miércoles, 10 de agosto de 2011

Cinco horas con Mario Bros

Capítulo I

- ¡Diablos!
El que así había hablado era yo. El sudor surcaba mi cara, y mis manos estaban húmedas y temblorosas. Había muerto siete veces en el mismo lugar y por lo que parecía la  situación no tenía salida. No, yo no era un gato que acababa de perder su última vida, simplemente estaba jugando a la videoconsola. Me volví hacia mi hermano:
- Antonio, yo creo...
Estaba solo, desconcertado miré a mi alrededor. ¿Cuánto tiempo estaría así? Tenía  puestos todos los sentidos en el juego y poco a poco los fui perdiendo. Llegó un momento en  el cual mi cabeza sólo pensaba en el maldito salto. En ese instante escuché el teléfono. Lo  descolgué mientras tamborileaba con los dedos en la mesa:
- ¿Quién es?
- Soy yo, Paco. ¿Por qué no contestabas?
- Estaba ocupado. ¿Qué quieres?
- Vamos esta noche a la Zona y esta vez le pediré salir a...bueno tu ya lo...
Lo pensé, la idea me agradaba pero...
- Lo siento, mañElena nos vemos, he de cuidar a mi hermano.
- ¡Adiós!
Colgué. Tenía toda la noche para jugar, bebí un trago de coca - cola. Siempre he  mentido muy bien.
- Jack, no se como pasarme la pantalla - dije.
- ¿Me llamabas Jaime? - preguntó mi madre.
- No, te habrás confundido.
Esa noche me acosté tarde : la pantalla estaba pasada y también otras muchas, pero encontré otro salto y enemigos aún más difíciles.

Capítulo II

Al día siguiente me levanté (todos los días me levanto) temprano, conecté la radio y la  seductora voz de Madonna acarició mis oídos.
La cocina está a la derecha saliendo de mi habitación. Entré y abrí la nevera. Tomé un trago largo de leche y la volví a dejar en su sitio. Mi hermano estaba a mi lado, nuestros ojos  se buscaron, yo estaba más cerca de la puerta. Vaciló un instante, sólo un segundo.
- Suficiente - pensé.
Me equivoqué, empecé a correr y él detrás. Mi madre gritó que por favor nos  paráramos. El había conseguido adelantarme. Violentamente lo empujé y cayó al suelo, sin  estrépito. Me dirigió una mirada de resentimiento y se fue: cabizbajo y sin volver la vista atrás.
Lo conseguí, estaba en mis manos, pasé mis dedos por su piel, su tacto era suave y  rápidamente conseguimos compenetración : tenía en mis manos el mando de la videoconsola. Encendí la televisión y, con los ojos fijos, empecé a pasar el día, no imaginaba que lo  terminaría en el mismo sitio.
A las once salí a comprar el periódico, miré a mi alrededor y vi movimiento, mucho  movimiento. Un movimiento febril e irritante. Pagué distraídamente al vendedor (¿a quién si  no?) y regresé ojeando las páginas. La situación económica de mi equipo era y sigue siendo  alarmante (sí, soy del Madrid). Llamé al ascensor. Estaba solo esperándolo y cuando ya me montaba oí una voz:
- No cierres, por favor.
Miré y la vi, siempre que se mira se ve, aunque no siempre lo que se quiere.
Era Elena, que no es ni alta ni baja, no es delgada aunque tampoco diría que es gorda (por lo menos no delante de ella). Sus piernas, bueno, sus piernas son normales. Ordinarias, como diría Juan Fernando. Y sus ojos, ¡Dios qué vulgares!
- Se puede saber cómo te gusta esa chica? - gruñó Humphrey cuando se lo conté.
Intenté explicarle que me gusta la gente normal, que estoy harto de tratar con gente  rara, con tipos como yo que van de una depresión a otra sin un rumbo exacto. Realmente  prefiero las bellezas que se ven en televisión, pero ellas son inaccesibles para los simples mortales por lo que supongo que estarán siempre solas. Humphrey no me comprendió, pues  mientras se lo contaba puso cara de sí mismo, es decir de nada. “Si no me comprendió será que  no le hablé con claridad”.
- ¿A qué piso vas? - pregunté.
- Al tercero.
- ¡Perfecto!, yo voy al cuarto, cuarto derecha.
No entendió lo que tenía de perfecto. Yo estaba muy nervioso, extremadamente nervioso. Quería hablar con ella y mostrarme ingenioso y sofisticado. Miré el reloj. Todavía no  habíamos llegado al primer piso y yo, con estúpida insistencia, seguía mirando mi reloj.
- Es japonés - me dije -. Esto me solucionará el futuro.
- Hace un bonito día - aseguré.
Lo estaba haciendo mal, no me prestaba atención, miré al techo y vi una mosca que  daba tumbos y piruetas a mi alrededor e, incomprensiblemente, cayó al suelo fulminada.  Comencé a reírme, con una risa rara de idiota, la risa del dolor. Señalaba con insistencia el lugar donde yacía.
- ¡Háblale! - me dijo Jack.
- Otra ve tú - gruñí.
- Bonito sol.
- Sí - respondió mi habladora compañera.
- ¿Tienes perro? - pregunté.
Bajé la vista, rojo por la vergüenza. Ella me miró sorprendida y divertida. Imaginé a Humphrey devolviéndole la mirada sin mover un solo músculo. Cuando iba a contestarme, el ascensor llegó al tercero.
- ¡Adiós!
- ¡Adiós!
Llegué al cuarto, me sentía idiota y pensaba como tal:
- En el instituto se reirán de mí, se acabaron las chicas y las salidas nocturnas.
- ¡Cállate! - dijo Jack -. La verdad es que estás en una situación complicada pero sabiendo tu poca reputación nadie se extrañará de tu fracaso.
En ese momento perdí los nervios y lo estrangulé, contemplando su grotesca cara.
Todo sudado y con la sangre agolpada en la cabeza llamé a mi casa. Abrió mi madre.
- Mama, he matado a Jack - dije todo lo grave que pude, pero la deforme cara del muerto me hizo reír.
- ¿Has matado a un hombre?
- No exactamente - respondí vagamente.
Comí, me vicié y... y me fui a jugar a las cartas a casa de un amigo. Mientras mi madre fue a mi habitación.
En mi habitación hay varios posters de futbolistas, coches y también uno de una modelo demasiado vestida para mis quince años. Mi madre registró entre mis muñecos de peluche, que todavía conservo desde mi infancia. No los guardo por nostalgia, pero una vez mi madre pidió que se los diera a mi hermano y decidí conservarlos, no podía permitir que el monstruo poseyera los restos de un tiempo que definitivamente se alejaba.
- Es raro - pensó la autora de mis días -, Jack esta aquí.
Jack es el payaso que me regaló mi abuelo cuando vino de Barcelona, aunque yo se con certeza que no pasó de Mula. Tenía yo cinco años y el muñeco me impresionó mucho y me ha tenido fascinado y aterrorizado hasta su muerte. Ahora está con su cabeza inerte llena de moscas, como el cerdo de Golding. Qué descanse en paz.
- Ya está la habitación llena de pipas - murmuró mi madre, y salió de la habitación moviendo la  cabeza con resignación.
Al momento entró con la escoba y comenzó a barrer.

