viernes, 11 de marzo de 2016

El zorro rojo, de Paul Preston

La vida de Santiago Carrillo. La vida política. Porque apenas nada sabemos, por la biografía de Paul Preston, de sus amores, placeres, lecturas, gustos musicales... de las amistades sí porque el ascenso (político) de Carrillo se produce en gran parte a costa de esas amistades traicionadas. Pero qué les une aparte de la política: nada que sepamos.

El retrato, como escribe Tereixa Constenla, resulta demoledor.
Desde la primera página, como le ocurre con Franco, pero no así con Juan Carlos I, el lector sabe que Paul Preston no tiene simpatía por su biógrafiado, y que sus logros no los considera tales, o solo lo son en una versión en la que Carrillo tiene la ventaja de ser el único sobreviviente, el único que puede contar su historia. Una versión que, como leemos, va modificando y adecuándola al tiempo que le toca vivir (Paracuellos, claro, aunque Preston no le dedica más espacio que a la invasión frustrada por el Valle de Arán y la guerrilla, Julián Grimau, Jorge Semprún y el resto de cadáveres (algunos no metafóricos) que dejó hasta que falleció en 2012.
Quienes nacimos en La Transición lo recordamos en la escena heroica del 23F, o con la mirada socarrona echando humo cuando presentaba alguno de sus libros y acudía a televisión; también la acusación que le persiguió siempre sobre Paracuellos. 
"Traicionó a camaradas y se adueñó de sus ideas (...) Su ambición y la rigidez con la que la puso en práctica malbarataron los sacrificios y el heroísmo de las decenas de miles de militantes que sufrieron en la lucha con Franco", así termina Paul Preston su biografía: El zorro rojo; y en el prólogo: "Carrillo poseía algunas cualidades en abundancia: capacidad de trabajo, ímpetu y aguante, destreza en la oratoria y escritura, inteligencia y astucia. Por desgracia, la honestidad y la lealtad no figuraban entre ellas.".
Paul Preston como siempre maneja una amplia bibliografía y recoge testimonios de amigos y enemigos de su protagonista, se permite trufar la biografía de Carrillo de opiniones tan rotundas como las arriba citadas de prólogo y epílogo, este hecho puede molestar al lector que busque formarse su propia opinión, pero lo que no puede negársele al historiador es que pone desde el principio sus opiniones sobre la mesa: con o sin razón pero ni es una biografía imparcial ni creo que Paul Preston lo pretendiera. 

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