jueves, 25 de febrero de 2016

España y la Independencia de Estados Unidos, de Thomas E. Chávez

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Que la catedral de Málaga quedara inconclusa, no se debió -por más que sea creencia popular- a que ese dinero se destinara a ayudar a los norteamericanos en su Guerra de la Independencia. Aunque sí es cierto que el dinero de España y de la América española alimentó la rebelión, tanto que algunos historiadores sitúan en la moneda española el origen del signo del dólar.

Esta y otras anécdotas, como la aún más famosa de la mula de George Washington, han quedado aunque vagamente, en cierta memoria colectiva. O recientemente la figura de Bernardo de Gálvez, cuyo retrato ya se encuentra en el Senado de Estados Unidos, una de las ocho personalidades reconocidas por este país como Ciudadanos suyos Honorarios (la Madre Teresa de Calcuta y Winston Churchill también se encuentran en esa corta lista).
Bernardo Gálvez, en el Senado de Estados Unidos
Pero el papel que jugó España en la independencia no se ha estudiado lo suficiente, ni en España ni en Estados Unidos. No solo un papel económico, también en las acciones bélicas en suelo de lo que ahora es Estados Unidos, el asedio de Pensacola, aunque aún es más desconocido (si cabe) el papel que tuvo en la estrategia que llevó a que un 18 de octubre de 1871 Lord Cornwallis rindiera a sus ocho mil hombres en Yorktown (una batalla cuya estrategia en parte fue diseñada por Saavedra, aprobada por Bernardo de Gálvez y financiada por España). Los motivos del desconocimiento son varios: el primero, por el lado español, la Monarquía de Carlos III no reconoció, al contrario que Francia, al nuevo país por el temor de que su ejemplo se propagara a las colonias españolas.
Este vacío lo pretende llenar el libro de Thomas E. Chávez, España y la Independencia de Estados Unidos, quien finaliza su Introducción remarcando: "es probable que, como hoy sabemos, la nación norteamericana no hubiera logrado su independencia sin la ayuda de España" (el embajador español en Estados Unidos retrasaba la independencia en veinte años).
Para comprender el porqué España interviene en la guerra, hay que retroceder en el tiempo y, entenderla, como hace el autor, como una guerra global, en la que los españoles más lúcidos no se hacen ilusiones sobre la gratitud de Estados Unidos ni que mantenga la enemiga con Inglaterra. Además, la mayoría de ellos también intuyen el coloso en que se convertirá este país. 
"Esta república federal nació como un pigmeo, y como tal necesitaba la ayuda y la fortaleza de dos estados poderosos como España y Francia para conseguir su independencia. Llegará el día en el que crezca y se convierta en un gigante y sea temido por toda América. Entonces olvidará los beneficios que recibió de los dos poderes, y sólo pensará en su propia expansión", dejó escrito el Conde de Aranda. Por su parte, Francisco Saavedra ya en 1780 auguraba: "lo que no se ha pensado sobre el momento actual, lo que debería ocupar la atención de los políticos, es la gran convulsión que a su debido tiempo producirá sobre la raza humana la revolución de Norteamérica":
Un matrimonio de conveniencia en el que, a corto plazo, tras Estados Unidos, España fue el país más beneficiado según el autor: "recibió las dos Floridas, Menorca y el centro del río Misisipi. España defendió con éxito Centroamérica contra los británicos y no perdió La Habana". No recuperó en cambio Gibraltar.
Corrige este libro una omisión, ya que como señala otro historiador Felipe Fernández-Armesto en su "Nuestra América" (utiliza como fuente para narrar este periodo de la Independencia el libro de Thomas E. Chávez): "los historiadores estadounidenses no han hecho más que empezar a apreciar el alcance de la ayuda española a su guerra de Independencia". Quizá una historia de Estados Unidos que discurra de sur a norte y que complemente la canónica de este a oeste (objetivo del ensayo de Felipe  Fernández-Armesto), ilumine el papel de España y de los hispanos en la creación de Estados Unidos.

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