No es Los siete mitos de la conquista española una narración de la conquista de América, sino de los mitos que crearon sus contemporáneos (aunque las fuentes españolas e indígenas, a la manera que las estudia Matthew Restall, no dejan una imagen tan clara como se ha transmitido) y continuaron los historiadores hasta la actualidad.
"En lugar de limitarse a contrastar mito y realidad, mi análisis reconoce que los mitos pueden ser reales para sus progenitores y que una supuesta realidad construida a través de la investigación de las fuentes de archivo, puede generar, a su vez, sus propios mitos. Por lo tanto, éste no es sólo un libro sobre lo que pasó, sino un texto que compara dos formas de relatar lo que ocurrió. una forma es fruto de la época y el momento histórico contemporáneo a los hechos. La otra germina en los archivos y bibliotecas, cuando los historiadores escriben sus propias descripciones históricas con afán de objetividad (a pesar de que ésta siempre queda fuera del alcance del investigador)".
"En lugar de limitarse a contrastar mito y realidad, mi análisis reconoce que los mitos pueden ser reales para sus progenitores y que una supuesta realidad construida a través de la investigación de las fuentes de archivo, puede generar, a su vez, sus propios mitos. Por lo tanto, éste no es sólo un libro sobre lo que pasó, sino un texto que compara dos formas de relatar lo que ocurrió. una forma es fruto de la época y el momento histórico contemporáneo a los hechos. La otra germina en los archivos y bibliotecas, cuando los historiadores escriben sus propias descripciones históricas con afán de objetividad (a pesar de que ésta siempre queda fuera del alcance del investigador)".
Si destruye mitos, el que abre el libro ("el mito de los hombres excepcionales") y el que lo cierra ("el mito de la superioridad"), también hace lo propio con los contramitos que otros historiadores han confrontado a esis mitos.
Revisionista de la historia contada a la manera de William H. Prescott (o, como escribe, de Hugh Thomas que, explica, toma a Prescott como inspiración: aquí una reseña mía de La América de Carlos V, de Hugh Thomas), apenas dedica espacio a las atrocidades que se cometieron o a las hazañas (ni leyenda negra ni leyenda rosa); es decir, y situándonos en el primer capítulo de "El mito de los hombres excepcionales", Colón o Cortés (los personajes sobre los que más trata) debemos verlos en su contexto: el de una expansión no solo europea, pero principalmente, que hubiese llevado a un portugués o castellano, antes o después, a navegar hasta América. Asimismo, los modos de la conquista: el divide y vencerás; la utilización de intérpretes; el apresamiento de los jefes indígenas... tenían una larga tradición y de una manera u otra esos modos los usaron todos los conquistadores, desde Cortés hasta el menor de ellos. Y tienen su antecedente en la Reconquista.
Quizá aquí se encuentre, a mi entender, el único pero del libro de Restall: efectivamente, el descubrimiento y conquista (que fue incompleta, como señala con razón y ejemplos) se hubiese producido de cualquier manera. Pero quitar el factor humano de la historia como si esta tuviese unas leyes establecidas parece un error: con otro aventurero diferente a Cortes, el Imperio Azteca hubiese caído, ¿pero de igual forma? Nunca podremos saberlo.
Los mitos en que divide su libro son siete:
Matthew Restall |
-"El mito del ejército del rey". Aunque España, seguida de Francia, fue pionera en la revolución militar del siglo XVI, a América no fue tal "ejército del Rey" (hasta el XVII no se puede hablar de tales ejércitos leales al Estado) ni las nueva armas utilizadas en Europa se llevaron a América ni la forma de luchar era la misma. El capitán Bernardo de Vargas Machuca escribió Milicia y descripción de las Indias (1599), que ha sido considerado el primer manual de guerra de guerrillas, solo que los españoles llevaban guerreando como él propone casi un siglo. No fueron soldados profesionales quienes conquistaron América: "si fuera preciso definir esa figura, formada por los rasgos más comunes, el conquistador sería un hombre joven de entre 25 y 30 años, semianalfabeto, procedente del sur de España, formado en una profesión u oficio concreto, que busca una oportunidad a trave´s de las redes de vasallaje basadas en vínculos familiares y locales de la ciudad de origen. Armado en función de sus posibilidades, y con cierta experiencia en la exploración y conquista de América, estaba dispuesto a invertir todos sus bienes y a arriesgar su vida, en caso necesario, con el fin de ser miembro de la primera compañía encaminada a conquistar alguna región rica y bien poblada".
