miércoles, 18 de agosto de 2010

Cossiga, Aldo Moro y los cooperantes españoles secuestrados en Mauritania

Francesco Cossiga
Tal vez los cooperantes sean de los escasos héroes occidentales que nos quedan (los míos, más frívolo, son quienes subtitulan las series y películas extranjeras), aunque no tengo claro que los países subdesarrollados lo que más necesiten sean unos europeos con complejo de culpa.

Tres voluntarios fueron secuestrados en Mauritania en noviembre de 2009. A la mujer ya la han liberado, pero los dos hombres siguen presos y los terroristas exigen, entre otras cosas, la liberación de otro terrorista Tagui Ould Youssef. El sábado las autoridades de Mauritania extraditaron a Omar Saharaui, el jefe de los secuestradores, a Mali, donde probablemente lo dejarán en libertad, ya que no tiene causas.
El Gobierno español, como han hecho otros gobiernos occidentales, caso de Francia y Canadá, presiona a Mauritania para que libere a los terroristas necesarios con tal de que suelten a los españoles. Esto es algo totalmente injusto para los ciudadanos de Mauritania, de otros países de la zona e, incluso, de otros cooperantes europeos. Los sueltan y, entonces, ¿qué? ¿Cometen atentados en Mauritania? ¿Son los mauritanos menos que nosotros? ¿Atacan a otros occidentales sabiendo que siempre cederemos? Los cooperantes españoles eligieron una ocupación o un hobby en extremo peligroso: como ocurre por ejemplo con los alpinistas. España debe ayudar policialmente (o militarmente) a Mauritania para acabar con el terrorismo islamista. Pero hasta ahora los gobiernos occidentales casi siempre ceden: desde el relativista Moratinos hasta el antirelativsta Sarkozy (sólo con el francés al que sabían que le quedaban pocos días de vida actuó militarmente, aunque fracasó). En el mismo caso, y sintiéndolo por los padres del soldado israelí preso por los palestinos, qué quieren que haga Israel: si suelta cien o doscientos presos por el soldado, el secuestro de soldados o de colonos se va a convertir en un lucrativo negocio.
Ha fallecido el ex presidente italiano Cossiga, quien era Ministro de Interior cuando secuestraron a Aldo Moro. Como el propio Moro sabía y escribía cuando le dejaban sus secuestradores, Italia había negociado anteriormente con terroristas. Seguimos la narración de Lucia Magi en el obituario de El País: "Su trayectoria atraviesa medio siglo de vida italiana, pero queda atrapada en los 55 días más dramáticos de la historia moderna del país: el secuestro y asesinato de Aldo Moro, moderado secretario de la Democracia Cristiana, asesinado en la primavera de 1978 por las Brigadas Rojas. El 16 de marzo, a pocas horas del secuestro, Cossiga reunió la cúpula del partido, que se decantó por la llamada línea de la firmeza. Cossiga era entonces ministro de Interior y le tocó la ingrata tarea de anunciar al país que el Gobierno no iba a negociar con los terroristas . El rostro tenso y la mirada perdida de Cossiga aquel día quedaron impresos en la retina de todo italiano: estaban abandonando a Moro en las manos de sus secuestradores. "No sé si los otros miembros del partido eran conscientes de que le estábamos condenando a muerte. Yo sí —dijo años después— Si tengo el pelo blanco y la piel manchada, es por aquellos momentos". Fue él quien recibió la primera carta desde la cárcel secreta. El secretario pedía que el Estado se esforzara todo lo posible para salvarle. Fue él, Cossiga, el primero —y el único— que dimitió cuando el 10 de mayo encontraron el cuerpo sin vida de Moro encerrado en el baúl de un Renault rojo. Treinta y dos años después, aún no se ha aclarado el papel desempeñado por Cossiga y los otros democristianos en ese episodio".
Dimitió, entre otras razones, porque las fuerzas de seguridad italianas actuaron chapuceramente, como demuestra Leonardo Sciascia. Pero, además de haberlo rescatado, qué podía hacer: ¿ceder al terror?.
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