Un amigo, proclive a realizar promesas incumplibles cada noche que lleva dos copas de más, para que entendamos lo serio de su propósito, no duda en firmarla en cualquier papel que inevitablemente se lleva el viento. A la mañana siguiente, quién se acuerda.
Recuerdo leer en una biografía de Hemingway -pero tanto ha fantaseado él, desde acostarse con Mata Hari hasta... y tanto sus biógrafos, que no sé qué tendrá de cierto- que el escritor norteamericano prometió no volver a España hasta la muerte de Franco. No lo cumplió: ¿pudo su pasión por la caza, la buena mesa, los toros...? Pero aquí estaban, en Murcia, en septiembre de 1959 cuando le robaron la cartera. Lo cuenta Antonio Botías en Murcia, secretos y leyendas.
También hizo una promesa el artista colombiano Santiago Botero - la de no volver a España mientras se exigiese visado a sus compatriotas- y también por la mal llamada fiesta nacional la ha incumplido. ¿Qué fue de García Márquez, de Álvaro Mutis, de Darío Jaramillo, de Héctor Abad, de Fernando Vallejo y de William Ospina? El País, coincidiendo con el intento del presidente Rajoy de que no se les exija pasaporte a los colombianos en la Unión Europea, lo recuerda para los desmemoriados y el genial Fernando Vallejo, que no olvida ni permite que olvidemos, lo resume: Todos han regresado excepto él, que no calla una: toros, familia, premios... ¿Esa carta de 2001 de los intelectuales colombianos la escribieron tras una copiosa cena regada con abundante vino?
¿Los intelectuales deben comprometerse? Desde Zola, por lo menos, lo asumimos. Pero, ¿tiene algún valor añadido ese compromiso? En 1927, Julian Benda publicó La traición de los intelectuales en la que critica que los intelectuales jueguen el juego de las pasiones políticas y Raymond Aron publicó en los 50 El opio de los intelectuales que "nació del deseo de explicar la ceguera o abstención que se apodera de los espíritus brillantes en cuanto se trata de la URSS" y el conservador Paul Johnson ya nos advirtió el peligro de algunas ideas en sus biografías breves sobre intelectuales. Recientemente Duomo Ediciones ha publicado La huida de los intelectuales (reseña mía aquí) de Paul Berman: aunque el título pueda llevar a engaño, porque solo dedica una pequeña parte al tema, se plantea el porqué de que tantos intelectuales defendieran a Salman Rushdie y, en cambio, ahora Ayaan Hirsi Ali y otros no solo no encuentren, entre los suyos, quienes les apoyen, al contrario, pensadores fuera de toda duda como Ian Buruma se hayan mostrado más próximos a quienes les condenan (¿miedo a los fanáticos del Islam, a que los acusen de islamofobia, racismo...?).
El intelectual, en palabras de Sartre (del que Paul Johnson realiza un retrato demoledor), es aquel que abusando de la notoriedad alcanzada sale de su ámbito (la ciencia, la literatura, el arte...) para criticar a la sociedad, para reprender a los poderes establecidos. Como Madonna y el pezón turco.
Los colombianos que protestaron contra España autoexiliándose regresaron poco a poco; sin embargo, el gesto que tuvieron se perdió mucho antes. Nadie se acordaba de su promesa hasta que un periodista, en vista de la propuesta de Rajoy, tiró de hemeroteca. Gesto baldío, gesto inútil ya que no lo continuó una parte de la sociedad, sin ella detrás se asemeja a clamar en el desierto. ¿Cumple el intelectual alguna misión o tan importante en una democracia asentada? En principio, conocemos las leyes homófobas en Rusia pero, salvo unos cuantos, no se exigió el boicot a los mundiales o a los juegos de invierno; las puertas de las embajadas norteamericanas no las rodearon manifestantes protestando contra el espionaje masivo; si algo demuestra esta lista -con un García Márquez del que hace unos años, no tantos, nos interesaba por ejemplo su opinión de la Cuba castrista- es que su papel ya no tiene significado: en una democracia, la ciudadanía debe tener los medios y el conocimiento para suplir su función; en una dictadura el intelectual apenas representa, se le conoce más fuera que dentro, es carne de Nobel pero incapaz de que su acción produzca un cambio. Angelina Jolie y la masectomía; George Clooney y Darfur; Matt Damon y el fracking responden mejor a la definición de intelectual aportada por Sartre que el Nobel colombiano aunque Vargas Llosa en su Civilización del Espectáculo critique este empobrecimiento.
Terminaron los intelectuales colombianos su carta de 2001: "quizá un día nosotros (en ese riquísimo territorio donde ustedes y nosotros hemos trabajado, sufrido y gozado) tengamos también que abrirles a los hijos de España las puertas, como tantas otras veces ha ocurrido en el pasado". Cuánta razón tenía la carta colombiana, aunque sus firmantes, hombres antes que intelectuales, no se atuviesen a sus principios.
0 comentarios:
Publicar un comentario