Un 28 de
enero de 1813 apareció en Inglaterra un libro de autora desconocida, cuyo
comienzo (“es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor
de una gran fortuna, necesita una esposa”) es tan conocido como el del Quijote
en España.
Solo
que Orgullo y prejuicio aún se lee, se plagia, se
pervierte; aún crea tendencias en apartados como la moda, hasta polémicas en
vasos de agua (Lizzie Bennet cazazombies; el beso con Darcy en la versión paraEstados Unidos de Joe Wright...), se continúa por autoras de éxito (La muerte llegaa Pemberley de PD James), mientras que, no ya El Quijote, sino la novela decimónica
española o las tramas ambientadas en el pasado, como Gran Hotel, apenas traspasan
nuestras fronteras.
Las
fronteras de España, porque el mercado de lo español parece vedado (con sus 495
millones de hablantes), como para la América de habla española se le cierra el de
España. ¿Prejuicios? ¿Falta de una historia y cultura común que atraiga a los
hispanohablantes y que se pueda exportar?
Mientras
Gran Bretaña nos vende sus clásicos y, si no los tiene, crea nuevos (Downton
Abbey, Pétalo Carmesí, Flor Blanca...), TVE a punto estuvo de no emitir la
exitosa Isabel. Y para qué hablar de nuestros clásicos modernos como Alatriste o Víctor Ros.
El
Instituto Cervantes o la Fundación Telefónica en sus informes económicos han
señalado que la lengua “no solo es el gran tesoro cultural de España, sino también
un importante renglón de la economía nacional y de la generación de empleo”,
algo de lo que se han olvidado tanto en la Cumbre de Cádiz como en la de Santiago
de Chile.
No
conozco ninguna Jane Austen española (en Europa solo los diarios de la malograda
Anna Frank me la recuerdan), pero en un país cuyo Gobierno le ha declarado la
guerra a la cultura solo puede crecer como un cactus en
el desierto.
Trailer del Orgullo y prejuicio de Joe Wright
0 comentarios:
Publicar un comentario