"La mayoría con ropa muy vieja, alpargatas rotas..., pero lo que más me gustaba era ver los piojos saltando de cabeza en cabeza y pegándose por la ropa, y a la gente acabando con ellos hincándoles las uñas allí mismo", recuerda en la posguerra Teresa Calvache la cola en la tienda de Luis del Bacalao cuando los vales de racionamiento. Regresaron las colas a Caravaca, ahora en Cáritas, junto a la iglesia de La Concepción; colas que ya no distinguen entre lugareños y extranjeros.
A la niña Teresa le gustaba ver a los piojos saltar, y le molestó que le prohibieran (por su bien) acudir a la cola. Otro niño, Gil de Biedma, recordaba unos años antes, los de la Guerra, como los más felices de su vida. Extraños los niños, que encuentran la esperanza hasta en el horror. No sé en la del poeta catalán (de buena familia), pero en la España de Teresa Calvache se pasaba (no Teresa, cuya familia era propietaria de una panadería, pero escribe con deleite de las naranjas, los bocadillos de Alfonso o de Carricos, la prebe picante que debe acompañar a las migas..) hambre.
En la España de 2012 tres de cada diez niños viven en la pobreza. Comienza el curso escolar y quizá algún niño se separe del resto en el colegio y envidie el bocadillo que toman, él que no tiene almuerzo (ni la leche en polvo que, gracias a los norteamericanos, bebían los niños de la edad de mi madre).
Piojos no tendrán estos niños de 2012: al fin y al cabo para eso nuestros abuelos vencieron en la Cruzada y nuestros padres realizaron una Transición ejemplo para la posteridad. Tampoco ningún arbitrista propondrá,como Jonathan Swift en Una humilde propuesta (1729), alimentarse con la carne de los pobres: "muy apropiado para los terratenientes, quienes, como ya han devorado a
la mayoría de los padres, parecen ser los que más derecho tienen a los
hijos". Pero incluso a pesar de que nadie ha declarado la guerra los niños del mañana vivirán el hambre y las carencias de una posguerra.
0 comentarios:
Publicar un comentario