jueves, 22 de noviembre de 2012

García Lorca (segunda parte y final)

García Lorca, María Teresa León y Rafael Alberti
Muerto bárbaramente el poeta nos queda su obra, sin la cual el asesinato de García Lorca hubiera sido otro de tantos de la Guerra Civil y la posguerra (quien quiera conocer de manera aproximada el número de muertos de cada bando puede consultar Víctimas de la Guerra Civil, estudios coordinados por Santos Juliá; quien quiera conocer qué partido tomaron los intelectuales durante la República y la Guerra Civil puede consultar los trabajos de Javier Tusell y Genoveva Queipo de Llano, por ejemplo, La Guerra Civil, dirigida por Javier Tusell y Stanley G. Payne; hay que dejar claro que no todos los intelectuales apoyaron al Gobierno legítimo, la mayor parte de ellos, los de más edad sobre todo, abandonaron España en cuanto les fue posible. Fueron los más jóvenes quienes se quedaron y combatieron, tanto con la palabra como con las armas. Mataron y murieron de ambos bandos, pero quienes perdieron la guerra en el campo de batalla ganaron otra guerra que aún perdura: la de las ideas).

García Lorca, Margarita Xirgú y Cipriano Rivas (Yerma)
Con los republicanos se sintieron identificados jóvenes de todo el mundo, también intelectuales como Auden o Malraux. Solo hay que recordar dos de sus obras, que están entre las imprescindibles del siglo XX. El poema titulado Spain de Auden y La esperanza de Malraux. A estas dos obras se une el Homenaje a Cataluña de Orwell y el Hemingway en estado puro de ¿Por quíen doblan las campanas?. Ninguna obra en el lado nacional alcanza la calidad de estas. Ni tampoco llega a la altura de los poemas de César Vallejo. Aunque es cierto que los poetas españoles, tanto nacionales como republicanos, realizan algunas de sus peores poesías en estas fechas.
García Lorca murió a los 38 años, relativamente joven, pero con una obra sólida, en su mayor parte magnífica. Es curioso que, durante mucho tiempo, yo, como supongo que le pasa a otros, pensara que el poeta murió a los veintipocos años.
Bordado a partir de un dibujo del poeta
No sé si por mala fe de los vencedores, que querían hacernos ver en García Lorca, no un escritor consagrado sino un poeta en ciernes, o, quizá, la mala fe fue perdedora, que pensaban que cuanto más joven creyéramos al poeta más nos indignaría su muerte. Federico García Lorca, a sus 38, tenía obra suficientemente extensa. Habiá escrito y publicado, no lo olvidemos, varios libros de poesía: Impresiones y paisajes, Libros de poemas, Romancero Gitano y Poema del cante jondo, y había representado también varias obras: El maleficio de la mariposa, La zapatera prodigiosa, Mariana Pineda, Bodas de sangre, Yerma y Doña Rosita la soltera. Y después de su muerte se publicaron: Suites, Poeta en Nueva York y Sonetos del amor oscuro; el Público y la Casa de Bernarda Alba.
En sus últimos años casi había dejado de escribir poesía para dedicarse al teatro y a la pintura. En teatro escribió dramas que le dieron fama y dinero, y escribió tambien otros irrepresentables para la época: debido al tema tratado y a la difícil puesta en escena, que era el teatro revolucionario que prefería hacer y que le acercaba a las vanguardias europeas. Lorca, hay que recordar, no se adhirió concretamente a ninguno de los ismos (como hubiera querido su amigo Guillermo de la Torre), pero, a partir de Poeta en Nueva York, da paso a una poesía irracional, que intenta sobrepasar lo real, y en esa nueva poesía es capaz de grandes hallazgos. Por otro lado, Lorca recurre a la poesía antigua española y se expresa muchas veces en romances y en sonetos. 
Todo esto es cierto,  pero insuficiente: llenaríamos libros enteros (ya los han llenado) sobre la obra de Federico García Lorca y no arrojaríamos luz alguna nueva. Vamos, por tanto, a describir su aspecto físico y algún testimonio de su personalidad (en su mayoría del libro anteriormente citado de Ian Gibson).
García Lorca y Salvador Dalí