Capítulo III

Estábamos seis amigos en casa de Roberto, fui a jugar a las cartas, pero pronto comprendí que no sería el juego protagonista de la noche. Tenía un fuerte dolor de cabeza y a mi derecha el "amigo" más hablador el cual respondía al nombre de Luis.
- Si yo creo que al final Verónica se va a liar con Javi  porqu... -me decía.
- ¡Calla contro! -gritó Roberto que en secreto estaba  enamorado de la citada Verónica.
Los dos se levantaron y jugaron con las miradas que se encontraban para luego perderse. Roberto le golpeó. Hoy sólo había surgido la excusa. Se buscaban desde hacia mucho tiempo, yo era partidario de Roberto por lo que cuando intentamos separarlos y en el fragor de un combate en el que no había tenido nada que ver, insulté y amenacé a Luis. Transcurrido el tiempo en el que dos hombres se empujan y hacen como si se golpearan y viendo que no íbamos a ver sangre los separamos definitivamente. Roberto con voz autoritaria como cuando el profesor regaña al último de la clase que no ha hecho los deberes lo expulso de su casa, cualquier hombre se hubiera ido sin protestar, pero curiosamente Luis aun tuvo tiempo de amenazarnos:
- Nos veremos.
Hasta ese instante no había observado lo lobuno de su mirada.
Empezamos la partida, Roberto barajó y sólo por el movimiento de las aletas de su nariz un poco más fuerte de lo habitual se suponía una turbación en el ánimo. La mano no le tembló al repartir las cartas mientras yo que apenas había tomado parte en los sucesos sentía moverse mi pierna derecha sin poder detenerla.
Miré mis cartas: eran tres reyes, una sota y un tres. Pedí dos cartas y para mi satisfacción saqué un comodín y el último rey. Tenía repoquer de reyes. La sonrisa bobalicona se dibujó en mi rostro. Intenté cerrar la boca, impedir la risa, pero sólo conseguí mostrar estrambóticas caras. Fernando miraba con sus pequeños ojos asustados a todos los jugadores.
Yo ya estaba harto de ojos observando nada, era estúpido. Parece ser que los ojos que no ven miran mejor.
Gané esa "mano", pero perdí la siguiente y todas las demás. La estúpida sonrisa seguía donde la dejé. Lo aposté todo y me quedé con cero, sin las mujeres (si alguna vez las había tenido) y el juego.
Me marché a casa enfadado, cuando llegué le di las buenas noches a la videoconsola y me acosté. Esa noche pensé en la muerte de Jack que nunca sería real, también soñé lo absurdo de mis deseos. Y como Dostoyevski me plantee las tres máximas del crimen y de la vida misma: querer, poder y hacer. Y la diferencia moral entre querer y hacer no la veía clara.
Me dormí soñando que te soñaba.

Capítulo IV
Mientras hacía la cama escuché la voz de Humphrey:
- Cuidado con las pistolas y las rubias, sobre todo con las  rubias.
Llevaba saludándome de esa manera desde antes que conociera a una rubia y esta mañElena no iba a ser una excepción.
Eran las once, imaginé que la casa estaría vacía y subí el volumen de la radio.
- La vida que vivimos no es para mí, no quiero ser cualquiera  si cualquier sitio me espera... -decía el cantante con una voz  demasiado ronca.
Llamaron al timbre, terminé de vestirme y abrí la puerta. Eran dos hombres con uniforme azul.
- ¿Hay alguien en casa, chaval? -preguntó uno de ellos, el  peor afeitado.
- No, mi madre ha salido.
- Cierra, son del FBI -me advirtió Humphrey.
Se metieron la mano en el bolsillo y cuando temía que fueran a sacar la placa a dúo, uno me mostró un recibo de la luz y el otro me ofreció goma de mascar.
- No cojas cosa de desconocidos -repetía la voz lejElena de una  profesora en segundo.
- Sí, gracias -dije aceptando el chicle y comenzando a mascar.
Cerré la puerta y vi la televisión, nada realmente bueno. A pesar de eso pasé tres horas delante de ella.
Era la hora de comer, habitualmente los sábados no hablamos del instituto, pero éste no tuve más remedio que escuchar un tedioso monólogo que fue sentenciado con un:
- Piensa, si es por tu bien.
- Somos de la generación X -al momento me arrepentí- no  pensamos.
Ella me miró y no dijo nada, podía haberlo dicho como muchas otras veces, pero realmente no era necesario porque yo ya lo había dicho todo. Me pintaba sólo para decir tonterías.
En la radio, un predicador de moda preguntaba:
- ¿Y ahora qué, dónde está tu Dios?
Me fui a jugar a la consola, tenía un día de perros y la consola no era la solución. Demasiado pronto lo descubrí. Cuando empecé a perder vidas me atenazaron los nervios y la rabia y me sentí vacío. Tanto o más que al leer "Fiesta" de Hemingway; la vida un sin sentido, un grito ahogado. Sí, todo se reduce a jugar a la consola las tardes, imaginar aventuras nocturnas que nunca suceden esos repetitivos sábados noche y estudiar para que tus "viejos" presuman de notas delante de la familia (¿familia?, ¿de quién?). Aquí no hay lugar para mí.
El mando agarrado con fuerza y las manos crispadas. Escuchaba la música repetitiva una y otra vez, era un sonido metálico, desagradable y pachangero como música de circo. No  sentía el mando, la imagen del salto se repetía:
- Ding, doing, crash -y así durante horas.
Las horas se agotaban pero el salto no, aun le quedaba para rato. La primera hora pasó rápida y las otras simplemente pasaron sin que me diera cuenta.
- ¡Dichosos japoneses! -mascullé.
Los juegos no son malos, pero en ese instante tenía una fiebre de obsesión, siempre intentar el salto y vacío y luego a empezar el mismo salto o si no otro parecido aunque lo peor  de todo era la música que acompañaba al "game over".
Salto, vacío, salto...