-"El mito del conquistador blanco". Comienza el capítulo curiosamente con una cita de William H. Prescott, que reconoce la importancia de los americanos en la conquista: "El imperio indio fue, en cierto modo, conquistado por indios", un dato conocido aunque Restall argumenta con razón que se ha visto a los indígenas como pasivos cuando en un primer momento algunos de ellos pudieron ser los grandes beneficiados, por lo que de pasivos nada: al contrario, buscaron se aliaron con los españoles. Y, más importante por lo novedoso, con ejemplos (Juan Garrido, Juan Beltrán, Sebastián Toral...) destaca el papel de los africanos en la conquista.
-"El mito de la completitud". "Los españoles recalcaban la idea de la completitud de la conquista no sólo por conveniencia política o porque se amoldaba a una ideología imperial en desarrollo a la que estaban cada vez más expuestos; también suponían que los acontecimientos se desarrollaban de un modo que les era familiar en sus propias tradiciones. Insistían porfiadamente en que la conquista era completa hasta que se les aparecía tal como era. Y no eran conscientes de las perspectivas indígenas, que no distinguían entre conquista y colonización, sino que interpretaban ambos procesos como una sola negociación interminable y creían asimismo encontrar en ella formas y conceptos familiares". En palabras de otro historiador James Lockhart: "Los españoles pensaban que los indígenas estaban firmemente "sometidos al dominio del rey". Y los indígenas se consideraban antes súbditos de sus propios señores que de los lejanos españoles. A su modo, unos y otros tenían razón y a la vez se equivocaban".
-"El mito de la comunicación y el fallo comunicativo". Estos dos mitos se contraponen, el primero fue creado por los conquistadores; el segundo, aunque tiene sus orígenes también en el siglo XVI, basado sobre todo en los textos de Bartolomé de las Casas, es el preferido por historiadores modernos. Restall para explicar este último se basa (aunque no comparte) en la comparación que Tzvetan Todorov realiza entre Colón, que no tenía interés en comunicarse con los indígenas caribeños, y Cortés y su habilidad para comunicarse ("las palabras perdidas de la Malinche"). "No cabe duda", escribe Restall, "que hubo fallos comunicativos en la conquista, pero sostener que tales fallos eran tan desequilibrados a favor de los españoles que explican la propia conquista es ignorar la complejidad de la interacción entre españoles e indígenas [...] A los indígenas del pueblo saqueado o de la jaula de madera les daba igual no comprender el Requerimiento, pues las acciones de los españoles transmitían las intenciones con mucha mayor claridad que el texto".
-"El mito de la devastación indígena". Un capítulo que pretende acabar con varios mitos, que tienen que ver con la mirada del europeo sobre el indígena y el "derecho" que tenía sobre él: a saber, que vivían en una inocencia utopía o, como se les describía desde la perspectiva hostil y racista "estúpidos, tontos, irrespetuosos con la verdad, inestables, carentes de capacidad de previsión...".
Junto a esto la pretensión de los europeos de que "los americanos indígenas creían que los invasores españoles eran dioses". Lo que Todorov llama "la creencia paralizante de que los españoles son dioses" y que Restall niega basándose en las palabras y silencios de los cronistas españoles y en las fuentes indígenas. Ni pensaban que los españoles fuesen dioses o que hombre y caballo fueran uno, como se ha escrito en ocasiones. Además de negar que este fuese el pensamiento indígena, también acaba con otro mito: "el de la leyenda negra". Fueron las epidemias, no la crueldad española (que la hubo, pero no mayor o menor que la de los pueblos americanos), la que diezmó la población de América. Aunque fuese por un motivo material (el español se alimentaba del trabajo del indio), que murieran tantísimos americanos fue motivo de preocupación en España.
En cambio, lo que ve Restall es una "vitalidad indígena" que la versión utópica, en el buen o mal sentido, ha ignorado. El historiador encuentra varios indicadores de esa vitalidad: "los festivales de la conquista; el título o historia comunitaria, que promovía los intereses locales, sobre todo en relación con la propiedad de la tierra; el papel de los indígenas como aliados...".
