viernes, 13 de noviembre de 2015

La rabia y el orgullo, de Oriana Fallaci

La mañana del 11S Oriana Fallaci se encontraba en Nueva York, vivía en América "en el autoexilio político que contemporáneamente a mi padre me impuse hace muchos años. Es decir, cuando ambos
nos dimos cuenta de que vivir codo a codo con una Italia cuyos ideales yacían en la basura se había convertido en algo demasiado difícil, demasiado doloroso, y desilusionados ofendidos heridos cortamos los lazos con la mayoría de nuestros compatriotas".

La reacción de éstos -y de los europeos en general- al atentado no le hizo cambiar su opinión sobre ellos (los que se alegraron del atentado, los que optaron por la equidistancia); este J'accuse no es tanto contra los musulmanes como contra los europeos e italianos; y -lo repite en varias páginas-, no contra Ben Laden o los talibanes, sino contra el conjunto de los musulmanes, ya que no encuentre entre unos y otros diferencias. Y es por estas páginas fue que la denunciaron y fue juzgada en Francia (y en Italia más tarde).
El J'accuse, por tanto, es "una requisitoria más bien un sermón dirigido a los italianos y a los demás europeos". Primero un artículo largo para un periódico ("escribí en las dos semanas durante las cuales no comía, no dormía, aguantaba despierta con café y cigarrillos, y las palabras brotaban como una cascada de agua fresca"), después un pequeño libro, como lo define, con algún añadido más para la edición española.
A quien acusa:  a la izquierda (cigarras), el Cavaliere y sus socios, Blair, las feministas, a las que acusa de no preocuparse de la suerte de las mujeres en los países musulmanes, los homosexuales, a los que acusa de odiar a las mujeres por no ser ellos mujeres, a la corrección política, sobre todo, que han hecho de Europa la muerte de Europa... la periodista italiana, cuando ya el cáncer la consumía (aunque advierte -y deja claro para quien no conozca su biografía- que no es la enfermedad la que la impulsa), arremete contra todos.
"Y si los jodidos hijos de Alá me destruyeran uno sólo de estos tesoros, uno sólo, sería yo quien se convertiría en una asesina. Así que escuchadme bien, secuaces de un dios que predica el ojo-por-ojo-y-diente-por-diente: yo no tengo veinte años pero nací en la guerra, en la guerra crecí, en la guerra he vivido la mayor parte de mi existencia. De guerra entiendo, y tengo más cojones que vosotros: cobardes acostumbrados a morir matando millares de inocentes, niñas de cuatro años incluidas".
Para ella, insiste e insistimos, ya que es lo que hace de su libro tan polémico, la experiencia en países musulmanes y en la propia Italia la lleva a exclamar: "los he visto destruir las iglesias, quemar los crucifijos, ensuciar las Madonas, orinar contras los altares y transformarlos en cagaderos". En Beirut los ha visto, pero también en su amada Florencia (e imagina que en el resto también). Tras este Orgullo y la rabia, publicaría La fuerza de la razón, donde populariza el término Eurabia que acuñó en 2002 Bat Ye'or
Oriana Fallaci que desprecia la traición de los clérigos y de los intelectuales, que abomina de los acuerdos de Europa con la monarquía saudita y que haría lo propio con acuerdos de clubes de fútbol con Qatar y otros países o magnates musulmanes, que no le importa que "para invadirla utilicen cañones o pateras, la Guerra Mundial o la Guerra Santa", sean refugiados, emigrantes o terroristas.
En 2006 regresaría en un avión privado -ninguna compañía aérea se arriesgaba a traerla de su exilio dada su enfermedad terminal- a Europa, a pesar de que Europa ya no era su Europa, a morir en su Florencia natal.
Un libro que no sabe qué provocará en el lector, al que le dice: “No entendéis o no queréis entender que si no nos oponemos, si no nos defendemos, si no luchamos, la yihad vencerá. Y destruirá el mundo que, bien o mal, hemos conseguido construir, cambiar, mejorar, hacer un poco más inteligente, menos hipócrita e, incluso, nada hipócrita. Y con la destrucción de nuestro mundo destruirá nuestra cultura, nuestra ciencia, nuestra moral, nuestros valores y nuestros placeres...¡Por Jesucristo!”

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