sábado, 27 de febrero de 2010

Lenitivos

En la Apología de Sócrates, este filósofo ateniense sostiene que es preferible recibir una injusticia a cometerla. También Jesús dijo aquello de poner la otra mejilla. El uno creía en los dioses y el otro afirmaba ser el hijo de Dios. Los dos pensaban que al hombre bueno, al hombre virtuoso, ningún mal puede ocurrirle… y a los dos los asesinaron.


En este descreído principio de siglo, la otra vida, el paraíso, el más allá o como quiera llamársele, aparece desdibujado, velado para la inmensa mayoría de nosotros... si es que aparece de alguna manera. Esta pérdida de valores no es nueva, me dirán. Ya Nietzsche alertaba, hace dos siglos, del riesgo de caer en el nihilismo; y Dostoyevski, unos años antes, retrataba espléndidamente a un nihilista en Los hermanos Karamazov. La religión convenció a muchos de nuestros padres y abuelos. El cristianismo les regaló las bienaventuranzas: ese paraíso para los pobres, los humildes, los justos y buenos, y, quien las aceptó, quizá mirara al explotador, al amo, calculando lo difícil que lo debe de tener un camello para pasar por el ojo de una aguja. Otros quisieron un paraíso en la tierra y mataron o murieron por él… Pero la revolución ya es ceniza y el paraíso proletario fue un infierno.
Lo novedoso en estos comienzos de siglo es que ya no son unos pocos (aquellos que tenían el pan y algo más garantizado y, por ello, podían disertar de lo divino y lo humano) quienes han caído en este vacío, en esta soledad sin esperanza en una vida futura o en una solidaridad entre los hombres. Combatimos el hastío tragando pastillas, escribiendo versos, memorias, con el deporte o las manifestaciones, el sexo también alivia la tensión… fingiendo estar más vivos, ser más jóvenes, como aquella estúpida canción de Alphaville, «Forever young». Lenitivos que tampoco permiten descansar por la noche.






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1 comentarios:

rubencastillogallego dijo...

Pero vivir es eso: inventar lenitivos. Sólo inventar lenitivos. Jugar con cartas que creemos auténticas y sonreír durante la mayor parte posible de la partida. Y luego recibir con resignación lánguida que el Oponente ponga un repóker encima de la mesa.