
Entre los espías destaca Ángel Alcázar de Velasco, no tanto por sus hazañas profesionales, como por su cargo y por ser el único de los protagonistas que dejó testimonio escrito (aunque se mueva entre lo improbable, lo falso y lo imposible de corroborar), embajadores como el Duque de Alba, periodistas como Luis Calvo, futbolista, toreros... lugares de paso como Puerto España o campos de reclusión como el Campo 0020, donde retenían a los prisioneros extranjeros, los más numerosos, los españoles ("en una palabra, es usted un muerto en vida", le espetó un oficial a Joaquín Ruiz Goseascoechea), allí se derrumbó Luis Gil y, en cambio, Lecumbe y otros no confesaron o, si lo hicieron, con su testimonio no inculparon a otros), allí estuvo Fernando Casabayo, cuyo expediente es el único que en la actualidad no se puede consultar.
El celo de algunos españoles les llevó a espiar en Estambul o en el norte de África, donde nos presenta el autor a Javier Becerra Gómez, y, por supuesto, en Gibraltar, en el Peñón tenemos el caso de los dos únicos españoles ejecutados por espionaje
Y, junto a estos espías de opereta cómica, los británicos: Thomas Harry y el famosísimo Kim Philby, además de Fernández Armesto y "el enigma Lazar".
Ninguno de ellos puede compararse con Garbo, al que también Javier Juárez dedica un libro, si existió alguien parecido entre los espías de Franco, se llevó a la tumba -como por otro lado haría un buen espía- los secretos que robó. Espías de opereta en un libro, que comienza con unas palabras de Manu Leguineche, quien conoció al periodista Luis Calvo, que entretiene con la suficiente picardía para cerrar los capítulos con hipótesis o rastros de vidas a las que les falta mucho para completarlas que permiten avivar la imaginación y tratar de contemplarlas: por qué no se puede leer el expediente de Casabayo, ¿fue Thomas Harry uno de los espías de Philby (él no lo cree)? ¿sabremos más del espía doble Javier Becerra Gómez?
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