sábado, 30 de enero de 2010

¿A quién temen?


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En España los referendos tienen mala fama porque huelen a franquismo. A que saliera lo que quería el Poder siempre por goleada.
No vivimos en una democracia directa: votamos cada cuatro años y, durante ese tiempo, quienes gobiernan pueden hacer y deshacer a su antojo. Si no, tomen como ejemplo la Guerra de Iraq y las memorias de Alistair Campbell, portavoz de Blair: «En España, un 4% apoyaba la intervención sin una segunda resolución de la ONU; un 23%, con ella. Tony Blair le dijo a Aznar que un 4% era la cifra que se desprendería de una encuesta en la que se preguntase a la gente si creía que Elvis estaba vivo, por lo que tenía dificultades ». Algunos pensamos que nos hurtaron esa posibilidad, como ahora la de votar los distintos estatutos que anuncian cambiar el Estado de las Autonomías o esa «carta otorgada» a modo de Constitución europea.

Sin embargo, los gobernantes españoles no quieren hablar de referendos, mientras la oposición se muestra encantada: la cadena perpetua, el papel de los inmigrantes… Todo nace de una desconfianza hacia la ciudadanía, una concepción del poder parecida al despotismo ilustrado, como si nos guiáramos por nuestros más bajos instintos. Exhiben resultados como en Suiza o California, los minaretes y el rechazo a los matrimonios gays, además del miedo siempre real a que las mayorías atropellen a las minorías: ¿quién no votaría por desplumar a los banqueros y, todos a una, repartirnos su dinero?
En Estados Unidos, por ejemplo, las votaciones que han realizado los distintos estados en los últimos años van desde permitir o no alimentar a los osos en Yellowstone (¡palabra!) hasta la legalización de la marihuana. Un buen modelo para España, donde deberíamos empezar desde abajo, desde los municipios: que en uno cualquiera sean los propios vecinos quienes decidieran si quieren o no almacén nuclear. Pero la «alta política» ya ha decidido que necesitamos tutores.
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