«¡Rockeros: el que no esté colocado, que se coloque... y al loro!», la frase es de 1984 cuando Tierno Galván buscaba el voto entre los jóvenes. Se trataba de la Movida madrileña. O más bien de su funeral: cuando un gobernante encabeza una manifestación, asiste a un concierto, nombra la palabra cultura… la degrada. Pierde su espíritu de rebeldía el arte subvencionado. Pero, por otro lado, sin ayudas serían imposibles conciertos gratuitos como el MTV de Caravaca. Este festival (como otros a los que asisto) fue una pequeña Disneylandia donde nos reunimos unas miles de personas. En un momento dado, había más jóvenes fuera del recinto que dentro. La mayoría haciendo botellón o botelleo sin que nadie les molestase a pesar de que saltaba a la vista que muchos eran menores de edad.
Las políticas represivas en materia de droga y alcohol se obvian hipócritamente por un bien mayor: llámese dinero, votos... Con los precios de bares y discotecas, sus Paquitos el Chocolatero y el licor adulterado, la opción adecuada es la de habilitar zonas en la ciudad donde reunirse sin molestar a los vecinos. Las calles cercanas al escenario cumplieron su función, como también sirvieron de urinarios (en este aspecto el recinto estaba bien preparado). El problema es que en España hay una edad mínima para beber y hay una obligación por parte de las autoridades de impedir que esos jóvenes beban, aunque no existan ordenanzas municipales que regulen el consumo de alcohol en la calle. Pero parece que en determinadas fechas no importa, como en el concierto de Second o en el de Mika.
¿Han pensado los caravaqueños lo fácil que le sería a un fotógrafo empapelar un periódico con imágenes de adolescentes ensetadosla Noche de las Migas? O en la televisión: graban temblorosos esos especiales tan cool de pueblos en fiestas y se encuentran a la hija de la vecina y a la propia encurdeladas. Después los «madres mías, vaya imagen tan “santa” que estamos dando».
La Ley se cumple o se cambia. Pero nunca debe aplicarse según sople el viento.
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