viernes, 9 de abril de 2010

Genes

«Ese libro, el más triste de todos, no olvidará el hombre llevarlo consigo el día del Juicio Final». Se refería Dostoievski al Quijote y añadía que, cuando su Creador lo llamara para pedirle cuentas, como toda justificación respondería que él era de la misma raza que Cervantes.

 Contemporáneo en el tiempo a Dostoievski, y que continuó hasta mediados del siglo XX, fue el racismo biológico en Europa. Los «misioneros» de Leopoldo de Bélgica, por ejemplo, medían el cráneo de los africanos y, de esta manera «tan científica» los adscribían a una u otra raza. No solamente africanos o negros, el famoso poema de Kipling La carga del hombre blanco celebraba la sustitución de los españoles por los anglosajones en Filipinas y Cuba como síntoma de progreso. Hasta los pueblos sojuzgados inventaron el concepto de negritud que, aunque en un principio defendía el orgullo de ser negro, con el tiempo dio lugar a un racismo de nuevo cuño
Pero lo que Dostoievski ya sabía: que todos somos de una raza, lo ha demostrado ahora la ciencia para España: la Opinión publicaba un artículo esta semana donde se daba cuenta de un estudio de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona del que se extraen conclusiones como que «los vascos no pueden ser considerados un grupo genéticamente aislado con un análisis general del genoma» o que los murcianos, castellanos y catalanes son los españoles cuyo ADN se asemeja más. Supongo que el estudio habrá dejado mucho insatisfecho entre quienes han hecho de su profesión buscar agravios y diferencias entre los pueblos.
El protagonista de Plataforma de Michael Houellebecq viaja por el mundo intentando librarse del aburrimiento acostándose con mujeres de otras razas (ya deberíamos hablar con más propiedad de culturas), pronto abandona Europa, en esto coincide con el científico Hafid Laayouni: «Realmente es un continente muy aburrido genéticamente hablando».
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