El Stalin de Picasso |
«Una subida de diez puntos en el cociente intelectual de Kerenski habría salvado a Rusia de Lenin; una subida equivalente en el del zar Nicolás II posiblemente habría salvado a Rusia de Kerenski» (Martin Amis, Koba el Temible).
Robert Fisk y Lawrence Wright coinciden en que Estados Unidos pudo asesinar a su adversario Ben Laden antes de los atentados del 11-S. Sin Osama, ¿hubieran ocurrido los atentados en el World Trade Center? Enric González da por supuesto que no fue idea suya ni la ocurrencia del atentado ni la ideología de Al Qaeda, Pero sí la perseverancia para trabajar en ello dos años… Y la suerte, la baraka que compartía con otro mal bicho, este del siglo XX: Franco.
Pero la reflexión puede llevarnos más atrás (y probablemente servir de poco): Un aborto afortunado de la madre de Hitler, ¿nos habría librado de la II Guerra Mundial? Al parecer de los historiadores, ni de la II Guerra Mundial ni de las medidas antisemitas. Aunque tal vez no hubiera ocurrido el Holocausto. ¿Y la voladura de Carrero? Tanto Charles Powell como Javier Tusell coincidían en que el Almirante prometió al Rey poner a su disposición el cargo. Martin Amis, por el contrario, en una reciente entrevista pensaba que los españoles debían dar las gracias a ETA.
Entramos, como se ve en una historia factual, que simplificándola podría resumirse en la frase de Pascal que toma en su libro de reportajes y entrevistas Judith Thurman (aquí post): «Si Cleopatra hubiera tenido una nariz más corta hubiera cambiado la faz del mundo».
Junto a la historia factual, la de los grandes hombres que parecía olvidada entre otras escuelas historiográficas pero que, para el lector medio, resultan mucho más interesantes. Con Napoleón y Julio César como personajes emblemáticos y con escritores como Carlyle, filósofos como Nietzsche y arquitectos como Felix Mendelssohn, todos en busca del superhombre.
El marxismo la enterró y, curiosamente, la resucitó con la muerte de otro hombre y su momificación. Después llegó el culto a la personalidad de Stalin, denunciado por Jruschov en el 56 y que significaba dos cosas: el ataque más devastador al marxismo (más que el 89) y la proliferación, como guíscanos en otoño, de cultos a otros personajillos: Mao, el Che, Pol Pot…
¿Era Ben Laden un hombre de esos a los que se refería Nietzsche capaces de partir en dos la historia de la humanidad? No, el fundamentalismo islamista: el odio a Occidente, a la libertad, a la cultura, a la separación de poderes (y también a nuestra prepotencia y nuestro relativismo en cuanto a las vidas que importan) hubiera continuado con su máxima expresión nihilista «el hombre bomba».
Perdería el integrismo su icono global, como Jesucristo en su siglo, el Che en el XX y ahora Ben Laden en el XXI. Todos barbudos (mis respetos para las barbas). Lo mejor que pudiera ocurrir ahora es la conversión del asesino en algo parecido a sus predecesores: una postal en Semana Santa, una camisetita roja que le regalas a la novia con el Che con boina. Tres imágenes que debemos asociar pronto a la cultura pop para que pierdan su carga maligna, su potencial por el que morir o matar.
PD. El Stalin de Picasso (a la muerte del Dictador) le echó encima al artista malagueño toda la jauría comunista del realismo socialista. Por suerte para él, en esa época (aunque le interesara más el dinero que la política) ninguno de los realistas podía comparársele en prestigio. Si no lo hubieran excomulgado.
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