Capítulo V
Una llamada de teléfono me hizo volver a tomar noción del mundo.
Descolgué, al instante llegó a mis oídos la voz serena y monótona de Juan Fernando.
- Vamos a salir esta noche -pausa- ¿de acuerdo?
En su voz no había pregunta por lo que dije que iba.
- ¡Fantástico!, también vienen Paco, Roberto y Santiago.
Fui al cuarto de baño y me duché, salí cuando creí estar listo para ligar.
Era temprano por lo que me entretuve leyendo un libro que me prestó mi tía. El libro tenía por título: "Los hermanos Karamazov" y decía así una parte para mí bastante interesante:
2La maldad debe no solamente ser autorizada, sino reconocida como la salida más razonable y mas necesaria de cada ateo”.
Una hoja cayó del libro, miré y había otras. Era una historia con palabras borradas y otras ininteligibles, de todas maneras me ha gustado mucho. Mi tía nunca ha sabido decirme quien la escribió.
- Tenía un novio que era buen escritor -dice siempre- pero no,  él no ha sido.
La historia comienza así:

CAPÍTULO VI
Era Enero, sobre las diez. En las calles frías y tristes no había gritos ni risas de niños, todos estaban en el colegio. Las muestras de dolor fueron esporádicas, algún llanto de viejo enfermo terminal más por él que por nadie. Fue bonito y la misa aceptable. Y no sentí miedo al entrar, curiosidad y después desilusión. Te hubiera gustado verlo, lo que pasa es que era tu entierro. Rosa que siempre fue mi preferida (la favorita del sultán, la llamabas) me llevaba todo el camino de la mano, temiendo un desmayo o que se yo, no comprende que a esta edad sólo tienes gElenas de un eterno reposo. Eterno y apacible. A veces hablo contigo y la gente se extraña y me mira mal. Juan quiere llevarme a un hospital, pero sólo necesito libertad y no olvidar. Nunca nos hemos llevado bien, pero ahora te necesito. Al despertar, he vuelto a recordar mis comienzos, nuestros comienzos.

Los comienzos
Cuando era pequeño y veía un beso en la tele cerraba los ojos y en silencio, confuso y turbado notaba que enrojecía. El día que nos conocimos salía con tu mejor amiga, esa chica alta y con pecas. No se dio cuenta de lo nuestro hasta que interceptó un beso furtivo en la oscuridad. Al principio se enfadó, pero como hombres hay muchos... Los primeros días salíamos con los amigos, pero poco a poco los paseos solitarios por "Las Fuentes" eran lo habitual. Mi madre se preocupaba por las notas y empezó a echarte las culpas, en el fondo fue un alivio. Llegó la fecha de irme a la mili, yo quería ser objetor pero mi padre apeló a la españolía y yo creí oportuno morir por una bandera que como todas es para quemar.
Bajo la luz de la luna hablamos de sueños, ¡si la luna desvelara cuanto de incierto se dijo!

Ninguna alegría, sólo tristezas
Las cartas llegaban con fluidez a la mili, pero tras leer tres iguales, el resto fueron a la papelera. Mientras esperabas el transcurrir de los meses, yo buscaba el amor fácil los días libres. Tu me esperabas en la estación con mi madre. Besé tus labios ardientes, pero su sabor ya no era igual. Al año nos casamos, no hubo muchos invitados aunque si demasiados para un desempleado. Por la noche nos acostamos en la cama, sin nervios. No íbamos a extrañarnos de cotidiano. En ese tiempo, cualquier oportunidad era un trámite ideal para el amor: nuestras cabezas apoyadas una sobre la otra viendo el televisor.
Comencé a trabajar en un bar: ambiente malo, sueldo peor. La bebida fue compañera habitual de mis juergas solitarias y estaba mucho tiempo alejado del hogar. Intimé con la mujer del jefe por lo que fui despedido. No volví a casa, a la mañana siguiente desperté en un hotel de las afueras con una gran resaca y el penetrante olor a colonia barata de mujer.
Pasaron quince años, el pelo blanco todavía no aparecía, pero las arrugas no se podían disimular. Teníamos dos hijos y una hija. Las relaciones de cualquier tipo contigo eran aisladas, vivíamos separado en la misma cama. Mi sueldo fue mejor remunerado, eran los tiempos en que los sindicatos movilizaron a la España pobre frente a la eterna.
Las notas de mi hijo mayor eran un problema, le obligabas a trabajar demasiado para que no fuera como yo: un fracasado. Siempre has pensado eso de mí. Nunca ha importado, lo comprendo, también yo soñé con ser escritor o por lo menos jefe de algo. Al año siguiente, Juan nos presentó a su novia, mientras charlábamos y comíamos cogiste mi mano debajo de la mesa y la apretaste. Esa noche, con el cuerpo que no daba para más y con la serenidad de los años volvimos a ser marido y mujer.

