“En términos de corporativismo y clientelismo se explica bien el nacionalismo” escribe en El País el historiador José Álvarez Junco acerca de Cataluña.
El autor por “clientelismo” entiende el “intercambio extraoficial de servicios y favores entre el Gobierno y ciertos grupos -básicamente, prestaciones a cambio de lealtad política-”, mientras que “corporativismo” es “la tendencia de un grupo a reforzar su solidaridad interna anteponiéndola al interés general de la sociedad”. Otro autor, cuya obra se ha centrado en el nacionalismo, Francesc de Carreras explica que en un régimen “si la vulneración de las leyes democráticas comporta sanciones legales, la vulneración de las normas del régimen comporta la exclusión de la comunidad, la consideración de traidor”. Ambos autores escriben sus artículos pensando en el régimen nacionalista de Pujol y algunos de sus mecanismos de defensa, como sucedió en el caso de Banca Catalana.
Sin embargo, leyéndolos, uno estaría tentando de aplicar los términos “clientelismo”, “corporativismo” y “régimen” a nuestra realidad más próxima.
¿Qué es la Región de Murcia sino un régimen donde la discrepancia en determinados asuntos -”asuntos de “Estado”- se convierte en traición: el agua para todos, por ejemplo?
Cuando más cercano el Poder más difícil resulta la disensión; más fácil que brote la corrupción, pero más que la corrupción, el estado previo del clientelismo (“la recompensa para el cliente es la vinculación con la causa, la integración en el grupo; aunque el que recibe el marchamo de leal también se beneficia con becas, prestaciones o subsidios” José Álvarez Junco).
El presidente de la Comunidad Autónoma, Alberto Garre, poco a poco, va dejando caer sus ideas de regeneración democrática que también podrían entenderse como de salvación popular: entre ellas, además del aumento del número de circunscripciones, la posibilidad de limitar el mandato -su mandato- a ocho años.
Una idea digna de someterse a estudio, aunque convendría comenzar por la “administración más cercana”, cuya misma cercanía al ciudadano favorece -o hace posibles- las prácticas de clientelismo y corporativismo que denuncian los dos autores para el caso del nacionalismo (catalán).
En grandes ciudades como Barcelona puede uno ocultarse del régimen; en pueblos pequeños cuando el partido se transforma en régimen pocas opciones de escapar quedan.
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