viernes, 2 de julio de 2010

Mi casa de comidas

La progresión sigue una lógica: la crisis afecta primero al inmigrante ilegal, luego a los trabajadores temporales, a los que se aproximan a la jubilación y, en último lugar, al indefinido (con suerte le propondrán una reducción de salario). Fin del sueño del proletariado que vivió como un burgués el milagro económico. 

¿Pero qué milagro cuando el informe Foessa sobre exclusión y desarrollo social en España nos informa de que entre 1994 y 2007 (Aznar y Zapatero, tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando) no se redujo la desigualdad y la pobreza? Y qué esperar ahora con Rajoy
El español tiene alguna vía de escape: la casa de los padres, Cáritas, el funcionariado… la política (para la que no se exige estudios). ¿Y el inmigrante que no se conformó con asear a nuestros abuelos, recoger nuestros sembrados o trabajar en el andamio? Le queda volverse a su país antes de que lo criminalicen: «atraca a los españoles, colapsa la Seguridad Social, nos roba las mujeres (o los hombres)». Nadie se acuerda de su contribución al «milagro», y no fue él (que yo sepa) quien transformó en privado todo lo público (y se lo regaló a sus amigos), redujo algunos impuestos y suprimió el de Patrimonio (Isabel como Fernando…). Pero él es quien primero ha pagado los platos rotos.
Llevo dos semanas yendo a mi casa de comidas (regentada por extranjeros) y siempre encuentro la puerta tancada. Ni un cartel que diga: «Cerrado por vacaciones» o «Nos ha tocado la lotería y vamos a disfrutar el milagro». Bajarían las persianas furtivamente y a lo mejor hasta se marcharían con una extraña sensación de fracaso en el estómago: «todos ricos menos nosotros». Y la verdad es que en España sólo se han enriquecido los especuladores y algún político.
De todas formas, mañana volveré a pasarme por la casa de comidas y tal vez la encuentre abierta (ironía, hermano).
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