He escrito mentalmente varias veces un homenaje a Liz Taylor: Fuego de juventud, Ivanhoe y La Gata sobre el tejado de zinc (Tennesse Williams, algo cambiada, dicen, no he leído la obra) están entre mis favoritas de todos los tiempos; la mujer madura de Cleopatra, la de Quién teme a Virginia Wolf, en definitiva, en la que aparecía con el que fuera su marido me interesaron mucho menos. Pero en las necrológicas, tras su fallecimiento a los 79 años, prestábamos más atención a los rumores, a los chismes, a esa «vida loca» que nos atrae de Hollywood. Las legendarias peleas Taylor-Burton emocionaban a los espectadores al cine, que los veían en pantalla y en las revistas como si fuera exactamente lo mismo realidad y ficción (tanto nos confundimos los espectadores que, cierta o no la homosexualidad, Hollywood recomendó a Cary Grant y Randolph Scott que no convivieran).
En las necrológicas tal vez deberíamos haber quitado cualquier palabra que suene a nostalgia de esos «amores fatales», ese «morir o matar» que incluye el maltrato. Por el contrario, en una novela o en una película se puede hablar de «crimen pasional» o de cualquier otra construcción de los poetas.
Mientras que el lenguaje correcto es necesario en el día a día; en el arte es un sinsentido, una obra nos repele o nos atrae. Pero la moralina todo lo más para los dibujos infantiles. El ángel azul, Gilda, La ladrona, su padre y el taxista… Detengámonos en esta, una comedia del año 54 con De Sica, Mastroianni y Sophia Loren; en la última secuencia ella incita a Marcelo a que la abofetee y, cuando lo hace, lo ve como un hombre. Incluso se encara con otros transeúntes que intentan detenerlo, diciéndoles que tiene todo el derecho.
Algo parecido ocurrió el otro día con el opinador Salvador Sostres (pero él escribe para un periódico) y su peculiar manera de entender la violencia machista. Su último comentario es uno de tantos de los que tiene acostumbrados a sus lectores y que encuentran la complicidad entre los más zafios de ellos. No tengo ni idea de la edad del tertuliano, ¿pero cuánto más viejo más necesidad de epatar? Cada año, según se acerca tal o cual fecha a conmemorar en el calendario, los periodistas recibimos un glosario de términos correctos e incorrectos: en lugar de alumnos, alumnado, por ejemplo. Llevado al exceso lo más que se consigue es empobrecer el lenguaje, pero unos mínimos casi todos entendemos que son necesarios.
Para el caso, Salvador Sostres tiene ninguna importancia: su periódico lo conservará o lo echará (como ocurrió con Vigalondo) y ni recuerdo si continúa en nuestra televisión de Esperanza Aguirre o ya le ha hecho un hueco esa aldea de galos indomables y libres llamada Intereconomía.
Importa en cambio el tratamiento que se le dio a la pareja Burton – Taylor en su momento y el que se le da ahora (¿cuánto tardaron los periodistas en suprimir de sus crónicas lo de «crimen pasional») a cualquier estrellita de hoy y sus peleas: Naomi Campbell, Amy Winehouse, Charlie Sheen… ellos sí crean tendencias entre los jóvenes y tendemos a mezclar las ficciones en que participan con la realidad, nutriéndonos de sus chismes.
La relación entre Brick y la gata Maggie tiene todo para llamarla una historia maravillosa de «amores eternos»: alcohol, broncas, adulterio, homosexualidad, impotencia (más en la obra teatral); la relación entre Taylor – Burton era de dependencia y maltrato; lo de Salvador Sostres y el asesino de la webcam es una estupidez de “maldito de salón”. De aquí a unos años será un “maldito de mesa camilla” todavía con su coro de cotorras acusando de liberticida a todo aquel que crea que en periodismo no todo está permitido.
2 comentarios:
Lo de Sostres no es nada nuevo, no se si has leido Hannah Arendt y su banalidad del mal, porque el articulo de este tipejo va de lo mismo.
Soprende que un periódico que abanderó el antivigalondismo se muestre tan complaciente con estas cosas, independientemente de que luego las retire...
"Un periódico no es una máquina perfecta y menos cuando se alienta el pluralismo y la disidencia. Otros son monolíticos, nosotros no". - Pedro J. Ramírez
Y a mi que me caia bien este hombre desde que me entere que comprabamos los ligeros en la misma tienda....
Hola Conguita,
lo leí hace tiempo, pero el final se me espesó de más.
Lo de una comunidad fraternal de personas con los mismos gustos en ligeros no ha funcionado hasta la fecha.
Publicar un comentario