miércoles, 25 de mayo de 2011

José I del Noroeste


La construcción del mito «feudo socialista» o «comarca roja» (aunque en ocho años pocas políticas que ellos llaman progresistas he visto), como afortunada expresión que fue, se negaba a rendirse a la evidencia: ya en 2007 los dos municipios más poblados votaban en azul, además de ser la popular la fuerza con mayor número votantes en todo el Noroeste.

El PP ha arrasado pero la comarca ha perdido. Ni vencedores (PP e IU) ni vencidos (PSOE) han dedicado apenas espacio a hablar del Noroeste durante la campaña, hecho que no ha preocupado lo más mínimo a los electores si tenemos en cuenta que, de los cuatro diputados elegidos, una es de Pliego y otro de Mula. Las cuatro mayorías absolutas de cinco posibles (y la proeza de Calasparra) no sabemos si merecerán algún crédito al Partido Popular regional (a la espera, claro, de si se produce el desembarco de Amador López en el Gobierno). Ya explicaba Francisco Celdrán que no creía que en el próximo Estatuto se reflejara una auténtica comarcalización de la región porque no interesa a PP y PSOE. Sin embargo, en un mundo globalizado no podemos aferrarnos a estériles localismos si queremos competir. Que tantos alcaldes sean del mismo partido tal vez ayude a presentar (y que les acepten) propuestas comunes para el desarrollo del Noroeste (que continúa —y continuará— como la zona más deprimida de la región) y también que, por primera vez, Izquierda Unida forme parte de los cinco ayuntamientos puede hacer que este grupo le dé a algunas de sus mociones un carácter comarcal del que adolecen la mayoría de proposiciones de nuestros políticos (eso sí, nacionales y regionales, más que en el Parlamento español).
En el Noroeste todavía vivimos restos de antiguas disputas, de recelo al vecino que nos impiden crecer. El único político que he encontrado igual de cómodo en Caravaca de la Cruz, Bullas o Moratalla y Calasparra, como en su casa de Cehegín, es el alcalde José Soria. En ese sentido es de agradecer que se aleje del papanatismo imperante que hace que el político mire por el rabillo del ojo quién le escucha para gritar un Viva la Virgen de las Maravillas o la Cruz de Caravaca.
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