Indro Montanelli (sus excelentes memorias reseñadas aquí por mí), que se encontró con el poeta unos años de que lo asesinara, lo recuerda pintando: "no es tan guapísimo como después se ha dicho. De estatura media, de rasgos más bien toscos, de frente convexa, de espesos y lisos cabellos, solo tenía tres cosas: la mirada luminosa, la risa de niño y la voz, cuya gravedad baritonal y cálida recordaba el cante jondo que se estremece, como un acompañamiento de guitarra, en sus poemas". El italiano recuerda este encuentro, años después, cuando conoce a un Dalí en la cúspide de su fama, que le habla así de su amigo el poeta: "No había nada extraordinario en Lorca, ¿sabe? En él se habiá encarnado un fenómeno poético sin ley, sin contornos, sin nada comestible. Era... era un joven... ¡Mientras que de mi obra quedará un gran fuego, destinado a calentar la humanidad por los siglos venideros, de la suya no permanecerán sino algunos rescoldos entre mucha ceniza...! No, no tenía nada de extraordinario, Federico". Despues de este cruel comentario de Dalí, Montanelli, como muchos otros, da la clave del pintor: "No es un genio, ni loco. Pero hace de lo uno y de lo otro con insuperable maestría".
Hay que decir que Lorca, cuando creía encontrar un rival literario a su altura, también se dejaba llevar por los celos y la envidia. Un primer caso fue el de Rafael Alberti. Casi todos los que han rememorado aquella época coinciden en señalar que éste también tenía "ángel" y que la relación no fue excesivamente buena. Aunque el caso más documentado es el de Miguel Hernández, con quien el poeta mantuvo una correspondencia cordial. Miguel Hernández era más joven que el granadino y, tal vez, más dotado que éste para la poesía. García Lorca no desaprovechó la ocasión de minimizar su obra cuanto pudo. En cualquier caso, las relaciones fueron correctas en un comienzo. El poeta-pastor de Orihuela, que tenía entonces 20 años, vino a Murcia para conocer a García Lorca y para entregarle su primer libro Périto en lunas. Al parecer, el libro gustó a García Lorca (¿intuyó ya un rival?) y prometió reseñárselo favorablemente, cosa que nunca hizo. Después, ignorará cuanto pueda a Miguel Hernández, quien por cierto también tenía una alta opinión sobre sí mismo. Podría verse en este caso un enfrentamiento, aunque simbólico, entre un hijo del pueblo y un señorito andaluz con remordimientos de clase.
Intérpretes de Buñuel, Lorca y Dalí en Buñuel y la mesa del Rey Salomón
En fin, lo más importante, creo, es en no caer en la hagiografía. Pero tampoco pensar que un comportamiento de un poeta debe ser mejor o peor que el de cualquier otro. Humanos, demasiado humanos, somos todos, que diría Nietzsche.
El dictador Franco, hablando con su primo, en una serie de conversaciones que éste anotó, dice de la muerte del poeta. Estamos en febrero de 1955: "En efecto, era un gran poeta y se le fusiló en los primeros días en que extalló el Movimiento, cuando Granada estaba casi sitiada y en situación difícil (...) En la España Nacional no había aún gobierno establecido que pudiera ejercer el control y el mando de toda la nación (...) Para probar mi imparcialidad, no obstante haber sido muy izquierdista García Lorca, autoricé a que se editaran sus obras y que se hiciese el reclamo de las mismas". Lo que ocurre es que el Dictador miente: la represión y el terror eran necesarios para imponer un régimen que no se cansó de decir que fue "por derecho de conquista"; muchos españoles quemaron sus libros de García Lorca porque su permanencia en las bibliotecas era señal inequívoca de las simpatías republicanas del poseedor: y, aunque es cierto, que Franco autorizó, o no prohibió, a partir de determinada fecha la publicación de su obra, fueron los jóvenes falangistas, como Dionisio Ridruejo quienes, desde la revista El Escorial, decidieron salvar todo lo que no estuviera "contaminado" de izquierdismo de poetas como Antonio Machado o el propio García Lorca.


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