El fin
Las cosas se arreglaron un poco entre nosotros, pero el amor realmente desapareció. Quedó amistad o más bien compasión de un viejo hacia otro. Me hacías de comer y lavabas
mi ropa. Mi pelo comenzó a caer, ahora que has muerto no puedes verme totalmente calvo. Poco antes de morir tú, nuestros únicos momentos de pasión eran cuando veíamos a Rosa y al novio, y el último beso furtivo en la puerta de casa. Entonces nos miramos, el brillo de los ojos es todo. Ya no queda nada. ¿Para esto era necesario casarse?

Capítulo VII
No tuve mucho tiempo para pensar en la historia pues sonó el timbre y subieron Juan Fernando, Paco y Roberto. Estábamos en mi habitación con la música encendida y olor a tabaco (Roberto había empezado a fumar) cuando entró Santiago. Hablamos mucho sobre chicas, fútbol y también sobre chicas.
- Voy a pedirle salir a Adela -soltó Paco durante la  conversación.
- Te va a decir que no.
- ¿Por qué? -preguntó Paco a Juan Fernando.
- Está saliendo con un futbolista.
- Yo también juego al fútbol.
El escándalo fue general y lógico, Paco no sabía jugar al fútbol, lo intentaba, pero de eso a jugar... Un cojín fue lanzado hacia Santiago.
- ¡Estaos quietos! -grité.
- Yo quiero... casarme a los veinte, tener tres hijos... y  pasar una vida feliz -dijo Roberto sin que viniera a cuento.
- En mi habitación no hables nunca más de matrimonio, esa  palabra no significa nada entre estas cuatro blancas paredes - advertí.
- ¿Y de qué más no podemos hablar? -preguntó Juan Fernando.
- No debéis hablar de matrimonio. No debéis hablar de futuro  ni tampoco del asqueroso "bakalao".
Criticamos a cuantos cerdos "bakalaeros" conocíamos para dar paso al tema habitual de conversación: la novia imaginaria de Juan Fernando.
- ¿Cómo vas con Alicia?
- ¿Y tu con mi madre? -respondió Juan Fernando.
- Mejor que nunca, ya nos lo tomamos bastante en serio.
- ¡Vete a la mierda!
- ¿Sabes lo que realmente me preocupa? -empezó Roberto.
- No, pero lo vas a decir.
- ¿Podemos hacer algo para evitar escucharlo? -pregunté.
Roberto muy corrido cerró la boca, seguimos con las tonterías hasta que llegó la hora de marchar.
- ¿Hasta qué hora te deja mama Antonia? -preguntó Santiago.
- ¡Espera! -dije- ¡mama, vuelvo a las dos y media! -marché antes de que rebajara la hora.
Fuimos a las máquinas donde jugamos unos futbolines y después de recoger gente nos dirigimos como otros muchos a la "zona".
Íbamos a entrar a un "pub" de moda y justo cuando rebasábamos la puerta un guardia jurado nos paró.
- ¿Tenéis los dieciséis?
- Sí, claro -dijimos y dimos un paso al frente como buenos  soldados.
- Quiero ver los carnets.
Todos enseñaron los carnets excepto Santiago y yo que todavía no teníamos los dieciséis años.
- Yo, verás... -empezamos.
- El carnet -exigió.
Estuvimos un rato insistiendo hasta que por fin nos dejó pasar.
- No bebáis -advirtió.
- Somos abstemios -dije.
- ¿Abstequé? -preguntó mientras bebía un trago de cubata,  tenía los ojos enrojecidos. Apuró el contenido y pidió a un  joven que estaba dentro que fuera a la barra a llenarlo de  nuevo.
Al principio era un "pub" de ambiente donde ponían buena música, estabas tranquilo y gritabas y cantabas cuando se escuchaban las notas del himno "grunge". Nirvana era protagonista, sin olvidar a los Beatles, Rebeldes y Green Day. Ponían también los rockeros de los ochenta. Ahora que se llenaba de maquineros y pijos que iban por la moda se escuchaban también horteras canciones "pum pum".
Esa noche estaba lleno hasta los topes, con esfuerzo nos colocamos donde siempre, y esperamos bebiendo nuestra hora, apoyados en la pared, ya tocaría nuestra dosis de Rock and Roll. Y llegó, las primeras notas del "Smell like teen spirit" sonaron y los extraños contemplaban unas muestras de salvajismo que realmente no lo eran. Los jóvenes buscábamos el contacto físico y nos empujábamos con cierta violencia. Era divertido aunque también peligroso, pues a veces alguien cae al suelo y se corta con un vaso roto. Se escucharon gritos de "La bellota" (es el nombre de nuestro grupo), los maquineros que habían retrocedido ante el avance de nuestras tropas volvían a recuperar su parcela y como en una pesadilla nos veíamos rodeados de "bakalaeros" con las camisetas ajustadas demostrando que iban a gimnasios para lucirse.
- ¿Qué hora es? -preguntó Roberto.
- Hora de estar en la cama -respondí con sorna.
Ante mi asombro vi como esa masa de carne y músculos muy compacta se marchaba sin despedirse. Víctor se acercó a mí.
- ¿Qué le pasa?
- Tiene hambre.
Víctor me señaló una estupenda rubia.

