domingo, 22 de mayo de 2011

El caso von Trier: moralidad y arte en Cannes


Presentación de Melancolía en Cannes
Escribía el enviado especial de El Mundo a Cannes que acontecimientos cinematográficos serían el día que Malick hable y el que Von Trier calle. Este último reconocía en una entrevista que le hacía el periodista de El País Belinchón que es un bocazas. Con Anticristo se declaró el mejor director del mundo y ahora ha hecho sus declaraciones sobre los judíos.
Se ha intentado dar una explicación del tipo psicoanalítica sobre su padre que no me convence. Es un caso más del artista que intenta epatar a su público burgués. Ni más ni menos.

Sin embargo, la ola de indignación que tiene lugar en Francias es, ante todo, una muestra de hipocresía. Han tenido que pasar décadas para que los historiadores comenzaran a hablar del Régimen de Vichy y su trato a los judíos y otras minorías o de la importancia que han tenido personajes como Gobineau en la aparición de un racismo de tipo seudocientífico. En 2010 Roselyne Bosch dirige La Rafle (película sobre la redada de judíos (franceses) en el Velódromo), que ha sido un éxito. De la represión en Argelia no recuerdo ahora mismo ninguna. La depuración apenas se produjo ni en Francia, ni en Alemania, ni en Italia, ni en Austria. Es cierto que en Alemania se habló más sobre el nazismo pero, como contaba Adorno, al poco de regresar tras la II Guerra Mundial la mayoría de los alemanes estaban convencidos (sin ironía) de no tener nada que ver con el nazismo. La "excepción" española, de tabla rasa con el pasado, no es cierta.
Sin embargo, los franceses con su memoria con Alzheimer han decidido en erigirse en una especie de conciencia de la sociedad, castigando a quienes dan una visión de la Historia o de cualquier otra arte que no tenga que ver con el relato idealizado. Frente a ello surgió el Manifiesto Appel de Blois: «en un país libre no es competencia de ninguna autoridad política definir la verdad histórica ni restringir la libertad del historiador mediante sanciones penales». Entre los primeros firmantes de este manifiesto se encuentran historiadores tan prestigiosos como Le Goff, Hobsbawm, Deyermond, Badinter, Ozouf, Winckler…
Lo que vale para el historiador debería valer para cualquier persona y, en el caso del artista, no juzgar su obra por razones morales: el muy presente este año Celine, pero también Rimbaud o Sade y tantos otros... Es ahí donde debe juzgarse a Von Trier: no he visto la última ni la anterior de Anticristo. En general no me entusiasma su cine, pero tiene una gran virtud: no bebe de la socialdemocracia políticamente correcta: solo así se explican esos dos puñetazos que son Dogville y, sobre todo, Manderlay: ¿los esclavos nuevos esclavistas? Solo Haneke entre los europeos ha fustigado tan a conciencia nuestra propia complacencia (o a lo mejor el Polansky de Sigourney Weaver y la torturada que tortura).
Von Trier es un narcisista que, como comenta el periodista de El Mundo, mejor callado, pero que la caza de brujas la inicie la Francia que ha embellecido todas sus mentiras (y son demasiadas en el XX) o el Sarkozy que hablaba de exámenes de identidad resulta vomitivo. El arte puede ser moral o no. Lo que resulta un peñazo en el cine es la moral sin arte; lo que Pauline Kael acusaba al cine de izquierdas europeo y que parece han decidido resucitar en Cannes.
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