De pequeño nos llevaban al Niño
Pobre. Recuerdo las manos enrojecidas de cargar con bolsas de garbanzo
y litros de leche (nada que ver con el radicalismo chic de la cantante MIA que llevaba té y barritas de chocolate Mars a los indignados londinenses).
y litros de leche (nada que ver con el radicalismo chic de la cantante MIA que llevaba té y barritas de chocolate Mars a los indignados londinenses).
Fue una maestra, doña Manuela
Espinosa, la que ideó el Niño Pobre en otra posguerra. Aunque en esa época
niños pocos: ancianos y monjitas que recibían nuestros regalos e, imagino, con
más ilusión las pocas horas de compañía.
Este año se adelanta la
solidaridad en la comarca: conciertos de Navidad con fin recaudatorio para
Cáritas o Cruz Roja, bibliotecas que indultan
(no se alarmen, no como el Gobierno a políticos, banqueros y policías) a
quienes llevan el libro con retraso a cambio de comida para los que no tienen que
llevarse a la boca.
La caridad no deja de ser un
parche, mientras aumentan las desigualdades sociales. Una forma de blanquear la
imagen, como el dueño de Zara y su donativo a Cáritas. O Bill Gates (el
altruismo es más propio de los países anglosajones) Pero otros muchos ni tan
siquiera para domeñar la conciencia.
¿Llevarán los niños de hoy sus
bolsas cargadas de comida a las residencias y asilos o con un 21,6 por ciento de la población española (cifras de 2013) en riesgo de pobreza y con 2,7 millones de niños en riesgo de exclusión social ya ni las bolsas de lentejas se
pueden regalar?
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