Capítulo VIII
- No pienso ir -declaré tajante.
- Tienes que venir -insistió Paco por tercera vez.
Habíamos quedado con las chicas en la discoteca, pero yo había hecho promesa de no volver a entrar a un lugar infectado de "bakalaeros".
- ¿Hiciste esa promesa a Dios?
- Sabes que no.
- Pues entonces rómpela y vamos a ligar.
Acepté desganado y entramos. Recibí muchos codazos y empujones, también hubo quien me quemó con el cigarrillo. Santiago me dio un codazo y vi como se dirigían a la pista. Yo, por mi parte pedí un cubata en la barra.
La música era insoportable. Pasaban minutos y horas y seguía la misma canción o una muy parecida. Miraba el reloj desesperado cuando una de tantas manos que me rozaban se apretó a la mía y susurró a mi oído:
- ¿Vas a ir a la cuerva?
La miré y al momento supe por la descripción que era la novia de Juan Fernando. Alicia era real y para tener la certeza la toqué. Grité:
- Es Alicia.
Y desapareció como tantas otras veces, Humphrey ocupó su lugar.
- Era Alicia -gruñí.
- Lo se -sonrió- he hablado con ella muchas veces.
- ¿Y por qué yo...? -pregunté.
Hizo un gesto indicándome silencio y discreción y también el desapareció como humo.
Reconozco que estaba y sigo estando obsesionado con Alicia.
- Alicia, la amiga imaginaria -he murmurado muchas veces a solas- la mujer que muere de día para aparecer las noches  sensual y radiante.
La historia de Alicia es lejElena, pero Juan Fernando la ha mantenido viva en su mente y en la mía.

Capítulo IX
Un día mucho tiempo atrás, Juan Fernando me dijo que estaba saliendo con una chica y que sólo Roberto y yo lo sabíamos. Transcurrió el tiempo, el seguía contándonos de mala gElena sus encuentros aunque todavía no la habíamos visto. No había mostrado el mínimo interés en que la conociéramos.
- Esa es Alicia -me susurró Juan Fernando al oído.
- ¿Dónde? -grité.
- Acaba de meterse en esa calle.
Miré y no vi a nadie donde el señalaba. Comencé a acelerar dejando descolgado a Juan Fernando que protestaba y me insultaba. Miento, él nunca insulta y si lo hace queda tan ridículo que mueva a compasión. Pasé de andar rápido a correr tras su olor, esquivando lamentos y amenazas. Llegué al final de la calle, después al final de la otra hasta volver donde Juan Fernando esperaba exhausto.
- No está -dije y seguimos nuestro camino.
Después de ese día Juan Fernando cada cierto tiempo nos señalaba un punto donde desaparecía al momento y sólo quedaba su rastro y veíamos la huella de su pie o una cartera que desaparecía. Poco a poco su identidad fue tomando tintes fantásticos y hasta míticos. Quien llegara a ver a Alicia debía de ser un caballero puro como los buscadores del Santo Grial. Juan Fernando un día dijo que había cortado con ella, daba igual, el sabía que ella era mía, era suya y de Roberto y poco a poco nos enamoramos de un fantasma al que conocía Humphrey.

Capítulo X
Por fin llegaron las chicas, como son las que mandan (“ellas tienen el poder, ellas dominan”) en dos segundos nos revolucionaron: obligaron a Santiago a sacar su camisa por fuera, peinaron a Paco y hasta consiguieron que yo bailara.
Salimos de la disco para dirigirnos a la "cuerva", el guardia jurado estaba con la camisa desabrochada y la pistola por fuera creyéndose quizá Clint Eastwood.
Todos juntos fuimos al "Camino el Huerto". Paco y yo nos quedamos rezagados.
- ¿Qué pasó el sábado pasado con Adela? -pregunté.
- ¿No lo sabes?
- Sólo que estuviste toda la noche con ella y que quieres  pedirle salir.
- No pasó nada, cuando vosotros os metisteis para dentro, ella  y yo nos quedamos hablando. Preguntó que quién me gustaba y yo  empecé a darle pistas porque me daba...
- ¿A darle pistas? -grité- Eres tonto.
- Bueno, es que me daba vergüenza decirle: te quiero.
- Sigue.
- Pues nada, por muchas pistas que le daba ella se hacía la  despistada y... bueno, yo insistía en que debía saberlo...  llegó Mariola y me preguntó si se lo había dicho y como no  contesté se lo dijo ella.
- ¿Cómo se lo tomó Adela?
- Comenzó a reír y dijo que se lo imaginaba desde hace mucho,  yo le jure amor sincero y me dio un beso.
Estaba intrigado donde le había dado el beso, pero como el seguía con su historia dejé de pensar y escuché:
- Como decía, estábamos José Luis, ella y yo cuando comenzó a  llorar... José Luis se retiró y me quedé sin saber que hacer.
La consolaba, pero le daba igual. Había cortado con su novio  un poco antes. Me ofrecí a acompañarla a su casa pues ya eran  cerca de la una y tenía que recogerse. Por el camino fui repitiendo que la quería hasta que cuando estábamos cer...
- ¡Paco! -reconvine- pareces sacado de una película en blanco  y negro.
- Eso parece -rió- vimos al novio en la puerta de su casa y me  dijo con un gesto que me marchara. Ahora se que a hecho las  paces de nuevo con él... podía haber salido conmigo esa noche.
- ¿Y como esperas salir con ella si tiene de nuevo novio?
- Porque José Luis me ha dicho que están siempre de peleas y a  lo mejor lo intento de nuevo.
- ¿Y el beso?
Pero estaba cerca de nosotros un grupo y callamos cuando nos fusionamos, se hizo un silencio embarazoso. En el grupo estábamos: Juan Fernando, Margarita, Paco, Elisa y yo.
Elisa nos preguntó:
- ¿Os gustaría probar las drogas?
- ¿Qué drogas?
Y como si hubiera esperado toda su vida para este momento Elisa recitó:
- Ya sabéis: marihuElena, hachís, cocaína, etc.
- Yo me conformo con hacer el amor -respondió Paco.
- Y con las pipas -añadí.
- Sí, las pipas también -corroboró.
Llegamos al lugar de celebración de la "cuerva". Una "cuerva" es vino con mucha azúcar, coca cola o fanta, muchos trozos de melocotón. También hay quien le añade ginebra, whisky u otras bebidas. En definitiva, una sangría.
Allí estaba Elena vestida de blanco. El blanco la hacia gorda. Era la primera vez que miraba con detalle sus piernas que de cerca no estaban tan mal.
Bebí un poco, no demasiado, pero empecé pronto a notar el calor. Me sentía suelto, el enfado de la tarde pasó y pronto empezamos a cantar viejas canciones y otras no tanto:
- Déjame atravesar el viento sin documentos que lo haré por el tiempo que tuvimos, porque no queda salida...
La botella de cinco litros estaba vacía y el gran aunque no único causante había sido Víctor. Víctor es un chico que puede beber lo mismo que come y que conste que no es fácil. Eran las once menos cuarto y poco a poco solté la lengua y mantuve más de cinco palabras seguidas con Elena. A las doce ya estaba aburrido y con un dolor que insistentemente martilleaba la cabeza. La charla había declinado, alguna pareja se alejó,pero por lo general seguíamos los de siempre. Esa noche no valió de nada o de casi nada, que no es lo mismo, pero en el fondo es igual. Elena parecía cansada de mí y se recostó en un banco con los ojos cerrados.
Esperé hasta la una, ésta es una hora que no es adecuada para que uno se recoja, pero por lo menos no te acusan de pasarte un sábado noche en casa, no era mi día por lo que me retiré de escena. Me fui lentamente sin que me apareciera ninguna bruja por el camino.
En casa estaban todas las luces apagadas, me puse el pijama y cerré la puerta de mi cuarto. Encendí la radio, sintonicé la SER, era la hora del "Larguero". Cogí un libro y comencé a leerlo era: "el sueño eterno".
Apreté el interruptor y se hizo de noche en mi reino. Y tuve un sueño:

