viernes, 31 de mayo de 2013

Pimpinela Escarlata, de la Baronesa de Orczy: en este caso prefiero la película

En el prólogo de Pimpinela Escarlata de la Baronesa de Orczy (publicado por Bibliotheca Homolegens), escribe Gonzalo Altozano "Es tanta la épica encerrada en este libro, que al acabarlo, al lector le quedará en la boca el buen sabor de que, quizás, puede, por qué no, otro Antiguo Régimen es posible".
Una breve defensa de la contrarrevolución que (a diferencia de la Baronesa, que tuvo sus motivos - Pimpinela -en esta versión quitan el La- se publicó en 1905; su familia mucho antes había abandonado Hungría por temor a la revolución- y que, además, comprende algunos de los motivos de los revolucionarios franceses) cae en el insulto "unos tipos desdentados y envidiosos, inventores del uso arbitrario del Derecho, arquitectos de la política sin Dios".
Pero como aquí no nos interesa Gonzalo Altozano ni historiadores revisionistas -no lo utilizo en sentido peyorativo- como François Furet, pasemos a la novela.
Pimpinela Escarlata, que se mueve entre el folletín romántico y el aventurero que, aunque resulten inseparables, en este caso bebe más de la romántica.
Vi (y varia veces) la película del año 1934 de Leslie Howard y Merle Oberon mucho antes de leer la novela y, por tanto, Percy y Marguerite Blakeney siempre tendrán sus rostros. Además, en este caso, y a diferencia de otras como Scaramouche, Ivanhoe, El prisionero de Zenda o El Conde de Montecristo, apenas se dan diferencias entre novela y película. ¿Qué tiene que ver la versión cinematográfica de Los tres mosqueteros, casi un musical de Gene Kelly, con la obra de Alejandro Dumas? En cine,  Ivanhoe quita toda la paja de la novela de Walter Scott, que cobraba por número de páginas. Y Scaramouche son dos obras maestras: la cinematográfica y la novela anterior que tiene muchísimos riachuelos que complementan la trama principal. El Conde de Montecristo necesita una buena serie de televisión; en el cine no se acerca tan siquiera, dicho sin desprecio, al culebrón original: esa obra que, si tuviera que elegir una sola, sería la que me llevaría a una isla desierta.
Sobra a la novela Pimpinela Escarlata menos Lady Blakeney con sus miedos y sus arrepentimientos que llenan casi todas las páginas, y falta aventura, intriga... no cierra los capítulos como en los grandes folletines que casi obliga a comenzar el siguiente aunque se te peguen los ojos del sueño. En este caso prefiero la película de Harold Young a la novela.
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