lunes, 22 de junio de 2009

Guerra Civil española y cine

Resulta extraño que, aunque desde hace unos años cobra nuevo interés la Guerra Civil, no se esté preparando una película que se pretende la definitiva sobre la guerra del 36. ¿Podría contarse una historia no maniquea? Los últimos intentos, sobre todo a manos de directores simpatizantes con el anarquismo, no lo han logrado: ni la ya mitificada Tierra y libertad (1995, Ken Loach) ni la española Libertarias (1992, Aranda). Aunque la primera tiene un cierto interés: representa la memoria histórica que una parte de la izquierda europea ha guardado del hecho de que en amplias zonas de España se llevara a cabo una revolución anarquista y de que trabajadores de todo el mundo acudieran para frenar el fascismo. Película acrítica (soslaya el hecho de que un factor decisivo de la derrota republicana fue la atomización del poder republicano en múltiples poderes locales), en las coordenadas del Homenaje a Cataluña de Orwell, pero sin su perspicacia.

En su momento, la guerra civil española significó, además de una guerra de frentes, una encarnizada guerra ideológica. Supuso el nacimiento del cine documental, del reportaje y de la ficción bélica (también en la I Guerra Mundial se utiliza el cine como arma de propaganda, pero un cine todavía mudo). Durante los tres años de guerra, se produjeron en la zona nacional 12 películas largas y 44 cortas; mientras que en la republicana, 25 largas y 239 cortas. Aparte de las 14 largas y 20 cortas que se produjeron en el extranjero. Hay que decir, sin embargo, que los españoles preferían un cine divertido y comercial, siendo Morena Clara (1936, Florián Rey) la película preferida. Sin embargo, y dadas las simpatías franquistas del director, los republicanos acabaron por prohibir su exhibición. Curiosamente, Florián Rey y su estrella Imperio Argentina, eran los máximos representantes de un cine popular republicano donde se resolvían los prejuicios sociales y raciales en tono de comedia o melodrama: el juez y la gitana de Morena Clara.
Las dos mejores películas que se realizaron durante la guerra fueron Tierra de España (1937, Joris Ivens) y Sierra de Teruel (1938, Malraux). La última, clara precursora del neorrealismo italiano. Hollywood también realiza una película favorable a la República, Bloqueo (1938, Dieterle), protagonizada por Henry Fonda. Sin embargo, sus máximos responsables sufrieron en sus carnes la caza de brujas (haber pertenecido a cualquier comité de ayuda a la República les significaba la inclusión en listas negras).
Durante el franquismo, la guerra española se interpretó en clave de cruzada, tratando a los derrotados como si no fueran españoles. Sin embargo, Franco nos deja el momento más curioso de su larguísima dictadura, la firma bajo el seudónimo de Juan de Andrade, del guión de Raza (1941, Sáen de Heredia). Esta película que comienza con el desastre del 98, ha servido a Vázquez Montalbán para analizar los demonios personales de Franco (casi cualquier historiador que tenga querencia por la biografía psicológica no ha dejado de señalar el padre idealizado de la película, todo lo contrario al auténtico padre del dictador). También destacan los documentales Morir en Madrid (1963, Fréderic Rossif) y su réplica española, Morir en España (1964) del inefable Mariano Ozores.
No será hasta el inicio de la Transición cuando, desde diferentes puntos de vista, se trata de la guera y la dictadura. España debe saber (1977, Eduardo Manzanos) y La vieja memoria (1977, Jaime Camino) abren el camino de los documentales. El propio Jaime Camino realizará las tres mejores películas sobre la guerra: Las largas vacaciones del 36 (1976), Dragon Rapide (1986) y El largo invierno (1991). Dragon Rapide narra los quince días que preceden a la rebelión militar, siguiendo a destacados líderes del alzamiento (aunque mete por ahí a un periodista republicano y a Pau Casals, acabando la película con el himno de la alegría). Su mayor acierto es la presentación de Franco (estupenda la actuación de Juan Diego) y su mujer como una pareja de arribistas pequeñoburgueses,
Berlanga se sirve de la guerra para realizar una de sus más divertidas películas, La vaquilla (1985). Gutiérrez Aragón adapta en 1984 Las bicicletas son para el verano, una obra teatral de Fernán Gómez que supuso el debut de Gabino Diego. Otra obra de teatro, ésta de Sanchís Sinisterra, Ay Carmela (1990, Saura), se convierte en la película que más goyas ha conseguido.


A partir de los 90 nos encontramos con una serie de películas que mitifican el período republicano, parecen hablar más de una república que pudo ser, que la realmente existente. Por ejemplo, en 1998 se estrena La hora de los valientes (Antonio Mercero), una obra entretenida, donde un joven trata de salvar un cuadro del Museo del Prado, pero lo cierto es que en la guerra los españoles apenas tenían preocupaciones por el arte. Nada extraño. Sin embargo, en la Inglaterra bombardeada por el nazismo, cuando las autoridades decidieron trasladar las obras de arte a Canadá, hubo una manifestación silenciosa en el museo Británico, donde se exigía que por lo menos les dejaran un cuadro. Una sociedad más culta que la española. En 1999, José Luis Cuerda dirige La lengua de las mariposas y en el 2002 David Trueba Soldados de Salamina. Como en La hora de los valientes, los simpatizantes de la República encuentran en una mínima victoria individual lo que fue una catástrofe: en Soldados de Salamina un miliciano decide no matar al enemigo inerme, aun sabiendo que éste, Sánchez Mazas, fue uno de los responsables de la guerra (o eso nos quiere hacer creer Javier Cercas), mientras que en La lengua de las mariposas se nos presenta un maestro republicano, en esa posible “república de los maestros” (la intención de las autoridades republicanas fue la de construir casi 30.000 escuelas en cinco años: no daría tiempo).
Como se ve, desde el fin del franquismo todo el cine de la guerra se ha realizado desde posiciones antifranquistas (a la guerra de España todavía le falta su gran película bélica: Guadalajara, el Ebro, pero no ha pasado el tiempo suficiente para un simple entretenimiento bélico como las películas norteamericanas de la Guerra de la Secesión. Aunque el Régimen realizó dos películas propagandísticas de interés: El Santuario no se rinde y, por supuesto, Sin novedad en el Alcázar). No tiene nada de extraño, la guerra de la propaganda la ganaron los republicanos, quienes sabían qué historia contar marcharon al exilio. Y España se convirtió en el enorme desierto intelectual que encontró Ortega y Gasset a su regreso en 1945.

El Santuario no se rinde (1949)



Morir en Madrid (1962)

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