lunes, 25 de mayo de 2009

Una universidad de verano cualquiera

Palacio de la Magdalena (Santander)
Una Universidad de Verano. La UIMP de Santander nos vale. A primera hora de la mañana adviertes que no hay estudiante sin su País bajo el brazo. Ni quiosquero que no haga su agosto duplicando el precio. Si se extrapolaran estos datos al conjunto de la sociedad, podríamos inferir que ésta es El País, vean, hoy es el segundo día que me arrebatan (eso sí, educadamente) el periódico y en un segundo lo devoran. A un amigo mío se lo robaron, curioseó por las inmediaciones donde sólo se tropezó con señores de aspecto distinguido estudiando El País, ora este fumando en pipa o el de más allá que le hace cosquillas al rector. Desde entonces compra dos ejemplares, por si acaso.
progresista (aunque aquí en Santander no falte Franco a caballo, y calles o avenidas de José Antonio y de su hermana, de Mola y otros del yugo y las flechas.). Me dirán que vieron a no sé quién con un diario de la zona, mas si le preguntan al fulano, o es de aquí o un madrileño de esos que curiosean qué se cuece en provincias. Vean hasta dónde llega la fiebre por

Empieza una conferencia. A los cinco minutos, primer teléfono. Media hora después, risas, cuchicheos, empujones y codazos. «Señora, estése quieta». Parece mi universidad. El conferenciante, agotado, da paso a las preguntas. Lo de las preguntas también es curioso. No debería llamarse turno de preguntas, más bien algo así como coja la noche anterior escriba en un folio sus pensamientos, frustraciones (casi siempre tienen que ver unos con otras) y paranoias y suéltelos en plan pedante. Empiezan siempre con un «no cree usted que...» y, generalmente, se responden ellos mismos. En el fondo, necesitan creerse que el otro da la conferencia y se embolsa la guita por una suerte de chanchullos y corruptelas. Pero que ellos podrían hacerlo aún mejor.
Estos preguntadores me dan pie a que hable de la fauna que convive en los cursos de Historia. Mujeres que han descubierto que se vive mejor sin hombres (algunas afortunadas aún jóvenes) y hombres (profesores, en su mayoría) desilusionados. Sus frustraciones tienen mucho que ver con las reformas educativas, los alumnos cerriles, la relación entre profesores y maestros y, por supuesto, que no se quitan de encima la certeza de que «el tiempo pasa, nos vamos volviendo viejos (tal como canta Pablo Milanés)».
Querría comentarles otras particularidades de la UIMP. Sin embargo, acaban todas reduciéndose al turno de preguntas. Frikis de España entera, majaderos de vocación, lumbreras en el dique seco, compiten para ver quién sostiene la tontería más gorda. Hombres de ideas fijas. No es una exageración lo que les digo: el otro día un fulano interrumpió como tres o cuatro veces al conferenciante para recalcar que los interinos con carné de partido siempre encuentran trabajo. Apunten (se me ha olvidado) que los interinos ocupan lugar de privilegio en la lista de frustraciones arriba nombradas. No es que esté mal hablar de los interinos, qué va. Lo que ocurre es que podía tratarse del Desastre del 98 y saltaba con lo de los interinos y el carné del partido que gobierna; también la Batalla del Ebro, el verde que te quiero verde de García Lorca o la Depresión del 29, le recordaban a los interinos y el puesto fijo si fueran de los de carné. Al momento, eso sí, saltaron tres o cuatro que defendían a los interinos o, bien, eran interinos pero sin carné. Los carnés sobre la mesa, ya digo que la cosa llegaba hasta ese extremo. Uno cualquiera tomaba apuntes, y el que sacó a la luz la trama del partido de Estado con los interinos, comenzó a patalear y a chillar asegurando que estaban tomando sus datos, que perdería el empleo. Tuvo que acercarse el conferenciante a la mesa del presunto chivato y mostrar al histérico que sólo dibujaba una caricatura. Aquí se acabó la conferencia; entonces yo corrí a la sede del PSOE para pedir, por favor, un carné o, qué menos, un puño y una rosa (después pasé por la del PP y me agencié mi chapa de la gaviota).
El rector, por añadidura, y varios de los que escuchaban aseguraron (como de pasada) ser jóvenes en los sesenta. Sesentayochistas que cambiaron el mundo. «¿No murió Franco en la cama?», escuché a mi izquierda a un malasombra cuando los nostálgicos ya se lanzaban a fantasear sobre París. A Federico, que es barcelonés, le han asegurado que toda Barcelona estuvo aquel mayo en París, que en los bares sólo se comía butifarra catalana, y las pintadas y consignas en catalán.
Cuando el seminario finaliza aún tenemos dudas: queremos preguntar, sobre todo a Fusi de cultura. Mas siempre preguntan los mismos.
«Señor Fusi, ¿Por qué Rocío Durcal prefirió a Junior antes que a Juan Pardo? ¿Tuvo importancia para los nuevos aires de La Transición que Marisol, musa del franquismo, se despelotara en Interviú? ¿Y la movida? ¿Por qué habla tanto de Ortega y nada de Alfredo Landa o de las películas de Ozores? ¿Ha visto usted Los bingueros? ¿Señor Fusi...?».

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