sábado, 16 de mayo de 2009

El desencanto


Desgranó una a una las canciones de su disco 3000 noches con Marga. Vestía de negro, con los ojos hundidos y la cara demacrada: como te imaginas un yonqui cuando eres joven, aunque en una entrevista previa afirmaba que se había quitado.
Fue mi primer y único concierto de Antonio Vega: valió la pena cuando cantó viejos himnos de Nacha Pop y canciones como «El sitio de mi recreo». Fue parte oscura de una historia que se nos ha vendido con oropeles: la Transición y su explosión juvenil de La Movida. La historia fue un éxito, es cierto, pero no logra ocultar una voluntad de olvido. Sólo algunos creadores cada vez más aislados insistieron en que muerto el perro [Franco] aún no había muerto la rabia. Ellos no olvidaron que Suárez fue secretario general del Movimiento ni que el Rey juró guardar los principios que informaban dicho Movimiento. La heroína, perfecto antídoto contra la rebeldía, como cantaba un grupo, los fue diezmando. A veces aparecían en documentales, como el que dedicó Chavarri a la familia Panero (El Desencanto), o en vidas como la del travesti Ocaña (amigo del Losantos joven), o vivían experiencias sexuales como las que relata Espinosa en La Tribada Falsaria. Pero su tiempo pasó y llegaron las Olimpiadas del 92 y la Expo y la visita del Papa y ya ningún Tierno (políticos oportunistas) haría campaña de ellos. Fueron arrinconados. Una nueva España alumbraba: de Pijoapartes por fin con mercedes y tarjeta de crédito, un mundo lampedusiano pero sin la belleza del arribista Delon. A veces, ya de madrugada, leo un poema de Leopoldo María Panero o escucho un tema de La Mode o Radio Futura y pienso que no tardará el espabilado de turno en convertir «La chica de ayer» en un tema para el Corte Inglés. Luego miro la botella, sonrío y hasta le veo la gracia.

Ocaña, retrato intermitente (1978), de Ventura Pons



Jaime Chavarri, sobre El desencanto

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