lunes, 1 de marzo de 2010

Orlando Zapata


Orlando Zapata Tamayo, disidente cubano, murió en la cárcel tras ochenta y seis días de huelga. En Cuba, sesenta y cinco personas, según Amnistía Internacional, son presos de conciencia o presos políticos.
Pero eso ya no es noticia. Lo sorprendente es el escaso eco que ha encontrado en la sociedad española. Sobre todo si se compara con la activista saharauie, Aminatou Haidar. Hubo manifestaciones ciudadanas, solidaridad de los grupos políticos, una propuesta para que mediara el Rey… En fin, la ciudadanía se movilizó. Lo de Cuba no importa tanto: tal vez porque Tamayo era negro, tal vez porque muchos españoles vemos en Cuba nuestro paraíso sexual y mientras haya dictadura y embargo los cubanos y las cubanas tendrán que mercadear con su cuerpo a precios bajos. O tal vez porque Cuba sigue alimentando los sueños de una izquierda que se niega a condenar su propio pasado. Como Llamazares, que se declara amigo de Cuba y del pueblo cubano, sin darse cuenta de que mientras su formación y otras continúen apoyando al dictador sólo el pueblo saldrá perjudicado.
Luego está la actitud del Gobierno español que es siempre la misma. Sea Zapata Tamayo o Aminatou Haidar. "Toma partido por el represor", parece la máxima que Moratinos ha traído a la diplomacia española.
Peor si cabe fue la respuesta del presidente José Luis Rodríguez Zapatero. En un principio lamentó la muerte. Y sólo un día más tarde, probablemente cuando alguien le dijera que eso de lamentar es lo que hace Otegui tras cada atentado de ETA, el Presidente pidió la liberación de los presos políticos.
El embargo a Cuba, todos los embargos económicos, son un error. Afectan exclusivamente a la población civil: pero ahora que España preside la Unión Europea debería conciliar las ayudas para mejorar las condiciones de vida de los cubanos, sus contactos con el Régimen, pero también con la oposición. No puede marginarla, como ha hecho Moratinos hasta ahora, porque si Cuba tiene futuro pasa por ellos. Por personas valientes como Orlando Zapata, un simple albañil al que el Régimen consideró peligroso.
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