Juanes, Miguel Bosé y un sinnúmero de artistas de este y del otro lado del Atlántico ofrecieron un concierto en La Habana con el pretencioso título de «Paz sin Fronteras». El embrujo de Cuba sobre ellos no varía un ápice: a veces aparecen nuevas estrellas como Chiapas o Venezuela, pero tarde o temprano sólo queda Cuba. No es lo mismo, dirán, Víctor Manuel y Orishas: los segundos no son voceros del Régimen y, por otro lado, ABC publicó que estuvo a punto de suspenderse el concierto por el intento del castrismo de colocar a sus «eternizadotes del pasado en copa nueva» (por usar su Silvio que también estuvo) en primera fila para gritar sus consignas. Sin embargo, los artistas: desde el poeta Shelley hasta Maradona, con un punto de ingenuidad o soberbia, creen en el poder de la palabra y la música para transformar el mundo. Imbuidos de esa visión mesiánica son presa fácil de dirigentes sin escrúpulos y pronto pasan a ser tontos útiles o, en la jerga anticomunista, compañeros de viaje. ¿Para qué ha servido el concierto? Para que los jóvenes cubanos muevan las caderas. ¿Era necesaria tanta solemnidad? ¿Prometer otro concierto en la frontera entre México y Estados Unidos o haber celebrado el primero entre la venezolana y la colombiana? Parece que no. La Intelligentsia, como ha demostrado Orlando Figes, prendió la llama de la revolución rusa y, en muchos casos, ardió en ella; y Paul Johnson, en Intelectuales, cita algunas de las lumbreras del pensamiento occidental y sus ideas apocalípticas. De izquierdas todos. Sólo que para el periodista norteamericano la Santísima Trinidad la conforman Juan Pablo II, Margaret Thatcher y Ronald Reagan.
El problema es que también algunos políticos actúan como tontos útiles y resultan más peligrosos que los artistas. Pongamos por caso nuestra reciente democracia: el papel que jugó Aznar en la división y sumisión de Europa a los norteamericanos, la entelequia de la alianza de civilizaciones de Zapatero y el desprecio con que fue recibida por quienes se aprovechaban. Tontos útiles, pero no nos hacen mover las caderas.
El problema es que también algunos políticos actúan como tontos útiles y resultan más peligrosos que los artistas. Pongamos por caso nuestra reciente democracia: el papel que jugó Aznar en la división y sumisión de Europa a los norteamericanos, la entelequia de la alianza de civilizaciones de Zapatero y el desprecio con que fue recibida por quienes se aprovechaban. Tontos útiles, pero no nos hacen mover las caderas.
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