martes, 26 de mayo de 2009

Las memorias de Miguel Espín, teniente de la II República

Llegó a mis manos en la universidad las memorias del bullero Miguel Espín, teniente de la II República. Me las dejó un familiar suyo: las publicó la familia. Miguel Espín vivía aún, en Francia. Aunque a veces regresaba. Traté de entrevistarlo, luego lo olvidé: no sé si todavía vive.
Su vida nos interesa, en primer lugar, porque nació en El Chaparral, cerca de Cehegín, en 1914. En una familia de ocho hermanos. En las primeras páginas nos relata su infancia: la división del trabajo entre los hermanos, los pequeños hurtos para poder sobrevivir. Por ejemplo, el esparto, que se trabaja en los días de invierno y cuya recogida estaba reglamentada, por lo que el joven Miguel tenía que escapar del guardia forestal. Va a la escuela en Bullas, aunque aprende poco, sus recuerdos de los profesores no son buenos: con la República llegarán las escuelas nocturnas, pero a él le pillan tarde. A los quince años va con el resto de los hombre a la Mancha, cogiendo el tren en Calasparra. Trabaja el trigo cerca de Albacete, de peón en el canal del Taibilla y en las minas. Cuando habla de la mayoría de familias de Bullas, se refiere a una miseria casi permanente, aunque se privilegia el vestir: un traje para la faena y otro para el domingo, antes que el comer. También habla de los señoritos que viven en grandes ciudades. Son dueños de las haciendas de Romero, los Billares, de la Encomienda.
En 1935 es llamado a filas. Lo mandan a Cataluña, concretamente a Figueras. Al batallón de Infantería de Montaña nº1. Allí le sorprenderá el alzamiento de Franco. Momentos de tensión. No todos los soldados saben de que lado están. Los milicianos parecen dispuestos a atacarlos, mientras que no está claro el partido tomará la guardia civil de Figueras. Además, antes de que se extienda la rebelión a todo el Ejército, el gobierno opta por disolverlo. El batallón de Miguel Espín decide luchar con los republicanos, pero no considerarse milicianos.
Inmediatamente los mandan al frente de Aragón, donde participará en tres campañas. En los capítulos relacionados con la guerra, a mi entender los mejores del libro, habla de las batallas en que participó y de las causas internas de la derrota de la República. Porque existen muchos factores externos que se escapaban a su control: como la ayuda militar alemana e italiana o la logística portuguesa. Como militar, desprecia el valor y la destreza de los milicianos y también a los comisarios políticos. En sus páginas se muestra su cobardía, incompetencia y en algunos comisarios hasta animo de lucro. Sin embargo, no tiene ninguna duda sobre haber elegido el bando correcto. Ya de comandante, es hecho prisionero por los franquistas cerca de Huesca. Los llevan primero a Zaragoza y después a Pamplona. Muchas personas se agolpan para ver a los <>. Apenas les dan comida. Los mandos franquistas y paramilitarse les interrogan para fusilar a los más destacados, a los que ellos consideraban peligrosos. Le ofrecen alistarse con los requetés pero se niega. Entonces, le mandan al campo de concentración de Miranda del Ebro, en sus propias palabras, <>. A las humillaciones de los centinelas, se unen los mafiosos de Barcelona, que con un brazal oscuro vigilan a sus compañeros y dictan su ley. Ve suicidios todos los días, asesinatos. Los estudiantes son los que menos duran. No le queda más remedio que alimentarse de la basura.
Después los llevan cerca de los Pirineos a hacer fortificaciones. Sigue escaseando la comida. Trabaja sin quejarse porque ya tiene pensada la fuga. Sin embargo, enferma de gravedad, aunque gracias a un teniente franquista, al que considera buena persona, es enviado al hospital, donde convive con heridos falangistas. Son jóvenes de su edad. Aprovechando la ofensiva final del general Valiño contra Barcelona, escapa hacia la capital catalana, donde intenta unirse a las últimas fuerzas republicanas: aunque Franco está a las puertas de Tarragona. Huyen como muchos otros hacia Francia. La aviación de Franco bombardea a las mujeres y niños.
En Francia lo internan junto a miles de españoles en campos de prisioneros. A él concretamente en Argeles, en los pirineos orientales. Poco a poco la situación mejora, los republicanos empiezan a organizarse. Cuando ya está a punto de comenzar la II Guerra Mundial lo mandan a trabajar para el ejército francés. Pero cuando éste se rinde, debe seguir trabajando para el gobierno títere de Vichy. Vive en Nimes, donde conocerá a una francesa, Georgette, con la que se casará y tendrá hijos. La ocupación acaba y en el 57 conseguirá la nacionalidad francesa. Desde unos años antes puede escribir a su familia en España y mandarles comida. En el verano del 67 por fin puede enseñarles a sus hijos su tierra murciana. Pero sólo en el 84 la joven democracia´española reconoce a sus soldados de la II República el derecho a recuperar la nacionalidad española.
Estas memorias fueron escritas a la edad de 85 años, editadas por el propia autor el año pasado, con una interesante selección de fotografías y documentos de la época y una cuidada encuadernación. Empieza con unos versos de Antonio Machado con los que a mí me gustaría terminar: "Para los estrategas, para los políticos, para los historiadores, todo está claro: hemos perdido la guerra. Pero humanamente, no estoy tan seguro... Quizá la hemos ganado”.
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