-"El mito de la superioridad". Restall señala: "los cronistas coloniales y los historiadores modernos que se basaban en aquéllos recurrían a este argumento simple y circular: los españoles conquistaron a los indígenas porque eran superiores, y eran superiores porque conquistaron a los indígenas". Para el historiador la trilogía de factores que explica en gran parte (no toda) el triunfo de la conquista fue "enfermedad, desunión indígena y acero español", al que se une un cuarto ("la cultura de la guerra"). Aunque al final explica que "la conquista española sólo puede entenderse plenamente si se sitúa en el contexto de la era de la expansión [...] si se observa la historia humana a lo largo de varios miles de años, la conquista española es un mero episodio en la globalización del acceso a los recursos de producción alimentaria. Los cultivos y animales de algunos entornos y regiones del Viejo Mundo tenían un mayor potencial alimentario, lo cual confería a los pueblos de esa zona cierta supremacía sobre los de otras regiones. Pero al final, a través de encuentros desiguales entre culturas, tales ventajas se transfirieron a otras regiones anteriormente desfavorecidas".
(Conviene aquí leer el interesantísmo La Gran Divergencia, de Peter Watson).
El Epílogo (la traición de Cuauhtémoc), junto al de "Las palabras perdidas de la Malinche", me ha parecido el más interesante de todos, aunque Matthew Restall ha armado su libro de tal manera que casi se hace inevitable terminar el libro para que cobre su sentido completo: "el mito de los hombres excepcionales" lleva inevitablemente a "el mito de la superioridad". En el Epílogo es donde mejor funciona el método de Restall de contraponer crónicas de los mismos hechos, en este caso los sucesos que llevaron a la decapitación de Cuauhtémoc, para la que tenemos la versión de Bernal Díaz, que difiere de Cortés y Gómara, más parecidas sus historias entre sí, y también la crónica de "un noble nahua, don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, descendiente de Coanoch", uno de los jefes ejecutados. Además de la "propia versión de los mayas mactum, escrita en maya chontal". Finaliza casi su libro Restall con las siguientes palabras (ve la versión maya la que parece bastante verosímil): "todos los elementos de la vitalidad cultural indígena durante la conquista están presentes aquí: la percepción de la conquista como obra, en cierto sentido, de los señores indígenas; el recurso a las alianzas políticas y militares con los españoles para reforzar los intereses locales; la colaboración compleja y parcial de la élite; la prosperidad de las comunidades municipales indígenas de la época colonial (simbolizada aquí en el relato maya mactum, escrito con signos alfabéticos pero en nahuatl y maya)".
-"El mito de la completitud". "Los españoles recalcaban la idea de la completitud de la conquista no sólo por conveniencia política o porque se amoldaba a una ideología imperial en desarrollo a la que estaban cada vez más expuestos; también suponían que los acontecimientos se desarrollaban de un modo que les era familiar en sus propias tradiciones. Insistían porfiadamente en que la conquista era completa hasta que se les aparecía tal como era. Y no eran conscientes de las perspectivas indígenas, que no distinguían entre conquista y colonización, sino que interpretaban ambos procesos como una sola negociación interminable y creían asimismo encontrar en ella formas y conceptos familiares". En palabras de otro historiador James Lockhart: "Los españoles pensaban que los indígenas estaban firmemente "sometidos al dominio del rey". Y los indígenas se consideraban antes súbditos de sus propios señores que de los lejanos españoles. A su modo, unos y otros tenían razón y a la vez se equivocaban".
-"El mito de la comunicación y el fallo comunicativo". Estos dos mitos se contraponen, el primero fue creado por los conquistadores; el segundo, aunque tiene sus orígenes también en el siglo XVI, basado sobre todo en los textos de Bartolomé de las Casas, es el preferido por historiadores modernos. Restall para explicar este último se basa (aunque no comparte) en la comparación que Tzvetan Todorov realiza entre Colón, que no tenía interés en comunicarse con los indígenas caribeños, y Cortés y su habilidad para comunicarse ("las palabras perdidas de la Malinche"). "No cabe duda", escribe Restall, "que hubo fallos comunicativos en la conquista, pero sostener que tales fallos eran tan desequilibrados a favor de los españoles que explican la propia conquista es ignorar la complejidad de la interacción entre españoles e indígenas [...] A los indígenas del pueblo saqueado o de la jaula de madera les daba igual no comprender el Requerimiento, pues las acciones de los españoles transmitían las intenciones con mucha mayor claridad que el texto".
