Continuando con el artículo Periodismo sentimental: Ruth, Jose y McAvoy, criticamos, sin razón, que se decrete a golpe de titulares que es lo mismo que decir: a golpe de calamidades: los incendios de este verano y el político de turno que se apunta un tanto al pedir el endurecimiento de las penas o, como cada vez que asesinan a un niño o se descubre una red de pederastia, la cadena perpetua o la pena de muerte.
¿Pero qué mejor momento para informar sobre si las leyes actuales resultan efectivas o si funcionan las medidas de seguridad que cuando se perpetra un crimen? Lo que ocurre es que el periodismo, en su mayor parte, lo limitamos a un cruce de declaraciones, no a un debate más amplio: retomando el capítulo de The Newsroom y la madre que asesina a su hijo: las leyes no permiten a la mujer abortar, pero tampoco procuran educación y alimento al recién nacido. Y, en plan demagógico, una sociedad que exige carné para tener cierto tipo de perros por su peligrosidad, ¿por qué permite que cualquiera se convierta en padre o madre?
Un niño asesinado u otro malnutrido pueden ser la cara de un problema mayor y las personas nos identificamos con nombres y apellidos antes que con estadísticas: las cifras de pobreza, por ejemplo, los jóvenes sin empleo...
El periodismo sentimental nos lleva a publicar la Carta de la madre de Ruth y José. Quizá no exista mayor perversión del periodismo que publicar una carta de una mujer (con toda su dignidad) a unos hijos ya muertos. Ni tan siquiera cobra sentido en periódicos de corte católico: la oración no tiene mayores posibilidades de ser atendida por publicarse en un medio.
Publicar la Carta de la madre de Ruth (ya ha perdido su nombre, es "la madre de Ruth", como en Caravaca existe "la madre de Mari Cruz") resulta un sinsentido, pero en Caravaca de la Cruz yo por lo menos he publicado cosas parecidas: las actuaciones de una madre, enferma de dolor, a la que asesinaron a su hija. ¿Cómo negarle a una madre que acude a ti la publicación de cualquier iniciativa, incluso sus fantasías? Pero, por otro lado, ¿pensamos (pensaba) en los vivos? ¿Si para ella, al final, no hubiera sido mejor dejar de publicar información sobre la muerte de su hija y su asesino cuando no hubiera ninguna novedad?
Pensar en los vivos. Los hijos, el resto de familiares que, aunque tal vez resulte imposible, pretendan no recordar o, por lo menos, no avivar cada mañana el recuerdo con noticias en el periódico que solo apelan al sentimentalismo: a que todos somos padres, madres o hermanos o amigos...
En el caso de Mari Cruz y su madre, yo me comporté como los periodistas que ahora critico con la madre de Ruth y la información del caso.
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