Una amiga hablaba con entusiasmo de su primera cosecha de patatas (no llevaba la foto en la cartera para luego mostrarla, como Robert Mitchum con sus plantas de marihuana, orgulloso como si se tratara de sus hijas). La primera, a la que seguirán otras, y otros cultivos: ella que soñó con vivir en Marinaleda mucho antes que el robo de este verano llevara a primera página la utopía o la dictadura comunista, según el humor de quien escriba, de ese pueblecito de menos de tres mil habitantes.
Yo, en tiempos mozos, cantaba aquello de Andalucía entera como Marinaleda (Reincidentes) y esa otra de Barricada, Campo amargo. Pero ni entonces sentí añoranza de aldea, en cambio, sí tuve conciencia de que las utopías rápidamente degeneran en distopías.
Sin embargo, nuestros gobernantes (comenzó el PSOE, apuntilló el PP) han roto ese pacto no escrito entre capital y trabajo que benefició a ambos (muchísimo más al primero) y que produjo el llamado milagro europeo y contuvo el comunismo. Algo debe cambiar y, como quedan pocas dudas de quién puede sacar los tanques a la calle, quién ordenará apretar el gatillo, quién obedecera (el soldadito boliviano, a quien cantaba Nicolás Guillén, lo tuvo claro) a los pobres tan solo les queda buscar espacios de ínfima libertad: apostar por el zapatero, el afilador..., aunque sepamos que la mayoría de los productos han sido planificados para que su tiempo de vida útil sea muy limitado (obsolescencia programada); intercambiar alimentos (el que caza, el que pesca, el que cultiva...) o la casa para las vacaciones (vale, esto último lo he sacado de The Holiday, la peli de Nancy Meyers, pero es que las mejores ideas siempre se encuentran en Hollywood). O ese proyecto que nace en Cehegín: el Banco de Tiempo, cuya moneda de intercambio es la hora: se inscribe un fontanero, se inscribe un profesor de inglés. El primero le instala el jacuzzi al segundo; el segundo le enseña al primero las palabras apropiadas para cuando tome el té con la reina Isabel. Y después una tortillica con las patatas de la huerta de mi amiga.
Que roben ellos; cuando llegue nuestra hora redistribuiremos riqueza.
Reincidentes en Marinaleda (el sonido es malísimo)
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