora) pero tuvo que mentir y fingirse aficionado del Chelsea. Mientras que el Presidente argentino Menem, un populista, reconocía su devoción por el River Plate, el club de los millonarios. Eso sí, su hija -la prensa lo recordaba de continuo- era hincha del Boca: órdenes de papá.

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