jueves, 25 de junio de 2009

El cantón en el Noroeste de Murcia

El único acontecimiento de la historia contemporánea murciana que se estudia como un suceso importante en la española es el cantón de Cartagena. O como prefieren los historiadores: el cantón murciano de Cartagena.
Se conservan las actas capitulares de ese año 1873 de todos los pueblos de la comarca del Noroeste. Por tanto, sería curioso saber si jugaron algún papel en la proclamación de la I República y del cantón.
Resumamos brevemente qué ocurrió en España y la región: En 1868, una revolución expulsó a Isabel II y trajo una nueva dinastía, la saboyana, con Amadeo I. Para Engels, “el primer rey huelguista” de la historia. Cuando éste abdicó, se declaró la I República un 11 de febrero de 1873. En España además tenía lugar una guerra civil entre carlistas ultraconservadores y liberales. Y cristalizaba un movimiento obrero con los enfrentamientos en Alcoy entre trabajadores y la ley. Alcoy era la ciudad donde se encontraba la Sección Española de la Internacional.

La revolución cantonal nació en Cartagena entre los días 9 y 12 de julio. No fue la única ciudad española. Pero tenía buenas defensas y en su puerto los barcos más potentes de la armada, que se unieron a la insurrección. Además, el Gobierno debía andar con cuidado para no destruir su propia fuerza naval.
La ciudad de Murcia se unió el 16 de julio, y con ella los pueblos y ciudades de su zona de influencia. Esto es importante, porque cuando la capital decida rendirse sin resistencia, la seguirán también. Murcia no tiene buenas defensas naturales y los partidarios del cantón huyeron a Cartagena.
¿Qué ocurrió en el Noroeste? Cercana a la comarca, se encuentran las ciudades de Lorca y Águilas, cuya actitud claramente contrarrevolucionaria, impidió que actos parecidos se produjeran aquí. En cambio, el miedo a las partidas carlistas sí tuvo su importancia. Hay que decir que los carlistas, sin una posibilidad real de hacerse con el poder, se comportaban como bandoleros.
En Caravaca, por ejemplo, no se ve un efecto directo de la República o del cantón. Sin embargo, la vida municipal se paralizó. Se sucedieron tres alcaldes en un año: Enrique Melgares, Miguel Ibáñez y Emilio Escalante Fernández. Faltaban miembros a la corporación. Y no se encontraba dinero para pagar a los serenos, mientras que había problemas para elegir al capellán del Santuario. Finalmente, el gobernador civil, tomando cartas en el asunto, destituyó a toda la Corporación y nombró alcalde a Juan de la Zafra. Partidas carlistas dirigidas por Roche y Aznar merodeaba por los alrededores.
En Cehegín, tras el triunfo de la República, se crea una Junta revolucionaria que toma como primeras medidas la supresión de impuestos impopulares como el del vino, el aguardiente y el aceite. Además, destituye a funcionarios y guardas de monte. Sin embargo, ante la ruina en que se encuentra el Municipio, deben crear nuevos impuestos. El pueblo, por otro lado, se une para esconder a sus mozos y caballos, llamados por las autoridades para combatir a los carlistas.
Moratalla no se sumó al movimiento cantonal. Pero recibió con el mayor de los entusiasmos la República, alzando una bandera que decía “viva la República Federal, y pena de muerte al ladrón, al asesino, y al incendiario”. También fue la única que sufrió dentro del pueblo la violencia carlista. El 12 de septiembre de 1873, el alcalde fue atrapado en su casa. Antes de que los vecinos pudieran reaccionar, los carlistas se llevaron armamento, fondo y municiones. Como curiosidad, rompieron una placa en la plaza donde se leía Libertad. Los carlistas serían los integristas de hoy. Meses más tarde, un encuentro entre un grupo de carlistas, comandados por Antonio Santoyo de Nerpio, y formado mayoritariamente por esparteros del Chopillo, se enfrentó a tropas leales al Gobierno, con el resultado de 8 carlistas muertos y 216 prisioneros. Como muestra de que a pesar de lo alejado de la política nacional, en Moratalla se seguía con interés los grandes debates: a principios de 1874, mandaron una felicitación al gobierno por su proyecto de abolir la esclavitud en Puerto Rico.
En Bullas, también se proclama la República y, al tener noticias de que los carlistas merodeaban el pueblo, deciden pagar por adelantado los gastos del ayuntamiento, para que así no encuentren dinero que llevarse.
Siguiendo a Antonio Pérez Crespo, se puede decir que los municipios de la periferia se agotaron en organizar las milicias. A lo más que se llegó fue a que durante un tiempo coexistieran dos poderes que se decían legítimos: el anterior a la República, que sin problemas le juró fidelidad, y uno nuevo a partir de Juntas Revolucionarias. En ninguno de los pueblos se ven señales de anticlericalismo que estamos acostumbrados a relacionar con la República, aunque más bien con la II. La vida religiosa continúa.
Volvamos entonces a Cartagena para saber como acabó lo del cantón.
El resto de las ciudades levantadas fueron cayendo. Desde Cartagena, contando como único pero muy importante recurso con la armada, amenazan bombardear y de hecho bombardean otras ciudades del litoral como Almería, Málaga y Valencia si no les dan moneda, armamento y municiones. Pero este último envite no les da resultado. El 6 de enero de 1874 la ciudad cae.
Dejemos la palabra a Friedrich Engels quien valoró críticamente la revolución cantonal: “Lo único que puede asegurarse es que los señores intransigentes trataban ante todo de que se llevase a la práctica cuanto antes la República federal para, de este modo, escalar el poder y los muchos cargos nuevos que habrían de crearse en los distintos cantones. En Madrid, las Cortes tardaban mucho en descuartizar a España: había que tomar cartas en el asunto y proclamar en todas partes cantones soberanos”. Sorprende por tanto la valoración positiva que determinada historiografía murciana, y más que los historiadores, sobre todo los cartageneros de cualquier condición, de su revolución, que no fue sino un gran momento de egoísmo. Pero no debemos sorprendernos, todo pueblo necesita de la leyenda para construirse una identidad, borrando lo peor del pasado, transformándolo en otra cosa. Permítanme entonces que les narre una leyenda dentro de las leyendas del cantón, la más polémica en la época: para que la escuadra supiera cuando unirse al alzamiento, enarbolan una bandera roja en el Castillo de Galeras y disparan un cañonazo. Pero pronto descubren que la bandera roja es la Turca. También lo ven los leales al gobierno central que lo transmiten sorprendidos. No está claro si los sublevados se han hecho piratas o se han pasado al Turco, el gran enemigo de la Cristiandad. Para remediarlo, buscan desesperadamente otra bandera roja. Pero al no encontrarla ni tampoco pintura con que tapar la Media Luna blanca, un voluntario se abrió la venas y tiñó con su sangre la bandera entera. En fin, pura leyenda romántica que he sacado de un interesante libro Leyendas de Cartagena de Juan Soler Cantó.
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