-"El mito de la devastación indígena". Un capítulo que pretende acabar con varios mitos, que tienen que ver con la mirada del europeo sobre el indígena y el "derecho" que tenía sobre él: a saber, que vivían en una inocencia utopía o, como se les describía desde la perspectiva hostil y racista "estúpidos, tontos, irrespetuosos con la verdad, inestables, carentes de capacidad de previsión...".
Junto a esto la pretensión de los europeos de que "los americanos indígenas creían que los invasores españoles eran dioses". Lo que Todorov llama "la creencia paralizante de que los españoles son dioses" y que Restall niega basándose en las palabras y silencios de los cronistas españoles y en las fuentes indígenas. Ni pensaban que los españoles fuesen dioses o que hombre y caballo fueran uno, como se ha escrito en ocasiones. Además de negar que este fuese el pensamiento indígena, también acaba con otro mito: "el de la leyenda negra". Fueron las epidemias, no la crueldad española (que la hubo, pero no mayor o menor que la de los pueblos americanos), la que diezmó la población de América. Aunque fuese por un motivo material (el español se alimentaba del trabajo del indio), que murieran tantísimos americanos fue motivo de preocupación en España.
En cambio, lo que ve Restall es una "vitalidad indígena" que la versión utópica, en el buen o mal sentido, ha ignorado. El historiador encuentra varios indicadores de esa vitalidad: "los festivales de la conquista; el título o historia comunitaria, que promovía los intereses locales, sobre todo en relación con la propiedad de la tierra; el papel de los indígenas como aliados...".
-"El mito de la superioridad". Restall señala: "los cronistas coloniales y los historiadores modernos que se basaban en aquéllos recurrían a este argumento simple y circular: los españoles conquistaron a los indígenas porque eran superiores, y eran superiores porque conquistaron a los indígenas". Para el historiador la trilogía de factores que explica en gran parte (no toda) el triunfo de la conquista fue "enfermedad, desunión indígena y acero español", al que se une un cuarto ("la cultura de la guerra"). Aunque al final explica que "la conquista española sólo puede entenderse plenamente si se sitúa en el contexto de la era de la expansión [...] si se observa la historia humana a lo largo de varios miles de años, la conquista española es un mero episodio en la globalización del acceso a los recursos de producción alimentaria. Los cultivos y animales de algunos entornos y regiones del Viejo Mundo tenían un mayor potencial alimentario, lo cual confería a los pueblos de esa zona cierta supremacía sobre los de otras regiones. Pero al final, a través de encuentros desiguales entre culturas, tales ventajas se transfirieron a otras regiones anteriormente desfavorecidas".
(Conviene aquí leer el interesantísmo La Gran Divergencia, de Peter Watson).
El Epílogo (la traición de Cuauhtémoc), junto al de "Las palabras perdidas de la Malinche", me ha parecido el más interesante de todos, aunque Matthew Restall ha armado su libro de tal manera que casi se hace inevitable terminar el libro para que cobre su sentido completo: "el mito de los hombres excepcionales" lleva inevitablemente a "el mito de la superioridad". En el Epílogo es donde mejor funciona el método de Restall de contraponer crónicas de los mismos hechos, en este caso los sucesos que llevaron a la decapitación de Cuauhtémoc, para la que tenemos la versión de Bernal Díaz, que difiere de Cortés y Gómara, más parecidas sus historias entre sí, y también la crónica de "un noble nahua, don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, descendiente de Coanoch", uno de los jefes ejecutados. Además de la "propia versión de los mayas mactum, escrita en maya chontal". Finaliza casi su libro Restall con las siguientes palabras (ve la versión maya la que parece bastante verosímil): "todos los elementos de la vitalidad cultural indígena durante la conquista están presentes aquí: la percepción de la conquista como obra, en cierto sentido, de los señores indígenas; el recurso a las alianzas políticas y militares con los españoles para reforzar los intereses locales; la colaboración compleja y parcial de la élite; la prosperidad de las comunidades municipales indígenas de la época colonial (simbolizada aquí en el relato maya mactum, escrito con signos alfabéticos pero en nahuatl y maya)".
0 comentarios:
Publicar un comentario