A algunos, sin embargo, les saca un lado morboso: quiero pasear por la ciudad derruida, quiero asistir al funeral… como en el Gran Carnaval de Billy Wilder, la tragedia se convierte en espectáculo.
Turistas de la desgracia ajena visitaron muchos el municipio de Lorca, como aquel que va también de turista a países de los llamados de riesgo.
Ha habido manifestaciones espontáneas y emocionantes (Rubén Castillo contaba cómo unos escolares dedicaron un minuto de silencio en Almería cuando supieron que él es murciano), acciones solidarias y/o heroicas de los propios lorquinos, cantantes como Alejandro Sanz y equipos de fútbol como el Barcelona han mostrado su apoyo a sus habitantes. Incluso la coalición Bildu ha suspendido su campaña como cualquier otro partido demócrata. Excepciones a parte (aunque ha tenido interés la reflexión/comparación de Cayo Lara entre Katrina y Lorca y el papel del tan denostado Estado), la casta política se ha comportado.
En uno de sus libros menos interesantes titula Ryszard Kapuscinski, Los cínicos no sirven para este oficio. Me temo que es lo contrario: si existe un turismo de la desgracia ajena, existe un periodismo del dolor ajeno: vendemos lágrimas de verdad pero devaluándolas de tal manera (a tantos periódicos vendidos el llanto) que parecen de cocodrilo.
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