Capítulo XI
Estaba en casa solo y decidí encender la radio, cuando ya había sobrepasado un poco el límite lógico de voz, decidí seguir subiendo el volumen. Estaba al máximo, ni escuchaba mis ideas. Me metí en la ducha, la única manera de enterarme de la letra era ésta. Salí, estaba ya vestido cuando sonó el timbre de la puerta, apagué la radio por precaución y hay estaba un uniformado joven.
- ¿Qué quiere? -pregunté.
- Hemos recibido una llamada quejándose del escándalo procedente de este piso.
- Yo...
- ¿Estás solo? -preguntó jovial.
- Sí, mi madre ha salido y... no... no se cuando vendrá.
- Bien, no vuelvas a poner la música tan alta que la gente desea descansar.
- ¿Quién ha puesto la denuncia? -pregunté un poco más  tranquilo.
- Una vecina. ¡Adiós!
Yo estaba extrañado, pues no sabía quien era el chivato. Abrí la puerta y miré hacia el piso de abajo, de repente mis ojos se toparon con otros femeninos. Una cara llena de crema y unos ojos malignos se reían, era Dolores (Dolores es la madre de Adela). Ya sabía quien me había delatado y la pagaría.
Dos días más tarde, bajaba yo la basura cuando la vi con su bata que enseñaba todos los muslos y un escote no muy tapado, ella estaba bajando sus porquerías. Esa noche llamé a la policía y la denuncié por exhibicionismo y provocación. Al fin y al cabo estoy en la adolescencia y podría corromperme.
Estaba en el Instituto cuando delante de muchos Adela se acercó a mí.
- ¡Quita la denuncia qué tienes puesta! -ordenó.
- No -dije y me disponía a marchar.
- ¿No comprendes qué esa denuncia es una tontería? -insistió.
- Ya se que nadie la tomará en caso, pero por lo menos la he  puesto y tu señora madre pasará una vergüenza espantosa pues  todo el mundo sabe que tu mama es una cursi.
- ¡Maldito hijoputa! -escupió.
- ¡Adiós!
- ¿Quieres mi cuerpo? -dijo altiva y desafiante pues realmente  era bella.
- Tal vez.
Acercó su cuerpo al mío y yo la besé, rápidamente y casi intentando hacerle daño. Luego la rechacé con violencia.
- Esta tarde quitaré la denuncia.
Entonces me abofeteo rápidamente delante de todos, para posteriormente abrazarse a mí con fuerza y romper a llorar.
Me fui, realmente me dolía la cara. La dejé allí consolándose con la pared. Esa tarde la busqué con urgencia, ella tenía el poder y ahora yo era el necesitado. Se desnudó y yo también y metí primera, la segunda, la tercera... Poco a poco nuestros cuerpos se unieron, ya no éramos dos si no un solo movimiento. Y empecé a tocar su cuerpo que estaba desnudo sin pudor. ¡Fuera pensamiento impuro! En verdad deseo.
Cuando estaba metiendo la quinta y los gemidos eran más continuos y los movimientos más rítmicos ya no era yo, era Paco.

