martes, 23 de agosto de 2011

Gourevitch y el genocidio ruandés

Contestaba una bloguera siria en El País una pregunta sobre la situación de la Dictadura de El Asad y los pasos a dar por parte de la oposición. Explicaba que la sangre correría pero que finalmente caería el Tirano. Hablaba sobre todo de la sangre de los suyos (los principales caídos) pero también de los partidarios de El Asad.


En Europa, con tanta sangre abonando los campos de guerras interminables y pasadas, se nos ha olvidado que la guerra no ha desaparecido, ni desaparecerá mientras exista el hombre, y que lo que llamamos derechos humanos puede resultar ridículo (hasta insultante) en otros países o la equiparación entre víctimas y verdugos en otros continentes (probablemente porque no nos molestamos en informarnos).
A Philip Gourevitch, cuando escribió sobre el genocidio ruandés, le indignaba el hecho de que la comunidad internacional no entregara a los genocidas hutus para que los juzgaran en su país porque les podían (y debían) aplicar la pena de muerte, no solo eso, en sus cárceles nórdicas llevaban una dieta tan abundante que pronto enfermaron (también en los campos de refugiados hutus, inflado el número de sus ocupantes por los genocidas y por las organizaciones humanitarias, el consumo de calorías diario era más elevado que dentro de Ruanda). Asimismo al periodista, y a las nuevas autoridades ruandesas, les molestaban las llamadas a la reconciliación cuando apenas habían transcurrido semanas de las masacres y los genocidas se encontraban en la frontera preparando una invasión. A nadie se le habría ocurrido, tras el Holocausto, que los judíos y alemanes convivieran pacíficamente; y a los criminales de guerra (no a todos, a unos pocos) los asesinaron: los colgaron, no los fusilaron; fusilarlos hubiera sido hasta un honor inmerecido.
Philip Gourevitch pasea por una iglesia donde se refugiaron tutsis que fueron exterminados (el Vaticano se encargó de buscarle nuevo destino a muchos curas hutus que participaron en las matanzas): le sorprende la belleza de los cadáveres secados al sol, una belleza que lo deja casi indiferente al drama que lleva detrás. Escucha un chasquido: uno de sus acompañantes ha pisado (sin querer) un cadáver. A Gourevitch le enfada el poco cuidado; al momento, otro chasquido, el acaba de pisar otro cadáver...
Vimos en televisión la marea humana que abandonaba con sus escasas posesiones Ruanda. La comunidad internacional se movilizó (por la razón que sea, Ruanda siempre ha sido acaparadora de fondos humanitarios: aunque haya otros países igual o más necesitados pero menos corruptos); las organizaciones humanitarias europeas (francesas y belgas en su mayoría) se volcaron con ellos creando unos campamentos  desde donde los genocidas podían desestabilizar el Gobierno.
¿Pero quién huía? Si los que huían eran hutus, ¿no serían los malos los tutsis?
Gourevitch
Gourevitch retrocede en el tiempo; retrocede todo lo que se puede porque apenas hay fuentes anteriores a la colonización: una realeza y una nobleza tutsi (ganaderos) y agricultores hutus, aunque no eran compartimientos estancos, se producían matrimonios mixtos: decidir antes y ahora quién por el aspecto es hutu o tutsi resulta complicado. Los europeos (y los propios hutus) preferían las mujeres tutsis y los tutsis en general eran considerados de una raza superior. Pero esto fueron las teorías seudocientíficas europeas trasladadas al continente africano, donde los tutsis podían -en una de ellas- ser una tribu perdida de Israel. Ni hutus ni tutsis, parece, eran originarios de Ruanda. La misma propaganda colonialista que justificó el dominio tutsi (aunque en lo alto de la pirámide el hombre blanco) la utilizaron posteriormente los hutus para exigir la tierra completa.
En principio, los colonos belgas apoyaron a los tutsis, pero en la fase de la descolonización, con la propia Bélgica dividida en sus nacionalidades, comenzaron a sentir simpatías los curas católicos (valones) y las autoridades por los hutus... toma del poder por estos últimos, que son mayoría en Ruanda, propaganda genocida que daría lugar a prácticas genocidas, creación del Frente Patriótico Ruandés (formado por tutsis pero también por hutus), necesidad del Presidente Hutu de llegar a un acuerdo, asesinato de este Presidente (probablemente por la familia de su mujer) y comienzo del genocidio.
Un genocidio con machetes que se ha convertido en el más rápido de la historia: desmintiendo casi cualquier teoría de la necesidad del dominio de la técnica (como los nazis) para el asesinato en masa
Gourevitch explica las complicidades de Francia con los asesinos, la inactividad de Estados Unidos (fue tras Somalia), la advertencia del General belga que mandaba las fuerzas de la ONU que se preparaba un genocidio y que sabía dónde se encontraban los arsenales de armas (tenía un contacto en el Gobierno); cómo la ONU lo ignoró, cómo los hutus asesinaron a unos militares belgas y su gobierno ordenó la salida del país (como en Sbrenica, los militares avergonzados rompían sus enseñas; como en Sbrenica, un europeo o un norteamericano muerto y se deja de luchar)... En la ONU, por cierto, todavía no Secretario General, pero sí encargado de estos asuntos Kofi Annan (sus colaboradores reconocen ante el periodista que leyeron los informes del General belga pero los descartaron: eran informes como otros tantos que les llegaban).
Gourevitch no se detiene en la historia, si fuera así el suyo sería uno de tantos libros: entrevista a dirigentes (muestra su admiración por Kagame, un tipo inteligente, pero su idea de democracia no es la nuestra, a veces habla de un modelo de familia que me recuerda el franquismo), pero también a los supervivientes que le cuentan su historia y la de sus familias, las organizaciones humanitarias (que anquilosan el conflicto poniéndose del lado de los verdugos hutus: es su negocio. Pero las organizaciones que se instalan en Ruanda toman partido por los tutsis: en definitiva, siempre ven el conflicto como se lo cuentan), la difícil relación con los hutus vivos y también con el exilio ruandés tutsi (que se movilizó masivamente y a la vez encontró un gran negocio en la Ruanda después del genocidio): "cómo pudisteis convivir con ellos", se preguntan (como los judíos no masacrados le preguntaron a sus padres: cómo no hubo apenas rebeliones más que la de Varsovia); las matanzas ahora de hutus y si puede existir equivalencia entre matanza y genocidio; si el Gobierno de Kagame representa realmente a hutus y tutsis o se está produciendo una nueva limpieza étnica...

Queremos informarles de que mañana seremos asesinados con nuestros familiares puede que se trate del reportaje periodístico más importante de las últimas décadas.
El periódico inglés The Guardian lo eligió entre los cien libros de no ficción imprescindibles.
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