martes, 23 de agosto de 2011

Socializar el sufrimiento

Los etarras (también los colectivos o ciudadanos filo o proterroristas) igualan víctimas con verdugos, o mejor, sufrimiento con sufrimiento.
En 1993 ETA parió (le salió un aborto) su documento Oldartzen (Ofensiva, Combatiendo) en el que se apostaba por la llamada "socialización del sufrimiento": Gregorio Ordóñez, Miguel Ángel Blanco, intensificación de la lucha callejera... Para no aburrirnos con la jerga etarra (en la que el País Vasco puede presentarse como el Congo en época de Leopoldo): "yo sufro, tú sufres".

Pero qué sufrimiento: ¿se puede, como pretenden los filoetarras o los equidistantes, comparar el dolor de una madre cuyo hijo ha sido asesinado con el de otra madre que visita en Andalucía a su hijo asesino?

Apunte: ese viaje de cientos de kilómetros, juntos la mamá, la asociación de presos, el abogado abertzale, dos políticos con consignas, solo puede conducir a más veneno: las serpientes mutuamente envenenándose. Pero en la actual estrategia antiterrorista los gobiernos, populares o socialistas, se han convencido de que el alejamiento (o dispersión) tiene el efecto positivo de que, a quien quiere dejarlo (según Fernando Reinares en Patriotas de la muerte no ha encontrado un etarra arrepentido), le resulta más sencillo.

Retomemos el sufrimiento. El sufrimiento puede ser real o imaginado, y, aunque no puede medirse el dolor, sí hablar de gradaciones.
¿Es el mismo sufrimiento el de una mujer devorada por el cáncer que el de un quinceañero rechazado? ¡Dile tú al chaval en la edad del pavo que él no sufre cuando se pasa la tarde suspirando y escuchando aburridos cantaautores!
Que el etarra sufre no lo niego; un sufrimiento imaginario, repleto de historias y leyendas de guerras que nunca vivió, que le contaron (con sus verdades, sus mentiras) y recreó. Esa "patria que les duele" como a los noventayochistas no existió nunca como la imaginaron; su dolor, su sufrimiento, si se le puede llamar así, tiene que ver más con el estómago lleno, serrín en el cerebro y la conciencia culpable de ver en la televisión a quienes de verdad sufren hambrunas en África o Asia (no muy diferente este terrorismo etarra a los que asolaron Europa en los 70 y primeros 80: en su mayoría el perfil del terrorista correspondía a clase media alta con estudios universitarios. Y en España o Italia el separatismo -no confundir con terrorismo- se da en las regiones más industrializadas, no en esa Sicilia o Nápoles que los Saboya condenaron al tercermundismo o en Murcia o en Extremadura).
¿Que sufre el terrorista?, seguro: en la patria, y más en la vasca, donde religión y racismo siempre han ido de la mano para diferenciarse del español (también católico y racista poero para los vascos su sangre se ha mezclado demasiado con la judía y musulmana), se crece con imágenes de violaciones: la patria mancillada, deshonrada, ultrajada, etcétera.  ¿Que se aburre el terrorista?, más todavía que lo que sufre.

Ahora que el terrorista sufra, no significa que lo haga por un hecho concreto, algo tangible: falta de dinero, de trabajo, de futuro para sus hijos... O que sufra la madre del terrorista no significa que no lo merezca: que no hubiera parido la serpiente.
Por mi parte, compadezco al chaval que echa su primer polvo y se corre antes de lo esperado. Eso es sufrimiento. El terrorista tiene algo de adolescente masoquista; su sufrimiento no me interesa... cuando se haya dado cuenta de que ese sufrimiento es un cuento, el terrorismo será ya su única forma de vida: para qué entonces ponerse a trabajar. Vale más llenar la cabeza de cuentos de hadas a otra generación para que crezca con un falso sufrimiento y otra vez a comenzar a asesinar.
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