Capítulo XII
Y ante el horror me desperté, solo entre salitre y sudor. Bañado en el miedo cerré los ojos y escuché una desgarradora canción de soledad. Siempre sería así. Y me pregunté: ¿Es qué tengo que enamorarme de las chicas de mis amigos? Todas mujeres ajenas. Lo mismo da Elena, Alicia o Adela... Realmente creo que amo a Elena, pero necesito sentirme protagonista en la vida de otros. No puedo vivir sin ese calor que da el sentirse querido u odiado. Siempre he de pelear y casarme con la buena.
Me levanté de la cama y me duché para después salir a la calle. Teníamos un partido de fútbol.
Estaba claro que íbamos a perder aunque Toni fuera con nosotros, pero no pensé que nos iban a golear.
- ¡Cúbrelo! -me gritó Santiago.
Me moví para proteger mi portería. Primer gol en contra. El partido transcurrió y llegaron unas muchachas de primero para ver jugar a "Pilucas". Terminaron de fastidiar el partido pues este chaval que es algo fantasma al ver tantas fans empezó a regatear hasta perder el balón y así tantas veces que perdí la cuenta de los goles en contra. Llegó el momento cumbre del partido, Roberto llevaba el balón y a velocidad de camión se acercaba a portería, fue a disparar, pero con tan mala fortuna que Toni le robó el esférico y pegó una patada al aire para caer con estrépito. Las fans reían y yo mientras bebí agua en la fuente. La morena de mi derecha empezaba a gustarme, pero intenté olvidarme de ella. Roberto se lesionó gravemente y entre todos decidimos llevarlo al hospital.
- ¡Estaros quietos! -gritó- ¡Por favor! -suplicó al ver que lo  cogíamos entre cuatro.
Pesaba demasiado por lo que lo llevamos casi a rastras, tropezando con todos los objetos que se hallaban en nuestro camino.
- Voy a por una ambulancia -anunció Santiago.
 - ¡No! -se asustó Roberto.
Pero Santiago ya corría hacia el hospital. Al momento una ambulancia salía de la puerta del hospital, Roberto con las manos tapándose la cara murmuraba maldiciones de sus ancestros. Pero la ambulancia nos traspasó y todos reímos, era para otra persona. Roberto bastante dolorido entró al hospital para salir al instante. Estaba malhumorado y llevaba una venda en su pierna.
- Sólo... esguince -dijo hablando como Tarzán.
Otra vez, hace ya mucho tiempo respondió:
- Yo Roberto, tu calla contro.
Llegué a mi casa pues era la hora de comer. Empezamos a comer, si algo me da rabia es compartir comida con alguien aunque ese alguien sean mi padre y mi madre. No soporto eso, tampoco ver el televisor en familia o con los amigos. Los miré comer cuando hube terminado yo y esa contemplación me desagrado. Mi padre es un fracasado y muchas veces lo veo y sufro pensando si algún día seré como él.
Estaba indeciso y asqueado como casi siempre. Necesitaba llorar y gritar, gritar fuerte para que la duda que me envolvía desapareciera. Entré a mi habitación y me pasé toda la tarde escribiendo. Nada de importancia, tonterías como: Estoy en un cadillac sentado (¡mentira, es una puta silla de madera!). Lo único que conservé de ese día fueron unas páginas sobre el matrimonio, muy influidas por las que había leído antes de un autor desconocido (¿desconocido?), bueno creo que fueron escritas por un tal Cide Hamete, también por mi honda preocupación al pensar que todos los matrimonios conocidos por mí fueron un error. Mi historia es sencilla y corta y empieza así:
 
Capítulo XIII

Después de quitarte la ropa,
besarte los labios,
morderte la boca
y hacer el amor...

Era por la mañana a una hora bastante temprana de julio, la luz del sol entraba por la ventana semiabierta, el brillo del astro rey competía con tus cabellos dorados esparcidos sobre la cama. Me levanté, contemplé minuciosamente tu cuerpo desnudo. No te habías tapado, tampoco era necesario. Preparé café para dos, tu te vestiste rápidamente y tu risa inundó la soledad de mi casa.
- Hace tanto que no había risa en esta casa -pensé y entonces decidí adoptarte para la literatura.
El alcohol de la pasada noche hacía que tardara en comprender, al final entendí que esta madrugada también nos veríamos.
Más tarde todo sucedió rápidamente, sin control, sin pasión. Mi cabeza daba vueltas persiguiéndote.
Conocí a tu madre y tu a mi "vieja". Antes cualquier momento era bueno para la risa. Y el amor se confundía con lo cotidiano. Era una anarquía de ideas y sentimientos hasta que llegó la rutina que mata el alma, que mata los sueños. ¡Demasiado tarde para comprender!
Se acabó la aventura y con ella la vida: nos casamos. Me dijiste que estabas embarazada, pero ese hijo nunca nació, no te lo reprocho, bueno sí, pues mataste mis sueños y el ansia de alcanzar el infinito.
Después tuvimos dos hijos: un niño y una niña.
- La parejita -decía la abuelita alborozada.
Y comimos felices y fuimos perdices. ¿Y los cabellos rubios y brillantes? No se te ocurrió otra cosa que teñirlos  de rojo. El policía se extrañó cuando le llamé y comuniqué tu  muerte.
Ahora estoy en la cárcel y tengo tiempo para pensar, creo que moriré pronto. Eso es lo que se murmura entre los presos, ellos todo lo saben. Ahora pienso que no te maté, eliminé una parte de la sociedad capitalista que puso a los sentimientos un precio y la obligación de casarse por el qué dirán. Otros continuaran la guerra. Dales besos a los chicos, diles que no quería matarlos. Tu lo sabes, lo demás no importa.

