sábado, 15 de enero de 2011

De la meritocracia a la idocracia


España propone a Moratinos como director de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación). Miro el periódico, no es 28 de diciembre. ¿Elección de los países capitalistas si lo nombran para acabar con la sobrepoblación del planeta (matar de hambre queda mal)? No creo, más bien premiamos la mediocridad, la obediencia servil: promete a los Couso lo uno y a los norteamericanos lo otro, por ejemplo. No se rían de sus declaraciones, por favor: «Lo que me ha llevado a iniciar esta nueva etapa es la dificultad del reto que supone erradicar el hambre». Si hubiera sido fácil, él, llamado a grandes empresas, rechazaría el puesto.
Pero Moratinos no es un caso aislado, ni tampoco un símbolo. Qué más quisiera: otro cualquiera de una sociedad en la que todos tenemos los mismos derechos y deberes, lo que no significa que tengamos las mismas actitudes. ¿Cómo voy a ser yo Ministro de Economía si cada vez que aparece la palabra «estanflación» tengo que consultar el diccionario? Sin embargo, los votantes preferimos medianías: Revilla se ha hecho famoso por su lata de anchoas; Fernández Vara por su rifirrafe con Laporta y de Valcárcel lo mejor que he escuchado es que tiene una memoria prodigiosa para acordarse de los nombres de nuestros mayores en las pedanías. Un lujo, como ven, de políticos.
Un articulista de El Mundo señalaba: «La igualdad no consiste en que una mujer llegue a presidenta, sino que lo logre alguien como Blanco».
En esas estamos: en una kakistocracia (neologismo que viene a significar «el gobierno de los peores». Miren a derecha e izquierda: el panorama es desolador. Mejor hablar de un paso de la meritocracia a la idiocracia (película esta de Mike Judge). Alejen a sus hijos de los estudios, sino acabarán de narcos de parque; regálenle para los próximos reyes un carné (que sean dos: días pares rojo; impares azul), tal vez dirijan una multinacional.
Canta Manos de Topo que la infidelidad se premia con cestas de Navidad. La mediocridad, con qué la recompensamos.
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