domingo, 11 de marzo de 2012

80.000 hombres contra 7.000 que defendían 23 kilómetros de murallas. La caída de Constantinopla, de Runciman

En 1973 se publicó por primera vez en España la Historia de las Cruzadas de Steven Runciman y La caída de Constantinopla, 1453 que Reino de Redonda ha reeditado con nota previa de Antony Beevor y epílogo de Javier Marías.
En La caída de Constantinopla "se da perfectamente ejemplarizada una circunstancia que valdría la pena comentar: la invasión (si es que se puede hablar de tal) por parte de la literatura de terrenos que en teoría le están vedados", escribe Marías; y Beevor, sobre la defensa, que ésta inspiró las dos últimas entrega de El Señor de los Anillos de Tolkien.


Los primeros capítulos narran la decadencia de Bizancio ("Constantinopla, al terminar el siglo XIV, no era más que una ciudad melancólica y en declive. La población que, incluidos los suburbios, contaba con un millón de habitantes aproximadamente en el siglo XII, ahora se veía reducida a no más de cien mil, y aún menos") y la aparición del Imperio otomano con la importante conquista de Anatolia ("en su mejor época, la prosperidad de Bizancio etuvo ligada a la posesión de Anatolia". Fue Murat I quien "transformó un emirato ghazi en la potencia militar más fuerte del sudeste de Europa" y el joven Mehmet II quien finalmente conquistaría Constantinopla.
Entre 1402, ataque de Timur a los turcos, y 1405, fecha de la muerte del conquistador, Europa tuvo su última oportunidad de acabar conla dinastía otomana en caso de presentar un ejército común. Pero en Europa, según el historiador Ducas, había hacia 1410 más turcos que en la propia Anatolia.
La diplomacia bizantina, tan eficaz en otras ocasiones, el propio Emperador, peregrina por las cortes europeas. Buenas palabras, pero ninguna ayuda. Francia e Inglaterra salían de la Guerra de los Cien años, Castilla continuaba su Reconquista, el Papado necesitaba de una paz en Italia para coaligarla que no se dio: las diferencias entre Génova y Venecia eran irreconciliables y Alfonso V tampoco acudió en ayuda del Imperio. El Emperador aceptó todas las exigencias occidentales para acabar con la desunión de las Iglesias y, sin embargo, la ayuda fue de pequeños grupos, como los genoveses de Giustiniani, algunos venecianos, catalanes, con Pere Julià que lucharon bravamente y murieron todos o fueron presos e, incluso, "de Castilla llegó un bravo noble, don Francsico de Toledo, que se pretendía descendiente de la csa imperial de los Commeno y, por consiguiente, consideraba al emperador primo suyo" (Runciman no puede asegurar el parentesco, pero más tarde, en su relato, lo veremos combatiendo junto al Emperador en sus últimos momentos.
Steven Runciman
80.000 hombres contra 7.000 que defendían 23 kilómetros de murallas. Comienza el asedio y con Runciman nos sentimos espectadores de la batalla: las murallas, la colocación de fuerzas, los enormes cañones turcos, la incompetencia de estos frente a los europeos en las batalla marítimas, la idea (tal vez de un italiano al servicio de Mehmet II) de transportar los barcos turcos por tierra hasta el Cuerno de Oro que, finalmente, bloqueó Bizancio; la decisión del Emperador de morir con su pueblo; las procesiones religiosas, la herida de Giustiniani y su retirada y la de sus genoveses dejando abierto el camino por donde finalmente entraría el turco el 28 de mayo: primero los bachi-bazuks, después los anatolios y finalmente las tropas de elite: los jenizaros; Constantino comprendió que el Imperio estaba perdido y que no deseaba sobrevivir a él. Se quitó las insignias imperiales y, con don Francisco de Toledo y Juan Dálmata todavía a su lado, siguió a Teófilo. Nunca más se supo de él"; el tremendo saqueo, el conocimiento en Europa de la caída, el destino de los bizantinos...
"Runciman se ha abstenido de hacer el menor hincapié en la brillantez de los peronsajes, de toda dramatización de una situación dramática, de todo comentario "original" y sorprendente. Su voluntand de no hacer literatura es precisamente lo que ha convertido su crónica en una excelente novela que sugiere pero no muestra, que hace fantasear al lector en lugar de aplastarlo con lo evidente".

PD. También en Reino de Redonda, de sir Steven Runciman, Las vísperas sicilianas. Una historia del mundo mediterráneo a finales del siglo XIII que prefiero a La caída de Constantinopla. Cuestión de gustos.
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