Capítulo XIV
Terminé de escribir, puse un CD de los Doors y me acosté leyendo el "sueño eterno". Esa noche lo terminé. Me dormí, pero mi sueño no fue eterno pues a la mañElena siguiente me desperté.
Era una mañana cálida en un mes de intenso calor, no había nubes en el cielo. Pasee por las desiertas calles hasta que decidí refugiarme del pegajoso sol en el salón recreativo.
- Es que esta calor -se quejaba una vieja.
- Si lo sabré yo -respondió un amable hombre, al que el sudor le bañaba el rostro, mientras se secaba la calva.
Comprendí que la idea de entrar no había sido correcta. La sala apestaba pues el fuerte olor a tabaco y a gente hacia la atmósfera irrespirable.
- El aire sabe a veneno si no son tus labios los que besan los  míos te... -se escuchaba por los altavoces.
Allí estaba Luis con un ojo hinchado a causa del puñetazo propinado por "Roberto mano de piedra".
Me miró, sonrió y se acercó mascando chicle. Cuando estaba a mi altura lo escupió, era de menta, y con voz más alta de lo normal dijo:
- El otro día estabais muy gallitos.
Al hablar tartamudeó y yo me reí.
- No te hagas el vivo -gritó enojado.
Era un personaje de una película mala de género negro, yo no comprendí porque había dicho esa frase, posiblemente se las apuntara y las fuera aprovechando cuando conviniera. No lo miré y sacando cinco duros del bolsillo los introduje en una máquina.
Me empujó tan suavemente como se puede con una mano que es dos veces la mía y perdí los estribos, lo agarré por el cuello y esta vez si que lo miré a los ojos. Vi miedo, pero cuando soltó mis manos que se aferraban a su cuello con suma facilidad me di cuenta que sus ojos negros reflejaban mi propio temor.
- Cuidado, mucho cuidado -me advirtió.
Y se fue, yo cerré los ojos un segundo y el suelo dejó de tambalearse entonces los abrí, esperé un poco, dando tiempo para que se alejara y salí de allí.
Ya en la calle pensé en ir a casa de Juan Fernando, pero al final opté por casa de Roberto que tenía aire acondicionado, cuando estaba cerca de su puerta me encontré con Elena. Acababa de salir del peluquero y su peinado era francamente horrible. Estaba horrorizado de lo que se había hecho en su pelo que ya de por si era feo.
- Hola -dijo.
- Hola.
- ¿Te gusta mi peinado?
- Sí, muy bonito -dije y ella esperó- es diferente.
Me miró halagada, no suponía que yo entendiera tanto de peinados. Decidí pedirle salir pues con el calor el cerebro había secado y las pocas ideas llegaban entrecortadas.
- Yo... yo tenía que decirte que yo... que decirte... -empecé.
- No te pongas nervioso -interrumpió.
- La cosa no tiene importancia, bueno para mí si que la tiene,  pero comprenderé que tu...
- ¡Espera!, Marco está en la otra acera -dijo- ¡Eh Marco!
Se fue a hablar con él, dejando que la palabra muriera en mis labios, me volvía a sentir estúpido. Siempre me sentía así a su lado. Debería irme, pero la esperaba viéndola reír y sin capacidad para decidir.
- ¿Qué hago Humphrey? -le pregunté.
Apareció como siempre le recordaré: con su sombrero calado y la gabardina y el cigarro en la boca, pese a que todos estábamos deshechos por el calor, el con su pose habitual seguía compuesto sin que una gota de sudor bañara su grave rostro.
- ¿Qué hago? -repetí.
- Yo conocía a dos mujeres -dijo sin que el cigarro se moviera  al hablar- una era morena con unas piernas fantásticas, pura  dinamita; la otra era rubia y dulce, pero había envenenado a  tres maridos y yo me encontré en la situación de elegir y...
- ¡Humphrey! -interrumpí- lo que quiero es que me digas como  puedo conseguir a esa chica -dije mientras la observaba riéndose con el fulano aquel.
- Jaime, hacía unos días que quería decirte esto -hizo una  pausa para encender un nuevo cigarro- nuestras vidas han  seguido cursos paralelos, pero ha llegado el momento de  marcharme y que sigas tu camino.
Y en aquel preciso instante cerré los ojos y no lo volví a ver. Aquello me dolió, una frase se repetía en mis oídos:
- Cuidado con las pistolas y las rubias, sobre todo con las  rubias.
Elena estaba a mi lado.
- ¿Qué querías?
- Nada -y me fui dejándola sorprendida, ella esperaba que le pidiera salir y quizás debí hacerlo.
Anduve por las calles hasta que vi a Paco.
- Vámonos a las máquinas -propuso.
- Vale, pero pagas tú.
- Entonces vamos a casa de Santiago.

Capítulo XV
Eran las cuatro de la tarde y estaba en la cocina con los brazos caídos en la mesa, la botella estaba casi vacía y llevaba ya diez o doce chupitos, volví a llenar un vaso y de un trago lo vacié. Me di cuenta que los chupitos de leche no eran la solución, guardé la botella en el frigorífico, pero lo pensé mejor, de nuevo la saqué, apuré el último trago y la tiré a la basura. Fui a mi habitación, cogí todos los muñecos de peluche, también Jack y Humphrey y se los regalé a mi hermano. Como si fuera un ritual enchufé la televisión, metí el juego y conecté la consola y al rato exclamé:
- ¡Diablos!

PRÓLOGO
Esta novela nació un día de verano, en una playa de  España. Fue terminada meses más tarde en otro pueblo de España  este ya sin playa. El estado anímico que he tenido en los dos momentos de la narración ha sido tan parecido y poco lo que he aprendido que no creo que se pueda hablar de un cambio de estilo o de una forma de vivir.
Pretendía escribir una novela ambiciosa sobre la juventud actual, pero se ha quedado en un simple esbozo de los problemas e inquietudes de mis amigos y yo. Quien quiera ver en ellos los problemas de toda una generación que los vea.
Hubiera deseado hablar de actitudes frente al racismo, la drogadicción y el sida, pero mi ciudad es tan pequeña y yo tan despistado que si realmente hubiera pasado algo de importancia no lo sabría.
Hablo de chicas, videoconsolas, alcohol y un poco del  miedo que tenemos al futuro y del terror que yo siento a l compromiso. Y sobre todo de esos sábados noche en los que nunca pasa nada, pero que siempre se repiten pues tal vez el  siguiente...
Y hablo de esa perdida de la infancia y de la inocencia y  de quien pretende seguir aferrado a los recuerdos pues teme el  nuevo mundo que se presenta ante él. Y corrompe la infancia,  pervierte sus recuerdos y todo por no asumir que cambia.  La nuestra es una juventud desencantada que vive para el  día y no tiene futuro y lo único que la salva de la condena  total es el amor por la música que está presente en muchas de  las páginas de la novela sin ser protagonista de ella.
Al terminar la novela he sentido no haber sabido explicar  el carácter de alguno de los personajes y que algunas desventuras os parezcan lejanas pues son bromas particulares y están dentro de un mundo restringido en mi cabeza. Lo  siento.
Los personajes son reales y los hechos son falsos, bueno  son falsos hasta cierto punto y... mejor que lean la obra y  luego juzguen. Y al acabar seguirán sin entender nuestra  generación: la generación del fin de semana, pero quizá ya no  tengan tantos deseos de criticarla.
Y una voz se quebró, allá a lo lejos, donde todos seremos  solamente malos.
Votar esta anotación en Bitácoras.com

0 comentarios: