miércoles, 13 de abril de 2011

La chica del tren de Téchiné: la violencia imaginada


Nunca en la historia de Europa se había asesinado tan poco como en la actualidad. Esta conclusión se extrae de Una historia de la violencia de Robert Muchembled (autor del interesante El orgasmo en Occidente). En el año 2000, por ejemplo, en Rusia la tasa de homicidios alcanzó el 28’4% por cien mil habitantes y en la Europa de antes de la ampliación entre el 1’9 y el 1’7%.
Pero en los últimos años los medios de comunicación llenan más y más páginas con noticias de violencia: entre la Francia de El Odio (Mathieu Kassovitz, 1995) y la Inglaterra de La naranja mecánica (Kubrick, 1971).
¿Aumento continuado o brote esporádico? «Los largos periodos de desarrollo demográfico y económico son más propicios a ese auge de los descontentos generacionales que las épocas de grandes turbulencias y de guerra», sentencia Muchembled.
Pero los hooligans, los apaches, las gangs, los casseurs (como se quieran llamar) también son, ante todo, un invento de los medios de comunicación. O por lo menos una exageración. El público lector de los comienzos de los mass media disfrutaba de las noticias escabrosas igual, o más, que el actual. El amarillismo ha sido la mayor constante en el periodismo.
La última película de André Techiné (no sé si estrenada en España pero se encuentra fácilmente en Internet subtitulada) se llama La chica del tren (La fille du RER, 2009) y se basa en hechos reales: una joven denuncia la agresión de otros jóvenes, musulmanes, al pensar que era judía. El escándalo en la prensa es doble: primero el antisemitismo; después la islamofobia (que no aparece en la película) al descubrirse que la joven había mentido (como los españoles que simularon una violación en Roma). Pero Techiné pasa de puntillas por la islamofobia en Francia, se centra más bien en la relación madre (Catherine Denueve) e hija (Emilie Dequenne, todo un descubrimiento para no perder de vista) y un abogado judío interpretado por Michael Blanc. Por desgracia este pasar de puntillas… porque la película tiene sorpresas, giros, comedia y drama y actorazos pero el Techiné que responde en una entrevista sobre lo que le interesaba del caso que ocurrió en 2004: «cómo una mentira aislada se transforma en una verdad respecto a la comunidad y sus miedos?» no provoca en el espectador ni una décima parte del desasosiego que Caché de Michael Haneke (2005) y la mentira primigenia de la gallina o el gallo (no recuerdo) en la relación entre el Auteil joven y el joven musulmán. Ahí ya estaba París ardiendo; a esta de Téchine, después de los sucesos de la banlieu, le falta una mirada crítica, no esconder el miedo al extranjero que nos atenaza. Y es una lástima porque al autor de En la boca, no (1991), Los juncos salvajes (1994), la obra maestra Fugitivos (2003) y la fallida Los testigos (2007) siempre le ha sobrado valor para hablar de prostitución, homosexualidad, sida, inmigración, drogas…
Quizá la novela de Jean-Marie Besset en que se basa tenga más interés. Aun así las casi dos horas de película no se hacen largas.


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