Dejo el libro sobre la mesilla. Suspiro. Cierro los ojos y escucho la respiración agitada de Yolanda. Ha vuelto conmigo. Dice que por la niña. - Nada de sexo - lo repite tan a menudo que es difícil creerla. Fue miembro de una secta que prohibía el vino y el sexo. - Concupiscente - decía (¡vaya palabreja !). Voluptuoso, intemperante, cachondo (que suena mucho mejor). Ahora que lo pienso no me apetece practicar el sexo con Yolanda. Soy monógamo. Yolanda va de mal en peor : quiere hacerme creer que ya no es cristiana, que ahora adora a un dios oriental, que fuma marihuana y que folla como una posesa con dos, tres y hasta con cuatro negros (¡virgencica mía, si se enteran en el pueblo !). Cuando nos acostamos todavía se ruboriza y me pide que me dé la vuela, pero su gurú insiste en que acepte con naturalidad la desnudez. Se ríe si le cuento que María y yo habíamos hecho planes para ver al Papa. ¡A los cuarenta años y me enamoro de una católica liberal, pero todavía virgen ! (¿Pillan la contradicción de católica y liberal ?) Me dejó hace tres días. No aceptó que Yolanda y yo compartiéramos casa (cama). Lloré, grité, supliqué... pero nada.
¡Mírame !, quiero gritarle. Estoy durmiendo con ella, hermosa e imaginativa como antes, y no siento nada. Le expliqué a María que llevaba meses intentando conseguir el divorcio, pero que Yolanda era católica y no quería concedérmelo (ahora es hippie y tampoco quiere). Dice que por la niña. ¡Ahógala !, quiero gritarle. Ahógala, que ya no es hija mía, que la enseñaste a odiarme. Me siento en la cama. Cojo el libro y me tienta la idea de continuar leyendo. Rechazo esa idea y ahuyento al demonio que me sugiere terminar la botella. Dejo el libro en la estantería. Desde que terminé Códigos de la noche no he publicado nada bueno. No tendré más remedio que declararme machista u homosexual (que también vende) para estar de actualidad.
Me siento en mi escritorio. Dispongo todo antes de empezar a escribir : un dado mostrando el seis, un as de corazones y una foto de María (antes fue la de Yolanda y mucho antes la de Cristina). Necesito un trago pero no debería (soy alcohólico). Finalmente me levanto y voy a la cocina, me preparo un bourbon con hielo y vuelvo a mi escritorio. ¿Qué podía pasar si no bebía ? Que pensara en María. ¿Y si terminaba la botella ? Que pensara en María, que no se me empinara y Yolanda se quedara con las ganas de decirle a su psicoanalista a cuántas vejaciones la sometía yo y que ella me soportaba sólo por la niña. ¿Qué más podía pasar ? Que mañana me levantara, vomitara, me bebiera un vodka con zumo, me volviera a acostar y fingiera dormir hasta el mediodía. Aunque eso ocurre todas las mañanas, y vomitaría igual habiendo bebido o no, sólo por la costumbre. Bebo un primer trago y vuelvo a hacerme la pregunta que me atormenta los últimos tres años : ¿Qué me pasa ? ¿Por qué no escribo ni una línea aceptable ? Me encuentro obsesionado con perdurar. Cada vez que leo a Musil o a Nietzsche me pregunto qué hace falta para que mi obra cobre una altura tan gigante. Tres años con una novela que crece en mi interior, pero luego se desmorona. Una novela, o mejor dicho, una tragedia que renazca el mito, hablar de personajes abocados a hacer el mal desde su nacimiento. María se reía de mi búsqueda del espíritu trágico griego, de llamar a mi gata Ariadna, de haber viajado a Atenas sólo para enraizarme con el mito, con la sangre antigua, de fumar habitualmente marihuana y tomar ácidos para revivir la prehistoria donde todo se atribuía a la magia, donde el destino era inexorable.
¿Cómo explicar que la presencia de Yolanda me desagrada, que me molesta y me repele ? Es el asco de verla pintarse las uñas de los pies, de que cuando estoy ensimismado lance un suspiro dándome a entender que sus preocupaciones de vaca que muge deberían importarme, de que quiera convencerme de que en nuestra historia nadie puso más. Debería dormir un poco, Yolanda se despertará temprano (se levanta a las siete y realiza unos ejercicios de relajación, es decir, muge y suda durante una hora) y me despertará. Y aunque me cubro con la sábana para no verla, una mañana estuve contemplando, casi con piedad, cómo hacía jilipolleces y deseé cogerla del brazo y besarla y decirle : “pobre idiota, siempre arrastrándote, poseída por el virus de la moda”. Me dirijo al balcón. Veo a los basureros cumpliendo su tarea de hormigas para que mañana los respetables ciudadanos vean la ciudad limpia. Quiero gritarles que paren, ¡que paren, por favor, de barrer y barrer, si es que nunca van a acabar con la suciedad ! Que dejen amontonarse la mierda para que dentro de unos días la ciudad se levante y se vea en el espejo : podrida, agusanada, comida por la gangrena, como realmente es.
¿Por qué el cartero me devuelve las cartas que envío a María ? Anteayer la esperé a la salida de la universidad. Me puse como uniforme mi sonrisa de niño que sabe que gustó y que ignora que ya no gusta. La vi, me vio... y se fue acompañada de un atractivo morenazo, cavernícola, matrícula de honor en Florida, que seguramente es miembro de un lobby que presiona en Estados Unidos para que se endurezca el embargo a Cuba (¡hideputa !). Quiero convidar a uno de esos barrenderos a un trago, pero me avergüenzo de mi bata de seda y me refugio de nuevo dentro de casa. Entro a la habitación de mi niña (ahora la siento mía porque durmiendo es sólo el ángel que siendo pequeña le decía a sus primas : “callaos, mi papá escribe un cuento que me leerá esta noche”) y canturreo un poema que me cantaba mi madre : Erase una vez un lobito bueno al que maltrataban todos... Las lágrimas caen : innumerables lágrimas feas de hombre vencido, mojando el rostro de mi ángel, entonces se levanta y me mira, soñolienta y soñadora, y me pide que no llore y yo sigo llorando y cantando lo que me cantaba mi madre cuando me hacían un retrato y yo me impacientaba y pataleaba. Sale corriendo, llamando a su madre : - ven - le dice - que papá llora mucho, como si le doliera algo.
1 comentarios:
Publicar un comentario